Una Comisión de Inteligencia Artificial

Amanece un 28 de diciembre, estamos en el México que cree en los organismos autónomos y ha sido creada una Comisión de Inteligencia Artificial especialista en la protección de la intimidad digital, la propiedad intelectual y el derecho de autor.

La Inteligencia Artificial (IA) está transformando el mundo a una velocidad vertiginosa, desafiando nuestras estructuras sociales, económicas y culturales.

México toma la delantera, pero es un día de los inocentes cualquiera.

La noticia verdadera es que Francia ha decidido tomar la iniciativa con una ambiciosa hoja de ruta presentada en el informe “IA: Nuestra ambición para Francia”. Más que una simple declaración de intenciones, este documento es un llamado a la acción para adoptar la IA como un motor de progreso, pero también como una herramienta bajo control humano, ético y soberano. Tienen planes y carreras específicas que entrelazan gobierno y especialistas de la iniciativa privada. En México, ni siquiera el Instituto de Telecomunicaciones existe más. Ya saben, por corrupción. Mientras tanto…

Francia propone un enfoque basado en tres pilares fundamentales: el humanismo, la soberanía y la responsabilidad. En primer lugar, el humanismo pone a las personas en el centro del desarrollo tecnológico. Esto significa capacitar a los ciudadanos, fomentar el diálogo social y garantizar que la IA sea un apoyo y no un reemplazo. Imaginemos un sistema educativo que ofrezca atención personalizada o servicios públicos más eficientes y accesibles. ¡Eso es posible si se hace bien!

El segundo pilar, la soberanía, aborda un tema crucial: ¿Cómo evitar que los avances tecnológicos caigan en manos de unos pocos gigantes globales? Francia apuesta por desarrollar infraestructuras propias, invertir en talento local y asegurar un acceso ético a los datos. Porque, seamos claros, quien controle los datos controla el futuro.

Por último, la responsabilidad nos recuerda que la IA no puede convertirse en un caballo desbocado. Francia aboga por una gobernanza internacional y herramientas de evaluación que permitan auditar los sistemas de IA. La meta es evitar que esta tecnología perpetúe desigualdades o se use de manera indebida, por ejemplo, en sistemas de vigilancia que refuercen prejuicios raciales o de género.

Como mexicana y observadora de los avances internacionales, no puedo evitar reflexionar: ¿Qué estamos haciendo en nuestro país para enfrentar este desafío? La IA no espera y sus implicaciones ya están aquí. Ni las Fiscalías son capaces de capacitar a su personal para contar con herramientas de investigación a la altura de los tiempos ni los juzgadores son suficientemente conocedores de la probanza tecnológica. Creen más en los notarios públicos que en los encriptados de alta seguridad. No entienden los contratos virtuales, no comprenden de elementos complejos.

Es momento de que también apostemos por un modelo que combine desarrollo tecnológico, soberanía nacional y un compromiso firme con los derechos humanos. Porque, al final del día, la pregunta no es si adoptaremos la IA, sino cómo lo haremos y en beneficio de quién.

En un mundo donde la Inteligencia Artificial es tanto una promesa como un riesgo, el ejemplo de Francia nos invita a soñar en grande, pero también a actuar con prudencia y determinación. La revolución tecnológica está en marcha. La decisión de cómo navegarla está en nuestras manos. Aunque sea Día de los Santos Inocentes, ojalá que México tuviese un organismo autónomo, lejos de Pemex y CFE, encargado de regular la Inteligencia Artificial. Ojalá.

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