La moralidad en las decisiones de los funcionarios: ¿existe?

En tiempos de campaña, hay una falsa moralidad en muchos de los exponentes. Algunos no siguen los plazos establecidos, otros se brincan las leyes y con amparos buscan que se cumpla “su santa voluntad”. Vienen las épocas de destapes de corruptelas para todos los que se están poniendo en el escenario de las precampañas y las campañas.

Me cayó como anillo al dedo, diría “aquel”., un artículo del decano del IE University, Santiago Iñiguez de Onzoño. El título del escrito es “Cómo evaluar la moralidad de nuestras decisiones”.

Dice Santiago que la tradición filosófica distingue entre tres tipos de teorías morales, paradigmas que determinan cómo actuar, qué es lo bueno o correcto. En el artículo, Iñiguez examina dos, la deontología y el consecuencialismo.

Hablemos un poco de las teorías deontológicas. El filósofo alemán, Immanuel Kant, defendía la idea de no mentir nunca. Imagine que llegue un asesino a la puerta de su casa y pregunta por un familiar al que mataría si le dijera la verdad, usted tendría que decirle dónde está la víctima pues si no lo hace, estaría mintiendo.

Si los políticos actuales basaran su ideología y respuestas en la deontología quizá tendríamos otro México. Si se cumplieran las leyes tal cual como son escritas tendríamos certeza de lo que va a pasar. Ahora sí, la ley sería la ley y no tonterías. Difícil de seguir, sí, además de ser poco eficaz en un ambiente donde es complicado darles una interpretación textual a las cosas.

El segundo paradigma que analiza Iñiguez es el consecuencialismo. Este principio postula que lo correcto o lo incorrecto de una acción o decisión se basa en los resultados, por lo que se deberían ignorar otros principios o normas.

Dice la filósofa británica Elizabeth Anscombe que este tipo de teorías no aportan la mejor solución para decidir que es moralmente correcto pues no toman en cuenta la intencionalidad. Es decir, se puede tomar una decisión que parece moralmente correcta, pero los resultados de esta no pudieran ser no intencionales. Quitando la responsabilidad de las personas.

Imaginemos el tema del agua tratada en Monterrey donde la idea es reducir el faltante de agua al inyectar a una de las fuentes de agua potable en Monterrey, agua tratada. Existe un riesgo que esto no funcione, aunque la intención de las personas sea acabar con el problema del desabasto.

Sería importante entender los motivos reales de ciertas políticas o de ciertos políticos que quieren ser representantes en puestos como presidente, gobernador, alcalde, senador o diputado.

¿Nuestros políticos están promoviendo soluciones basadas en pruebas empíricas o en resultados consistentes? ¿Estamos presenciando resultados reales o promesas que se perpetúan a través de los años? Las promesas de campaña o dentro del mismo mandato siguen siendo promesas hasta que se cumplen. Cuando los resultados se vuelven reales es cuando sabremos el impacto real en la sociedad de las decisiones tomadas.

En cuestiones de moralidad, cuando hay una ley escrita habría que ser deontológico y decir siempre la verdad, aunque no convenga a los intereses personales. Ya en cuestiones de proyectos podríamos ser un poco más consecuencialistas.

Esperemos que la verdad sea la que mande a nuestros funcionarios…

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