Republicanismo (II)

La república no se asienta únicamente en los derechos, sino que se corresponde en los deberes. Es por ello que no se aviene con ciudadanos inoculados con el desinterés o la apatía política, sino de participantes activos, y aun de censores del ejercicio de la cosa pública. Los derechos sin los deberes son un caparazón vacío, una coraza vistosa pero frágil, incapaz de resistir el embate de las olas enojadizas. Los derechos sin correlato, producen hombres que son eternamente infantes. Es el ejercicio de los deberes el que hace a los hombres auténticamente libres y les confiere una especial dignidad. El sentimiento del deber cumplido posee un encanto y una fuerza superior, a tal punto que resulta incomparable con cualquier otro, máxime cuando tal supone arrostrar peligros y fatigas.
Como apunta Maurizio Viroli, el politólogo y maquiavelista italiano, en una saga de textos en la que alerta en contra de la polución de la política neoliberal en la Italia berlusconiana (L’Italia dei doveri, Rizzoli, 2008; La libertà dei servi, Laterza, 2010; L’intransigente, Laterza, 2013), sostener el valor de los deberes civiles es descubrir el valor de los derechos con fuerza renovada. Ciertamente, desde los albores de la edad moderna, los derechos han sido formulados e invocados para proteger la dignidad de los seres humanos de las distintas formas de opresión y degradación. La idea del deber no se opone a ellos: todo lo contrario, nace de la misma aspiración de libertad, ya que expresa la capacidad de los individuos para elegir los valores que dirigen su vida.
Aunque se les suele emplear como conceptos afines, y aun como sinónimos, deber y obligación no son lo mismo. El mismo Viroli lo explica: “Mientras el deber es mandato de nuestra conciencia, la obligación es un mandato de autoridad. Dicho de otra manera, por los deberes debemos responder a nosotros mismos, es decir, a la voz interior de la conciencia; por la obligaciones, debemos responder a una orden externa [..] Incluso frente a un poder opresivo, quien es moralmente libre permanece como tal, y del sentido del deber extrae la fuerza moral para resistir.”
En la república los ciudadanos entienden la belleza de los deberes civiles y actúan con orgullo y fiereza moral. Si se carece de esas prendas, si en el mercado de las virtudes civiles se trueca por precio, o por comodidades o por conveniencias lo que es inalienable, y ante el deber que espera se prefiere apagar la voz de la conciencia, entonces la mesa está servida para una sociedad de cortesanos y siervos.
Hasta los adversarios y enemigos respetan a las personas que honran el sentido del deber, y de ello están llenas las páginas de la historia. La grandeza subyuga e impone su prestancia incluso a quienes la combaten. Es cosa que debe reconocerse, donde quiera que se le encuentre, la congruencia y la fidelidad que algunas personas observan entre los principios que han elegido para conducirse y la veracidad de su vida. A ellos se debe que a lo largo de los años se mantenga viva la llama de la “virtud civil”. No por nada honramos los natalicios y levantamos efigies de los Juárez, Madero y Zapata, y hemos relegados a la oscuridad a los Santa Anna, Díaz y Huerta. Tengan salud.