López Obrador, un republicano para la eternidad

Este fin de semana me he sumergido en la lectura de ¡Gracias!, el más reciente libro de Andrés Manuel López Obrador. No deja de resultar curioso que a muchos cause extrañeza que en el proceloso ejercicio de la responsabilidad presidencial, Andrés Manuel encuentre tiempo para escribir. A mí no. Quien escribe, piensa, y gobernar es también, y diría, es sobre todo, ejercicio de razón y pensamiento.

El presidente AMLO es como aquellos grandes liberales de la Reforma que tanto admira: hombre de hechos y hombre de letras. En su prosa sincera y sencilla, que sólo busca hacerse entender, hay atisbos de Rulfo, ecos de un país que él ha andado a ras de tierra por caminos y veredas, valles y sierras. La claridad de su pensamiento viene de sus ideales igualmente claros y de la profundidad de su comprensión, tanto de la vida palpitante como de la historia de nuestro país.

La forma republicana de gobierno necesita, como los seres vivos del aire y del agua, de esa sabiduría difusa que hace entender a los ciudadanos que su interés individual es parte del bien común. De una generosidad de ánimo y una pasión que hace sentir como propias la opresión, la violencia o la injusticia que se comete contra cualquiera. Esa lección cívica y pedagógica campea en todo el libro, porque asimismo ha presidido la conducta política de Andrés Manuel, indeclinable como es en decir lo que piensa y hacer lo que dice. Ese ethos es lo que denomina Humanismo Mexicano.

“Sabiendo que aquí se pelea por la libertad, he venido a ver en que puedo ser útil”, dijo Juárez, nuestro prócer más preclaro, vestido apenas con harapos al presentarse al servicio de la causa liberal ante Juan N. Álvarez.

Cierto: la República requiere de ciudadanos, hombres y mujeres que estimen a la libertad como el bien más preciado; poseedores de un alto sentido de la dignidad y el honor; que no se avienen a vivir bajo la humillación o sometidos a la arbitrariedad de nadie. En este sentido, la República es cultura, virtud política, conciencia revolucionada. Y esos deberes se duplican cuando corren a cargo de quienes desempeñan responsabilidades de Estado.

No es casual la admiración que Andrés Manuel profesa a Juárez, el estadista a quien más alude en su libro. Es su modelo. Es liberal y republicano como él. Un partidario de la paz, que nunca ignoró que en los dilemas de la política hay que saber discernir y elegir el mal menor. Por eso dice: “En cualquier tiempo, pero más en época de transformación, es imprescindible recurrir a la sabiduría y experiencia del presidente Juárez”.

La congruencia entre los preceptos y la conducta define a los republicanos, que no consienten ni la impostura ni la transacción ahí donde se trate de sus principios básicos. El republicano es intransigente y no supedita las ideas a las coyunturas, ni las convicciones a las conveniencias o a las comodidades. Tal cual.

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