La reconciliación: el gran reto de 2024

México está fracturado. A raíz del ascenso de la 4T, el país está dividido. Si bien esta división no responde exclusivamente a los hechos y actos de AMLO, pues las profundas brechas sociales existen desde antaño, el presidente mexicano se ha dado a la tarea de exacerbar las diferencias.

Desde su victoria, y si se quiere, desde el inicio de su vida política, AMLO ha dedicado buena parte de su tiempo a señalar las diferencias entre los mexicanos: en términos de color de piel, de clase social, de ingreso y de filiación política. Los resultados son bien conocidos. La polarización promovida desde las plazas públicas, y más tarde, desde la presidencia, le permitieron convertirse en un presidente con envidiables índices de popularidad.

Por un lado, han buscado poner el acento en el denuesto de la herencia española (lo que tendría una relación directa con los mexicanos de tez más clara) lo que se ha materializado en el absurdo revisionismo histórico que se tradujo en el retiro de la estatua de Cristóbal Colón del paseo de la Reforma, en la innecesaria querella con el rey de España con motivo del perdón exigido y en la nueva pedagogía dirigida a reevaluar el valor histórico otorgado a la Conquista.

Por el otro, la 4T, con el chocante calificativo de “fifí”, no ha cejado en su empeño de distinguir entre el “pueblo” (con la limitante impuesta al término por parte de los propios políticos) y aquellos que no lo son, es decir, los miembros de las clases medias.

Tampoco se ha quedado atrás el discurso de liberales y conservadores. AMLO, como buen lector de la historia del siglo XIX, ha pretendido hacer renacer el tóxico ambiente político de tiempos de la Guerra de Reforma. Esta división social, promovida desde Palacio Nacional y desde el discurso de los ambiciosos políticos que pretenden ganarse las voluntades políticas, ha profundizado el encono y provocado divisiones al mismísimo estilo decimonónico.

Como señalé en mi columna intitulada “Se busca presidente conciliador” publicada en este espacio de SDPnoticias, la próxima presidente de México no deberá ser únicamente jefa del Estado mexicano, sino que será responsable del ejercicio de un poderoso liderazgo que haga posible la sanación de las heridas dejadas por las guerras del pasado, y que permita la transición hacia un México más sólido y más unido donde reine la concordia y –aludiendo a las frases acuñadas por el propio AMLO- la fraternidad universal. He allí el gran reto hacia 2024.

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