Meryl Streep y cómo respetar al mismo tiempo a AMLO, a la SCJN y al ejército
En un texto periodístico de 2022, en el que criticaba a los oligarcas engreídos, como Elon Musk, el economista —ganador del premio Nobel— Paul Krugman comentaba que en 2015 recibió una lección rápida acerca de lo fácil que es convertirse en una persona detestable:
“Era un orador invitado en una conferencia en São Paulo, Brasil, y mi vuelo de llegada se retrasó mucho”.“Los organizadores, preocupados de que no llegara a la hora de mi ponencia debido al tristemente célebre tráfico de la ciudad, hicieron arreglos para recogerme en el aeropuerto y llevarme directamente al techo del hotel en helicóptero”.“Luego, cuando terminó la conferencia, había un automóvil esperando para llevarme de regreso al aeropuerto. Por un minuto me sorprendí pensando: ‘¿Qué? ¿Tengo que irme en coche?’. Por cierto, en la vida real suelo desplazarme casi a todos lados en metro”.
Le lección que aprendió Paul Krugman en ese su “momento de mezquindad” es que, sin lugar a dudas, “los privilegios corrompen y generan con mucha facilidad una sensación de que se tiene derecho a ellos. Y, con toda seguridad, parafraseando a lord Acton, los enormes privilegios corrompen enormemente”.
Lo anterior significa que el antídoto contra la corrupción generada por los privilegios inmerecidos está en el arte de no creérsela.
Inteligente y, sobre todo, con más de dos décadas de experiencia en el debate político, el presidente Andrés Manuel López Obrador sabe que vencerá a su enemigo de turno —la SCJN— si él y sus seguidores son capaces de difundir a diario, y muchas veces al día en redes sociales, que los y las integrantes de la cúpula del poder judicial federal disfrutan de fantásticos privilegios pagados por el pueblo de México.
No importa demostrar la existencia de tales privilegios. Basta con mencionarlos con suficiente frecuencia para convertir a los y las juristas más importantes en personas detestables.
Tal tarea se le facilita a AMLO porque ministros y ministras han fallado en algo tan elemental como la defensa propia, pero…
Juan Gabriel diría: “Qué necesidad de recurrir a la legítima defensa”
Ni duda cabe, en algún momento la gente que participa en la corte suprema tendrá que defenderse y —lo sabe cualquier aficionado al futbol que vea los partidos en la tele—, como la mejor defensa es el ataque, inevitablemente gente aliada del poder judicial federal exhibirá un dato irrefutable: que privilegios, lo que se llama privilegios, los disfrutan otras instituciones, como el Senado, la Cámara de Diputados y Diputadas, o algunas, pocas si se quiere, dependencias del gobierno central, sobre todo las fuerzas armadas, a las que se le aprobaron tres fideicomisos mientras se votaba por extinguir los del poder judicial.
Listo como siempre, rápidamente Andrés Manuel dijo en su mañanera que uno de los fideicomisos del ejército, el relacionado con el Tren Maya, es “para beneficio del pueblo”, mientras que los del poder judicial son para mantener privilegios de ministros y ministras.
Quiero pensar que la mayoría de los mexicanos y las mexicanas se beneficiará de que se dé mucho dinero a las fuerzas armadas para operar el Tren Maya. Esto ni siquiera lo voy a discutir porque carezco de elementos para hacerlo adecuadamente. El problema es que, además de ese fideicomiso, el ejército y la marina disfrutan ahora de gigantescos aumentos en sus presupuestos y cada día manejan más negocios y tienen mayores responsabilidades; hasta una aerolínea ya administran, la nueva Mexicana de Aviación, que se supone pronto funcionará.
No dudo de la racionalidad y la utilidad publica de que las fuerzas armadas controlen tantas actividades y manejen tanto dinero y quizá hasta merezcan más. Pero, en el debate acerca de los supuestos privilegios de ministros y ministras —objetivamente no demostrados— podría fácilmente ocurrir que se cuestionara fuertemente al ejército y a la marina por lo mismo. Y, entonces, estaríamos en la lamentable situación de que dos de las instituciones más apreciadas en México sufrieran embestidas brutales para desprestigiarlas.
Andrés Manuel deberá reflexionar acerca de qué tanto le conviene a su proyecto que se desacredite lo mejor que tiene el Estado mexicano, además de su presidencia: fuerzas armadas confiables que siempre están listas para apoyar a la gente en situaciones de desastre y en el combate al crimen organizado, y una corte suprema tan independiente que, a pesar de algunos abusos —como la prohibición de distribuir libros de texto— ha sabido decirle, con toda razón, muchas veces que NO al presidente del país.
El propio Andrés Manuel López Obrador ha presumido que no existía en sexenios anteriores la independencia de la SCJN que innegablemente se ha expresado a plenitud en el primer periodo presidencial de la 4T. Si esto es verdad, y me parece que sí lo es, ¿vale la pena golpear tanto a una institución que lejos de fallar, ha hecho lo que la ética pública exige que se debe hacer?
Pienso que está faltando humildad para que actores y actrices de la política decidan dialogar sin sentirse más de lo que son.
Meryl Streep. Su discurso de aceptación del premio Princesa de Asturias de las Artes
Me fascinó lo que dijo en el Teatro Campoamor de Oviedo la extraordinaria actriz. Hizo una referencia a su época de estudiante universitaria, cuando diseñó “el vestuario para una producción de la obra atemporal de Lorca, La casa de Bernarda Alba”.
En esa obra, una de las hermanas, Martirio, grita: “Pero las cosas se repiten. Yo veo que todo es una terrible repetición”.
Meryl Streep recordó que “Lorca escribió el apasionado grito de Martirio dos meses antes de su propio asesinato, en vísperas de otro cataclismo. Que pudiera ver desde tan alto, que mirara con tanta distancia los acontecimientos que tanto amenazaban su vida, es extraordinario. Que pudiera expresar, a través de Martirio, una sabiduría que no lo salvaría, pero que sería una advertencia para el futuro, era un don”.
¿Tienen la gente dedicada a la política en México el don para anticipar una catástrofe? En general no, pero como los políticos y las políticas son, además de burócratas, también actores y actrices que representan a personajes trascendentes —presidentes, generales, almirantes, ministros, ninistras— , podrían empezar por algo que tiene bien claro la muy bella señora Streep: no creérsela. Sería el principio para impedir lo que se ve inevitable: una crisis de Estado.
Dijo también Meryl Streep frente al rey de España:
“Estoy muy feliz de estar aquí esta tarde, de figurar entre tan destacados homenajeados, en esta hermosa sala cuyas paredes han escuchado el eco de las voces de muchos de mis héroes del siglo XX y de este joven siglo nuestro. Es difícil para mí hacerme a la idea de que estoy aquí. Una parte de mí sospecha que, como he representado a personas extraordinarias toda mi vida, ¡ahora me toman por una de ellas!”.
Con modestia, Meryl Streep admite que no es a ella a quien homenajean, sino a la gente histórica que ha representado.
Creo que parte de la crisis política actual en México tiene que ver con el hecho de que varios actores y varias actrices del sistema andan con los pies un tanto desapegados del suelo. Se la han creído por vivir rodeados de ayudantes y en oficinas grandotas, y eso no es bueno. Ojalá le bajen y decidan dialogar con ganas de no pelear más. Si lo hacen, AMLO, las fuerzas armadas y la SCJN merecerán al mismo tiempo el respeto de toda la sociedad.