El poder de la oratoria
“Es mejor fracasar en la originalidad que triunfar en la imitación”.
Herman Melville
Desde que existe la humanidad como tal, la oratoria de los dirigentes de los grupos sociales es la que ha guiado el rumbo de los mismos, desde los líderes de las tribus, hasta los reyes, los profetas, los presidentes y las presidentas, los primeros ministros y primeras ministras, incluyendo a Margaret Thatcher, hasta los maestros y maestras de cualquier nivel de enseñanza.
La oratoria de Napoleón Bonaparte fue más poderosa que su audacia bélica, por poner un ejemplo, y la Segunda Guerra Mundial fue más bien un enfrentamiento de discursos que de países, incluyendo a los de Churchill, de Hitler, de Stalin y de Roosevelt, por mencionar otro, pareciera que la competencia era entre ellos para valorar quien convencía más a sus pueblos con su oratoria para ganar dicha contienda.
Después de la Segunda Guerra Mundial el poder de la oratoria disminuyó por muchas razones, una de ellas por los medios de comunicación que comenzaron a ser cada vez más utilizados, desde la televisión hasta el internet y las redes sociales, ni Nelson Mandela llegó al nivel de oratoria de los líderes entes mencionados.
Actualmente los grandes líderes políticos se basan más en la demagogia que en la oratoria pura, siendo la primera la manera de llevar al pueblo de la mano, lo que significa en términos generales: populismo, y los grandes discursos políticos preparados con verdadero esmero intelectual cada vez son más difíciles de encontrar.
Pero un discurso muy controversial, hasta la fecha, fue el que el presidente estadounidense Ronald Reagan presentó en Orlando, Florida, el 8 de marzo de 1983, en el que llamó a la actual Rusia: “Imperio del mal”, generando una confrontación bipolar interhemisférica que hasta la fecha no se ha resuelto, ni siquiera con la caída del muro de Berlín en 1989 gracias a la genialidad de Mijaíl Gorbachov, a pesar de que durante la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos fueron los grandes aliados de Rusia e Inglaterra gracias precisamente a la oratoria de Churchill.
Los políticos en la actualidad deberían tener mucho cuidado en no cometer el mismo error político de Reagan, que costó tanto en entendimiento diplomático por una simple frase de 2 palabras, y deberían retomar los principios universales de hombres que con una frase cambiaron a la humanidad, como Churchill con su “Nunca nos rendiremos” o Echeverría en México con su “Arriba y adelante”.