La colonia Cuarta Transformación y la prohibición de vapeadores, los fracasos de la imposición
Uno de los peores errores de cualquier grupo gobernante es creer que las abrumadoras mayorías son sumisas. Confundir un voto con la entrega total de libertades, al grado de asumir la aceptación y obediencia de cualquier ocurrencia, trae como consecuencia el desacato, la oposición y los golpes de realidad. Esto sucede con dos medidas nacidas polémicas, que a pesar de ser tomadas por actores distintos y en diferentes niveles de gobierno, hacen evidente que el honor de estar con la Cuarta Transformación es limitado.
En Tultitlán, un manotazo creó la Colonia Cuarta Transformación y al cambiar sin aviso o consulta los nombres de todas las calles de la comunidad afectada por palabras insignes del periodo obradorista, los vecinos estallaron. La reciente creación de la colonia “La Cuarta Transformación” en el municipio de Tultitlán es un ejemplo perfecto de cómo las decisiones políticas mal planeadas pueden convertirse en conflictos sociales innecesarios. En teoría, la idea de rebautizar una zona con un nombre que rinda homenaje al proyecto político del presidente Andrés Manuel López Obrador podría parecer un gesto simbólico hacia el cambio. Sin embargo, la realidad ha demostrado que esta medida ha generado más problemas que beneficios.
La alcaldesa morenista Ana María Castro tomó posesión el 1 de enero y ya enfrenta disgusto heredado por su predecesora, también morenista, Elena García. El intríngulis ha quitado cualquier tipo de certeza jurídica que pudiera existir. Prácticamente, en el limbo han quedado aquellos vecinos pues por las madrugadas, se han organizado para arrancar las placas y señalamientos que ponen nombres francamente ridículos a sus calles, como “Me canso ganso”.
La incomodidad de los vecinos es tan legítima como la de ex usuarios del tabaco que intentaban dejar de fumar mediante el uso de vapeadores. Este miércoles, durante la primera sesión de 2025 en la Cámara de Diputados, la Comisión Permanente emitió la declaratoria de constitucionalidad que incorpora un párrafo quinto al artículo 4º y un párrafo segundo al artículo 5º de la Constitución. Estas adiciones establecen la prohibición de los cigarrillos electrónicos, así como el uso ilícito de fentanilo y otras drogas sintéticas.
El absurdo es grande. Por un lado, existe un abismo entre precursores del fentanilo, drogas sintéticas y sustancias para su creación que exclusivamente pueden ser manejadas por químicos o especialistas en el tema frente a unos simples vapeadores que pueden encontrarse hasta en el OXXO de la esquina. Artículos recetados, así como se lee, ¡recetados! por médicos y psicoterapeutas que atienden el control y erradicación de adicciones, principalmente, al tabaco.
Banalizar la Constitución
Los vapeadores se convertirán en un activo más de los grupos criminales y así como los cárteles capitalinos han forzado a tienditas y puestos a ofrecer cigarros piratas de marcas chinas, así llegarán los mismos artículos. El problema de fondo es que se ha banalizado la Constitución, el servicio público y la función de gobierno. Es tan banal, que con reformas al vapor se rompen las tradiciones de constitucionalismo mexicano que, en algún momento de la historia, fueron ejemplo de conquista de derechos y libertades, como la Constitución de 1917 que reconocía derechos sociales que ningún otro sistema legal contemplaba.
El proceso de banalidades ya afecta a quienes no pueden vender ni comprar casas en Tultitlán, porque el cambio de nombre de Colonia no llegó automáticamente a las escrituras ni a los registros públicos de la propiedad. Afecta a quienes tienen predios o construcciones invadidas que no pueden continuar denuncias con certeza, pues su calle hoy tiene un nombre distinto al de ayer. Tanta banalidad que se castiga a los usuarios de vapeadores, quienes tienen perfiles diversos y muchos de ellos, trabajadores, honestos, oficinistas y hasta legisladores con los “cocineros” de drogas clandestinas altamente tóxicas.
En teoría, la Constitución es el pacto político hecho norma y ley suprema. La madre de todas las legislaciones, las bases sobre las que se desarrollan los poderes. En la era de la banalidad cuatroteísta, la Constitución no es más que un ordenamiento para hacer comunicación y marketing político.
El gobierno ya no es un espacio para la administración y gestión de recursos públicos sino una herramienta de Feria Gitana en la que llega Melquiades cada tanto tiempo a la mañanera, unos días, a dar anuncio de la creación de coches eléctricos mexicanos y otros a notificar la creación de satélites y hasta naves espaciales. Lo malo es que antes de emprender con distintos productos innovadores, hay un mandato de gobierno para garantizar lo básico: seguridad, educación y salud.