Dar es un oro mental
Les platico:
Hace poco compartí con alguien mi encuentro con Alejandro Jodorowsky en un café de la Colonia Roma, en Ciudad de México.
(Me resisto a usar el acrónimo de CDMX porque fui educado en la ortodoxia ortográfica lingüística por el Dr. Daniel Mir, único miembro de la Real Academia Española que ha vivido en nuestro país).
Sabía que Jodorowsky leía el Tarot de Marsella todos los viernes en el primer café que se le atravesara en la ciudad donde estuviere a las 9 de la mañana y a quienes se lo pidieran, sin que cobrara dinero alguno por hacerlo.
La historia de por qué hacía eso -dejó de hacerlo a raíz de la trágica muerte de su hijo- está en 3 artículos y un prólogo que publiqué sobre mi encuentro con él.
Aquí están las ligas:
¿No quieres cambiar de tema ni opinión? Eres un fanático (detona.com)
Detona irreverentemente tus libertades. Nomás son 4: Intelectual, emocional, sexual y material.
Demos un salto del yo hacia el nosotros. (detona.com)
Buscan la perfección y caen en el error. (detona.com)
Hoy les quiero platicar la anécdota que me contó como parte de la lectura que me hizo de esas cartas, pues fui uno de los afortunados de aquel no tan lejano viernes en la Ciudad de México. ¿Arre? ¡Arre!
La verdadera filantropía
Katharine Hepburn, en sus propias palabras:
“Una vez, cuando era adolescente, mi padre y yo estábamos haciendo fila para comprar entradas para el circo.
Finalmente, solo había otra familia entre nosotros y el mostrador de entradas.
Esa familia me causó una gran impresión.
Había ocho niños, todos menores de 12 años. Por la forma en que estaban vestidos se podía notar que no tenían mucho dinero, pero su ropa era limpia, muy limpia.
Los niños eran muy bien educados, todos ellos parados en la fila, de dos en dos detrás de sus padres, tomados de las manos.
Estaban emocionados por los payasos, los animales y todos los actos que verían esa noche.
Por su emoción, se podía percibir que nunca antes habían estado en un circo.
Sería un punto culminante en sus vidas.
El padre y la madre estaban a la cabeza de la manada de pie, orgullosos como podría ser.
La madre sostenía la mano de su marido, mirándolo como si dijera: ‘Eres mi caballero en armadura brillante’.
Él sonreía y disfrutaba viendo a su familia feliz.
La taquillera le preguntó cuántos boletos quería, y él respondió con orgullo ‘quiero ocho entradas para niños y dos para adultos’. Entonces la taquillera declaró el precio.
La esposa del hombre soltó su mano, se tocó con ambas manos la cabeza, el labio del hombre comenzó a temblar.
Entonces se acercó un poco más y preguntó ‘¿cuánto dijiste?’
La señora de taquilla volvió a declarar el precio.
El hombre no tenía suficiente dinero.
¿Cómo se suponía que iba a decirles a sus ocho hijos que no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?
Viendo lo que estaba pasando, mi papá metió la mano en su bolsillo, sacó un billete de $20 y lo dejó caer al suelo.
No éramos ricos en ningún sentido de la palabra.
Mi padre se inclinó, recogió el billete de $20, tocó al hombre en el hombro y dijo: “Disculpe, señor, se le cayó este de su bolsillo”.
El hombre entendió lo que estaba pasando.
No estaba pidiendo una limosna, pero sin duda agradeció la ayuda en una situación desesperada, desgarradora y vergonzosa.
Miró directamente a los ojos a mi papá, tomó la su mano entre las suyas, apretó el billete y con el labio temblando y una lágrima cayendo por su mejilla, respondió: “Gracias señor, esto realmente significa mucho para mí y para mi familia”.
Mi padre y yo nos salimos de la fila y enfilamos rumbo a casa.
Los $20 dólares que regaló mi papá eran con lo que íbamos a comprar nuestros propios boletos.
Aunque no pudimos ver el circo esa noche, ambos sentimos una alegría dentro de nosotros que fue mucho mayor que ver el circo.
Ese día aprendí el verdadero valor de dar.
El dador es más grande que el receptor.
Si quieres ser grande, más grande que la vida, aprende a dar.
El amor no tiene nada que ver con lo que esperas conseguir, solo con lo que esperas dar.
La importancia de dar, bendecir a los demás, nunca se puede hacer más hincapié porque siempre hay alegría en dar.
Cajón de sastre:
Aprende a hacer feliz a alguien con un simple y sencillo acto: da y no pidas o esperes nada a cambio, solo da.