Confianza y legitimidad, claves para que funcione reforma judicial, sobrerrepresentación y desaparición de autónomos

Existen dos debates que se entrelazan: el que se desarrolla en las esferas del periodismo, analistas y abogados frente a otro, en el que parecen no interactuar los primeros, que es el que se vive entre promotores de las reformas, simpatizantes e integrantes de la 4T con ciudadanía.

En el primero, hay abstracciones sobre conceptos no palpables en la vida cotidiana inmediata como la autocracia, la concentración del Poder Judicial en el titular del Ejecutivo, que ya cuenta con el apoyo arrollador del Legislativo frente al segundo, en el que se habla de los altos sueldos de integrantes del Poder Judicial, la desigualdad frente a ellos, la corrupción, el nepotismo, juzgadores con hasta 70 familiares en la nómina, etcétera.

El hecho es que a pesar de lo alarmante que hubiesen sido los mismos cambios institucionales que están por aprobarse, planteados en tiempos de Vicente Fox, Felipe Calderón o Peña Nieto, podría ser que estas reformas salgan bien en términos de aprobación y confianza, o sea, que el simple cambio sea suficiente para que los mexicanos perciban una mejoría que, en realidad, no podría medirse sino hasta pasados, al menos, unos años de los cambios.

Además de que el malestar se concentra entre quienes eran ya opositores, el gran fracaso de quienes no apoyan estas reformas y tampoco militan en partidos de la oposición ha sido la incapacidad para articularse como un movimiento lejano de intereses, así como la incapacidad de transmitir mensajes asequibles para el mexicano promedio, traducido a su realidad y vida diaria. Por el contrario, acusaciones como “la ignorancia de la gente” o la “incapacidad del pueblo para entender el alcance de las reformas”, ha ofendido al interlocutor y lo ha alejado más de aquellas posturas que defienden al Poder Judicial, que combaten la sobrerrepresentación y que acusan vivir en una dictadura por la desaparición de organismos autónomos. El problema es que aquellos diagnósticos son académicos en un país cuyo modelo económico excluyó sistemáticamente a las mayorías de las academias y universidades.

Pero aún con todas las desgracias, reales o imaginarias que podrían advertirse como consecuencia de estos cambios, mientras exista confianza por parte de las mayorías en el partido gobernante, así como en su movimiento y legitimidad del mismo para abanderarlo, el “efecto halo” permitirá que el sistema funcione mejor tan solo por el cambio de percepción. O sea, que aunque el Poder Judicial no mejore realmente, es posible que tras la rotación y elección de juzgadores y ministros, el pueblo se sienta confiado de que sus asuntos lleguen.

El efecto halo es un sesgo cognitivo en el que la percepción positiva (o negativa) de una característica de una persona, grupo, partido o gobierno que influye en la percepción de sus acciones y alianzas, aunque no estén relacionadas. En otras palabras, si alguien tiene una impresión favorable sobre un aspecto particular de algo o alguien, es más probable que generalice esa percepción positiva a otras áreas.

El término “efecto halo” fue acuñado por el psicólogo estadounidense Edward Thorndike en 1920. En sus estudios, Thorndike observó que la impresión general de un oficial militar superior sobre un subordinado influía en la evaluación de todas las cualidades de ese subordinado, ya fuera de manera positiva o negativa. O sea, que, si el oficial militar valoraba positivamente a un cabo por su forma de disparar, lo valoraría también como inteligente o líder.

A nivel macro, solo con que se brinde confianza ciudadana y de los mercados a la presidenta Claudia Sheinbaum, como se le dio a López Obrador, un cambio profundo como una reforma judicial y la desaparición de autónomos será tomado con la misma confianza y valorado como ellos. En este caso, las advertencias sobran pues la decisión parece tomada, el apoyo popular a estos cambios a partir de la conquista de percepciones también parece logrado mientras que los efectos técnicos y profundos no pueden anticiparse en su totalidad porque jamás hemos experimentado una elección de jueces y ministros, así como hay poca memoria y poco conocimiento sobre qué hacen los organismos constitucionales autónomos.

Con lo anterior no digo que sea lo mejor, simplemente sostengo que aún con el panorama sombrío que se pinta, estas reformas podrían ser valoradas positivamente por la mayoría ciudadana y reflejarse así en las urnas.

Después de todo, Max Weber, influyente sociólogo, describió la “legitimidad carismática”, en la que los líderes son percibidos como legítimos y efectivos basados en su carisma y no necesariamente en sus habilidades o políticas públicas. Esto es un ejemplo de cómo el efecto halo puede influir en la política, donde la percepción positiva de la personalidad de un líder puede generalizarse a su capacidad de gobernar. Lo que es un hecho es que en una o dos décadas vendrá la resaca después de vivir este periodo de exquisita embriaguez de democracia que ahora, se auto mutila poco a poco.

Al menos, en los mercados y sistemas financieros, la confianza se sobrepone a las turbulencias y si algo ha logrado López Obrador es mantener ciertos intereses económicos intocables, algo que advierte igualmente la presidenta electa pues no se avecina una reforma fiscal progresiva que cobre más impuestos a los más grandes contribuyentes ni se ha hecho realidad la jornada laboral de 40 horas, así que pueden relajarse los mercados pues el pleito no es contra ellos, sino contra otros poderes que frenan al Ejecutivo haciéndole cumplir la Constitución.

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