México 2025: el año perdido

México fracasó en 2025. No fue un tropiezo ni una mala racha coyuntural: fue, con claridad, un año perdido. Y no solo por la falta de crecimiento económico, sino por algo más profundo y peligroso: la ausencia casi total de iniciativa política, social y ciudadana. El país no avanzó; se detuvo. Y, en varios frentes, retrocedió.

El Congreso de la Unión, al que los mexicanos financiamos para legislar y representar intereses diversos, renunció de facto a su función. Diputados y senadores votaron en bloque, obedientes al oficialismo, sin deliberación real, sin contrapesos y sin propuestas propias. La labor parlamentaria se redujo a la obediencia. Por su parte, el oficialismo tampoco impulsó una agenda genuina de desarrollo: se limitó a ejecutar lo previamente dictado, anunciado o insinuado desde Palenque, bajo una influencia ideológica que recuerda —y huele— a modelos internacionales que ya demostraron su fracaso.

Pero el desastre no es solo del poder. También fracasamos como sociedad. Nos limitamos a reaccionar: responder en redes, burlarnos, enfrentarnos entre nosotros y alimentar una polarización que los estrategas del lopezobradorismo conocen y explotan con precisión quirúrgica. Esa división se convirtió en su principal herramienta para seguir endeudando al país, desviar recursos públicos y repartir apoyos sociales cada vez más pequeños, erosionados por una inflación que los vuelve simbólicos.

Mientras tanto, la economía no crece. La inflación aprieta. No hay seguridad, no hay salud, no hay hospitales suficientes ni escuelas dignas. Tampoco existe una perspectiva real de movilidad social como la que tuvieron generaciones anteriores. El descontento es generalizado: campesinos, transportistas, médicos y maestros protestan, pero sus reclamos no trascienden. Son movilizaciones aisladas que rápidamente se silencian, se minimizan o se negocian. Los líderes se venden y las causas se diluyen.

El silencio de otros sectores es igual de alarmante. No vimos a los grupos religiosos alzar la voz ni a la academia articular una resistencia clara. No surgieron movimientos ciudadanos sólidos ni iniciativas intelectuales relevantes. El empresariado, en su mayoría, optó por la sumisión; y quienes se rebelaron lo hicieron con un evidente tufo de oportunismo político.

La corrupción alcanzó niveles inéditos. México ocupa el lugar 140 de 180 países evaluados en el Índice de Percepción de la Corrupción y es el peor evaluado entre los 38 países de la OCDE. No se trata de una percepción aislada, sino de un deterioro sostenido que refleja la normalización de la impunidad como política de Estado.

En educación, la situación es igualmente alarmante. Las evaluaciones internacionales, particularmente PISA, muestran un claro retroceso. En los resultados más recientes, México se ubicó muy por debajo del promedio de la OCDE. En matemáticas obtuvo 395 puntos, 14 menos que en 2018; en lectura y ciencias también cayó. Para 2025, el deterioro se profundizó, ubicando al país alrededor del lugar 51 de 81 participantes. Es uno de los peores desempeños desde los años 2000 y revierte avances logrados en décadas anteriores. La responsabilidad no es abstracta: el actual secretario de Educación, un personaje con un historial oscuro, entregó nuevamente el sistema educativo a los grupos clientelares de la CNTE, profundizando el rezago.

La inversión privada, tanto nacional como extranjera, también sufrió un golpe severo. La inversión fija bruta —indicador clave del futuro productivo— cayó cerca de 10.6% entre julio y septiembre de 2024, y la inversión pública descendió aún más. La incertidumbre política y económica paralizó decisiones clave, mientras el país desperdiciaba oportunidades estratégicas.

En contraste, la deuda pública creció a niveles altamente preocupantes. Entre 2018 y 2025, el saldo prácticamente se duplicó. Sólo en 2025, la deuda aumentó en términos reales entre 10 y 12%, y la deuda externa creció alrededor del 17%. A esto se suman los pasivos de Pemex y CFE, que representan una amenaza latente de incumplimiento. El endeudamiento no financió desarrollo: financió la inercia y el despilfarro.

Esto ha traído como consecuencia una caída dramática en la generación de empleos, en siete años de la 4T se crearon la mitad de los empleos que se generaron en el sexenio de Enrique Peña Nieto y el empleo informal hoy domina con más del 54 por ciento.

México perdió en 2025 no solo porque no avanzó, sino porque retrocedió. Las carencias sociales aumentaron mientras la propaganda sostuvo una supuesta popularidad presidencial artificial. Casos emblemáticos de corrupción quedaron en el olvido: Segalmex, el boquete fiscal y la ausencia total de rendición de cuentas. Prácticamente nadie en la cárcel. Prácticamente nadie respondiendo ante la ley.

A ello se suma la crisis del campo, la inseguridad, un sistema de salud colapsado, hospitales sin equipos ni medicamentos y una infraestructura abandonada. Siete años sin inversión nueva ni mantenimiento: carreteras, agua, drenaje y edificios públicos en estado crítico. El deterioro es visible y cotidiano.

2025 fue el año en que México se detuvo. O peor aún: dio pasos hacia atrás. Y lo más grave es que 2026 no se vislumbra mejor. Según coinciden diversos analistas, será un año más difícil, con menos margen de maniobra y un deterioro acumulado.

El problema ya no es solo el gobierno. Es un país que se acostumbró a perder sin siquiera intentar ganar. Como advirtió María Amparo Casar, la sociedad civil está contra las cuerdas: el último clavo de un proceso de control y aniquilamiento similar al observado en regímenes como Rusia, Cuba, Venezuela o El Salvador. Ese es el verdadero saldo de 2025.

El año 2026, será si es que no hay un cambio de timón, un año que puede marcar la historia de la nación, por la crisis que se avecina.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *