Aranceles: ¿protección o atajo peligroso para la economía mexicana?

El reciente anuncio de que México podría imponer aranceles de hasta un 50 % a importaciones procedentes de China y otros países asiáticos sin tratados comerciales –afectando autos, textiles, acero, plásticos y más– ha generado amplio debate. A primera vista, la medida parece responder a un legítimo deseo: proteger industrias nacionales vulnerables, defender empleos y reducir la dependencia de importaciones baratas. Y sin duda hay un hilo de sentido en el llamado clásico del “argumento de la industria naciente”: permitir que sectores nacionales —que no tienen las economías de escala de sus competidores globales— crezcan en un ambiente protegido hasta volverse competitivos.

Sin embargo, esa protección no viene sin costos. Aumentar aranceles de un plumazo puede encarecer bienes de consumo e insumos industriales, provocando inflación y presionando a hogares y empresas, especialmente aquellas integradas en cadenas productivas que dependen de insumos importados. Más aún: el argumento oficial lucha por parecer desvinculado de presiones externas —como el pedido del gobierno de Estados Unidos de endurecer la postura comercial frente a China— pero el contexto global lo vuelve inevitable.

México corre el riesgo de amarrarse a dinámicas de “proteccionismo internacional” que ya han demostrado limitar la competitividad y flexibilidad económica. Si el objetivo real es fortalecer la industria local de forma sostenible, la política arancelaria no debe verse como un fin en sí mismo, sino como una medida transitoria —parte de una estrategia más amplia que incluya apoyo a la modernización, inversión en infraestructura, mejora en productividad, capacitación, impulso a innovación y estímulos para producción nacional competitiva. De lo contrario, lo que hoy se vende como salvaguarda podría terminar como una trampa: una economía más cerrada, menos competitiva, con precios al alza y con riesgo de desincentivar inversión, tanto nacional como extranjera.

En conclusión: los aranceles pueden tener un papel en la defensa de sectores estratégicos, pero deben manejarse con extremo cuidado, y forman solo una pieza del rompecabezas. Una estrategia de desarrollo real necesita visión de largo plazo, no remedios rápidos que, aunque políticamente convenientes, pueden socavar la competitividad de México.

México gana tiempo, pero no gana competitividad. Una política arancelaria puede ser útil como instrumento temporal, pero si se vuelve una estrategia permanente, corre el riesgo de:​

•​Encarecer la vida

​•​Frenar cadenas productivas

•​Generar represalias comerciales

•​Y posponer la tarea histórica: crear industria mexicana fuerte, no protegida.

Hoy el verdadero reto no está en cerrar la puerta a Asia, sino en convertir a México en una potencia industrial sostenible, capaz de competir globalmente por talento, tecnología y valor agregado.

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