Los acarreos del Bienestar

“Cuando el poder pierde la vergüenza, el pueblo pierde la paciencia.”

— Octavio Paz

“Que el México de los libros le gane al México de las armas.”

— Joan Manuel Serrat

Viejas formas. Tan viejas que olían a naftalina, a PRI de los 60 y 70, a ese presidencialismo que disfrazaba el control con tortas, refrescos y camiones repletos de acarreados. La receta no cambió: promesa cumplida, pase de lista, foto obligada. La novedad es que ahora lo llaman “humanismo mexicano”. Será por el aroma a limosna electoral.

¿Lo necesitaba Claudia? No. Una mujer con doctorado no tendría por qué recurrir al autoengaño de llenar un Zócalo con autobuses. De hecho, ni siquiera necesitaba la marcha. Tras su visita relámpago a Washington DC, la maquinaria oficial ya estaba haciendo su trabajo: encuadres favorables, comparaciones incómodas con la marcha de la Generación Z, halagos automáticos del oficialismo.

El “evento” era prescindible… salvo para quienes confunden movilización con popularidad.

Pero ahí estaban los de siempre. Incluido el “gobernador” de Michoacán, Alfredo Ramírez Bedolla, sonriente, marchando, celebrando los #7AñosDeBienestar mientras en Coahuayana estallaba un coche bomba. Es verdad: él no podía saber lo que iba a ocurrir… aunque sí podía haberse enterado de inmediato y hacer lo mínimo: ir a su estado, atender a las víctimas, dar la cara. En vez de eso, eligió la fiesta en el Zócalo.

Y fiesta no es la palabra correcta para un estado que encabeza el número de alcaldes asesinados en México. Solo bajo su mandato van siete ediles ultimados de manera violenta. Pero Michoacán “celebra”.

Ese fin de semana explotó un coche bomba, varios drones lanzaron explosivos, atacaron a la policía comunitaria y —hasta el momento— van cinco muertos y cinco heridos. Eso, si se llama por su nombre, es terrorismo. Y mientras tanto, Ramírez Bedolla aplaudía en la plaza pública. Esta es la versión tropicalizada del “humanismo mexicano”: hablar de abrazos cuando lo que truena son bombas.

Podrán burlarse de que a la marcha de la Generación Z se le colaron algunos viejillos con nostalgia juvenil, pero lo que no hubo fueron camiones de acarreados, tortas, sobres, o listas de asistencia. Tampoco hubo un aparato de Estado en pleno poniéndoles el Zócalo en bandeja. A los jóvenes les negaron hasta la bandera; ayer, en cambio, ondeó en lo alto para un mitin partidista. A ellos les pusieron vallas; a la 4T se las retiraron. La bandera es para todos, el Zócalo es para todos… salvo cuando el poder decide que no.

Lo que vimos el sábado fue una bofetada para las madres buscadoras, para los enfermos de cáncer, para los familiares de víctimas de feminicidios y homicidios dolosos. También para los pueblos originarios que vieron destruida la selva, expropiadas sus tierras y arrasados sus territorios con el Tren Maya. Y para miles de campesinos que no reciben apoyo —o reciben migajas— y ahora enfrentan la imposición de una Ley de Aguas hecha para complicarles aún más la vida.

No hay celebración posible para los 199,619 asesinados del sexenio de López Obrador ni para los 30,494 cometidos en el periodo de Sheinbaum. Tampoco celebran los más de 50,000 desaparecidos bajo AMLO ni los 17,000 de este sexenio. Aunque el Registro Nacional de Personas Desaparecidas, tan oportuno, ya “ajustó” las cifras del sexenio pasado para que no se vean tan mal.

Al sumar asesinados y desaparecidos de estos siete años, hablamos de casi 300,000 personas. La misma cifra que se requiere para llenar el Zócalo. Trescientas mil vidas truncadas. Trescientas mil familias destrozadas. Más gente de la que asistió al mitin. Ese es el tamaño real de la tragedia nacional.

Pero en el templete de la 4T prefirieron hablar de “logros”:

Que el desabasto de medicinas empezó con ellos (pero ellos no lo aceptan).

Que la seguridad empeoró con la política de abrazar delincuentes (pero ellos insisten en el éxito).

Que la deuda nacional creció más del doble que con cualquier otro gobierno (pero culpan al pasado).

Que la inflación machaca, que Pemex se desangra, que el presupuesto de salud se reduce… pero para acarreo sí hay dinero.

Peor aún: según los operadores de la propia 4T, “con los seguidores de la CDMX llenamos el Zócalo cinco veces”. Entonces, ¿para qué traer gente de Chiapas, Oaxaca o Michoacán? ¿Para qué llenar camiones? ¿Para qué gastar lo que no hay? El acarreo no se hace porque sea necesario, sino porque es adictivo. Es la vitamina de los gobiernos inseguros.

Y mientras tanto, Claudia pide calma diplomática con Trump, intenta mantener vivo el T-MEC (y evitar aranceles peores que los que le impuso a Canadá). Pero la marcha de sus seguidores decidió llevar pancartas con “¡Fuera yanquis de México!”, “Trump, aleja tus misiles” y hasta un fantástico “¡Ronald Johnson, vete de aquí!”. No hay forma más creativa de boicotear el trabajo diplomático que ella misma realiza.

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