Capitalismo, derecho y democracia a la mexicana
Ante nuestros ojos, el proceso histórico y dialéctico de la Cuarta Transformación muestra ejemplos de formas en las que se proyecta la singular y compleja realidad mexicana.
La dura realidad desafía teorías, enfoques y narrativas sobre el funcionamiento de los sistemas sociales en los tiempos de nuestra modernidad capitalista, jurídica y democrática.
Me explico.Para el modelo mental y teórico del neoliberalismo, el egoísmo individualista es motor de la competencia y la productividad, inversión, crecimiento económico o empleo y salario digno, en síntesis, del equilibrio virtuoso entre los factores de la producción.
Pero en los hechos en México esas creencias se convirtieron una vez más, como en el Porfiriato tardío, en fuente de aceleración de acciones, voracidad y rapin̈a, competencias dinámicas y productividad selectiva, inversión focalizada, cartelización empresarial formal, informal e ilícita, y a la vez precarización salarial y desbalances sociales múltiples.
Todo ello se dio a costa de la dignidad e integridad de la mayoría, sobre todo de las personas y grupos más débiles de la sociedad, rentados, comprados o vendidos bajo formas sofisticadas e inhumanas.
En efecto, la grave distorsión de numerosos mercados ha arrastrado esperanzas y vidas de toda edad, ya en ingresos en efectivo, alimentos, salud, educación, tierra, agua o vivienda, por no citar la enorme economía de la informalidad o los 20 mercados criminales de alto rendimiento que han florecido en el país.
Para dicha mentalidad, el Derecho es la garantía de los derechos fundamentales, estrictamente individuales o personalísimos, sagrados e intocables, anteriores al pacto social y el contrato constitucional.
Entre ellas lucen las libertades básicas, la participación política, los derechos civiles o la propiedad privada, incluso la igualdad formal de oportunidades, pero no los derechos sociales colectivos y mucho menos los derechos de pueblos y comunidades étnicas minoritarias, de las mujeres o de otros grupos con adscripciones culturales diversas, que yacen invisibles o difusos.
En los hechos, lo que prevaleció es un estado de derechos para privilegiados y de injusticias múltiples para la gran mayoría popular, en el cual la mercantilización de todas las esferas de la vida y la popularización del crimen y la impunidad provocan un estado de excepción inverso en el que, paradójicamente, hasta aquellas minorías explotadoras y los operadores del crimen viven presos.
En tales condiciones, aferrarse a la idealidad de un supuesto estado de derecho constitucional sin intervenir de frente en sus fuentes reales es equivocado.
Y otro tanto pasa con el tema de la democracia.
Bajo el guión neoliberal, los derechos a ejercer en la democracia son, en esencia. político-electorales (votar, ser votado, formar partidos, afiliarse o desafiliarse) en un contexto de pluralidad partidaria, mediática e Institucional, sometidos todos los poderes y actores a la Constitución y las normas internacionales que representan un corpus ético-jurídico obligatorio. Desde luego, esto es parte de un ideal deseable.
Empero, en ese discurso no aparecen los derechos sociales, económicos o culturales sino en su dimensión individual y muy limitada, ya sea para cobrar un salario mínimo insuficiente, esperar pensiones de muerte lenta o acceder a bienes o servicios escasos, caros o intrascendentes para el goce espiritual.
Desde luego, en esa lógica las clases, grupos, sectores o pueblos y comunidades o lo colectivo no tienen cabida, y aún menos concepciones de lo político y democrático en términos de disrupción, participación y mejoramiento constante de las condiciones materiales y simbólicas de existencia.
Así es que en los hechos el resultado ha sido la perversión de la democracia. Está llegó a ser capturada por liderazgos, élites y corporaciones antiguas y nuevas, dirigencias de partidos cartelizados o el incesante mercado de transacciones múltiples para asegurar y reproducir poder y privilegios. Incluso, se atrevió a adueñarse con heteronomía política de la autonomía formal de los órganos garantes, ya electorales, de transparencia o justicia, o bien, jugar con el fuego de las guerras judiciales. Por ello terminó girando sobre su propio eje sin resultados tangibles para la mayoría social y popular.
Ese capitalismo y democracia formalmente legales son el constructo deformado en los hechos que el contexto sociopolítico mexicano, diagnosticado por la Cuarta Transformación como proyecto de gobierno y nación, rechaza por dañino y perjudicial.
A ese modelo mal practicado o pervertido se dirigen las intervenciones del aparato estatal dominado por fuerzas políticas que reivindican el sentido histórico popular, comunitario y colectivo, nacionalista y originario, retratado en “Grandeza”, obra reciente de Andrés Manuel Lopez Obrador, que tiene que convivir en el marco liberal en el que hasta introducido cambios radicales en los ultimos siete an̈os, entre 2018 y 2025.
Ahora bien, en su propio turno, tales fuerzas ahora dominantes deben mantenerse en máxima alerta inteligente para no incurrir en un oxímoron y “boomerang” que podrían provocar consecuencias todavía más crueles que las que prohijó el modelo trastocado que se está removiendo.
Los casos a la vista en sudamérica (Argentina, Bolivia o Ecuador, ni que decir de Venezuela) o centroamérica (Honduras y otros más) deben servir de lecciones inolvidables para evitar que, en sustitución hoy del buen vivir aymara o man̈ana del humanismo mexicano, con una ayudadita del jerarca oton̈al estadounidense, nos preparemos juntos para mal morir.
Morir drogados, endrogados y sedientos, engullidos en el pantano de un Norteamérica sin alma mientras nos auto celebramos, como Santa Anna después de El Álamo, o mientras jugamos en el casino global del futbol.
Para inducir el renacimiento y sustentación de un capitalismo democrático, social, comunitario y constitucional en el que quepamos todas y todos, debemos seguir abrevando de nuestras mejores filosofías, experiencias y saberes prácticos compartidos.