Hiram Ruvalcaba: ‘Yo no puedo renunciar a la idea de que el mundo puede ser mejor’

La tarde está por caerse a pedazos entre cielos cada vez más opacos por el esmog en el Centro Histórico de Querétaro. Hay un viento de espanto que de cuando en cuando se lleva los papeles y los vasos vacíos de las mesitas que dan vida al piso aquel que sirve de sala de entrevistas, de foro, cafetería, espacio para fumar, set fotográfico.

Casi todo lo imaginable. Las personas, por la hora y por el día, somos cada vez menos, pero entre ellas está el escritor Hiram Ruvalcaba (Zapotlán el Grande, 1988), que ese día va acompañado de su hijo, a quien observa de reojo a cada tanto y ordena tiernamente ponerle fin al tiempo de pantalla y comer lo que sea que guarde el tóper. Este no hace ninguna de las dos cosas; acaso porque se aprovecha de que su padre responde atentamente las preguntas que aceptó escuchar de este diario.

Todo pueblo es cicatriz se publicó en 2023. Este 2025, el autor ya ha publicado otro libro (Los inocentes), pero el Hay Festival Querétaro y la editorial, o quizá él mismo, dieron un segundo aire a la novela mencionada en primer lugar. Vaya decisión acertada ir contra la inmediatez de cuando fue novedad.

Un mundo mejor

“Fíjate que, hace unos años, cuando publiqué Padres sin hijos, me preguntaron qué significaba para mí la paternidad y yo decía que un miedo nuevo. Han pasado como cinco años desde entonces y, ahora, cuando pienso en qué significa para mí ser padre yo creo que ha cambiado un poco mi respuesta y ahora veo la paternidad como un pacto de esperanza, o es un pacto con la esperanza. Yo no puedo renunciar a la idea de que el mundo puede ser mejor”, cuenta el narrador, y confiesa que antes, cuando “era más morro”, pensaba: “no, güey, si se pone muy culero, igual me chingo unas pastilla y adiós mundo cruel”.

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“Y ahora que soy papá no puedo renunciar… tan fácil. Yo no sé si todos los que asumen la paternidad lo vean así, pero en mi caso sí: no puedo renunciar a la posibilidad de que el mundo pueda ser mejor para mí, para mi hijo, para los que vienen.

“Porque yo, en otra de mis ideas locas, (lo que pienso) es que cuando uno es padre, uno en realidad no solo es padre de sus hijos, es como: bueno, esta es la generación que está sobreviviendo a lo que mi generación les vaya a dejar, y a veces ni siquiera es mi generación, es la de nuestros padres o nuestros abuelos”, asevera antes de bromear sobre la no juventud de todos esos personajes que ahora gobiernan.

Gritar ante la complejidad y la violencia

“Me parece que en Todo tiempo es cicatriz hay una frontera hay una frontera simbólica muy importante entre aquel mundo de mi infancia y mi primera juventud en la que yo podía ser un joven ilusionado y estar pensando en que no me iba a pasar nada. Eso ya no existe. Y digo: yo soy hombre y soy un señor, y aun así me la pienso de salir a ciertas horas, de ir a ciertos lugares

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“El circuito de la violencia es muy real, es muy evidente. Hay mucha gente que lo niega todo el tiempo porque le parece comprensible tratar de no creérsela. Yo, con toda honestidad, creo que sí vivimos una época históricamente compleja, terrible, y ante el terror siempre ha habido dos opciones: callar o gritar. Y a mí me parece que como generación tenemos que empezar a señalar problemas mirándolos fijamente”, espeta.

Miedo a la esperanza

Ante escenarios complejos y violentos, en los que parece haber opciones de respuesta que irremediablemente concluirán en un escenario de polarización, resulta inexorable repensar, elucubrar nuevas posibilidades, asirse a las alternativas no evidentes del mundo.

“Creo que hay una resistencia entre algún sector de la población a aceptar este tema como parte de la cotidianeidad. (…) Sí hay obras culturales que promueven la violencia —el narcocorrido es una exaltación de una forma de vida violenta que es completamente real—, pero cuando la cultura afronta la violencia de manera crítica, cuando la cultura ve este monstruo a los ojos, me parece que es la actitud correcta porque, cuando tú vas al doctor porque te aqueja una enfermedad, y el doctor de pregunta qué te duela, tú no le dices: no te voy a hablar de mi dolor porque no quiero que exista.

“Tú le vas a decir me duele aquí, me duele el corazón de ver la pinche muerte, me avergüenza que todos los días mueran diez mujeres, me duele un chingo mi país porque matan a las personas transexuales a pedradas o a golpes, cabrón, o sea: no puedes dejar de reconocer que esta realidad existe como ciudadano comprometido con el futuro del país”, reflexiona.

Literatura para mirar

Tras relatar a 24 HORAS las razones que lo alejaron de la labor de reportero y las de querer ser médico, el también autor de La noche sin nombre considera que en la literatura también se ha tenido que enfrentar a cierto tipo de problemas como ver el dolor de frente.

“Creo que la literatura me ha ayudado a cuadrar ciertos intereses periodísticos, históricos y, por supuesto, estéticos. Creo que el escritor contemporáneo, quizás el escritor de toda la vida, pero, sobre todo, yo lo observo en mis contemporáneos y en autores de generaciones cercanas: hay una vinculación muy evidente entre el testimonio y la ficción, o entre lo real y lo ficticio.

“Pienso en la gran novela de nuestros tiempos, que es El invencible verano de Liliana (de Cristina Rivera Garza), que en realidad es una novela-testimonio. Y como ella hay muchísimos otros narradores que, me parece, están haciendo lo mismo. Pienso en Eduardo Antonio Parra, que es uno de nuestros mejores narradores vivos le pese a quien le pese”, observa.

Ficción, eterno recordatorio

Ante la posibilidad de que la ficción sirva como recordatorio del mundo y las realidades en que vivimos, el autor jalisciense precisa, en primer lugar, su escozor con la palabra “servir”.

“Por su raíz, que viene del servilismo, de ser siervo y que tiene también un enfoque económico. Realmente un poema, probablemente, no te dé mucho dinero. A mí me gusta la palabra importar, me parece que la literatura es muy importante.

“La idea de que un libro pueda cambiar las cosas es una discusión que está presente en mi vida como escritor y como académico de la literatura porque yo doy clases, y la verdad es que la respuesta ha ido cambiando: ¿es importante la literatura?, ¿puede cambiar algo la literatura? A veces estoy convencido de que sí, a veces pasan cosas que me hacen decir: esto no lo puede cambiar. Sin embargo, sigue siendo importante recordarles a las personas que leer un libro, experimentar en cabeza ajena un problema moral, un problema histórico, humano en toda su profundidad, por supuesto que te ayuda.

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“Yo creo que hay libros que leídos en el momento adecuado te pueden llevar a tomar decisiones más atinadas, yo creo que hay libros que me han salvado. Creo que si yo no hubiera leído Palinuro de México a los 17 años, hubiera tomado decisiones completamente distintas que seguramente me habrían llevado a caminos mucho más erráticos que el que tengo ahora; creo que si no hubiera leído la Poesía social de Juan Gelman, probablemente no me hubiera importado mucho la migración, o la dictadura o todos estos problemas. 

“Creo que si yo no hubiera leído tan bien a Joyce Carol Oates no habría sido tan sensibilizado a los problemas de género que ahora me interesan tanto. Entonces, si uno como individuo puede cambiar por escuchar una anécdota de un compa en una peda, leer un libro en el momento correcto también te puede hacer reflexionar, y eso me parece sumamente importante. Sobre todo, en un tiempo que parece empeñado en quitarnos la capacidad de reflexión”, reflexiona finalmente.

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