El último de los mohicanos y los bufones del caos

Hoy, tres hombres encarnaron un oxímoron que trascenderá.

Por un lado, el héroe solitario. Sensato. Paladín de las libertades. Un Alonso Quijano del siglo XXI que, armado solo con la razón y el coraje, enfrenta a los molinos de la irracionalidad. El último exponente de las democracias liberales. El último de los mohicanos.

Del otro lado, dos mentecatos. Burdos. Aspirantes a titanes que, embriagados por sus propios delirios, se erigen como perfectos representantes de la estupidez, el insulto y la tiranía. Dos bufones del caos, festejados por hordas de idiotas que, con un entusiasmo digno de mejor causa, celebran lo que no comprenden.

Y así, mientras el recuerdo de los mártires de las ignominias del siglo XX es vapuleado, mientras escupimos sobre la memoria de quienes derribaron el Muro de Berlín, el mundo se llena de imbéciles que, con su complicidad ignorante, corroen los valores que han sido cimientos del agonizante mundo de paz y civilidad en el que aún vivimos.

Paulatinamente, la estupidez avanza como un cáncer que devora la razón. Y lo peor es que no lo hace con sigilo ni subterfugios: lo hace con estridencia, con aplausos, con vítores de una multitud que celebra su propia decadencia.

Pendejos.

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