Niños ingleses hacen manifiesto por la IA; menores mexicanos luchan por derecho a la educación

En un país donde las decisiones que marcarán el rumbo de la Inteligencia Artificial (IA) se toman en cámaras llenas de debates opacos y promesas incumplidas, un grito de auxilio emerge desde el corazón mismo de quienes serán las víctimas y, al mismo tiempo, los artífices del cambio: nuestros niños. El Manifiesto Infantil para el Futuro de la IA no es simplemente un documento; es una denuncia feroz contra una clase política que, durante demasiado tiempo, ha relegado a las futuras generaciones al margen del debate tecnológico. Los menores mexicanos están en otra onda. Un caso conmocionó a la educación porque una nena fue lanzada desde un tercer piso por tener afición a la cultura Otaku y la musica del k-pop. Fátima es el rostro del bullying en su máxima expresión.

Los jóvenes firmantes del Reino Unido, en cambio, con edades que oscilan entre los 9 y los 17 años, exigen ser escuchados en una era en la que la Inteligencia Artificial está configurando la educación, la salud y hasta el medio ambiente. Sin embargo, en los pasillos del poder, las prioridades parecen disonantes: se promueven innovaciones sin prever los riesgos éticos, ambientales y sociales de un desarrollo desbocado. ¿Acaso el bienestar de las nuevas generaciones es negociable a cambio de beneficios inmediatos y ganancias desproporcionadas para las grandes corporaciones?

En ambos casos, el adultocentrismo es apabullante. En nuestro país, el Secretario de Educación ignoró las quejas sobre maltrato escolar sugiriendo que no pasaba nada a la niña Fátima. En Reino Unido, como en gran parte del mundo, no se escucha a las infancias y adolescencias a pesar de que son ellos quienes reflejan un mayor impacto por la tecnología e Inteligencia Artificial.

Esta situación no es fruto del azar, sino el resultado de un modelo político que privilegia los intereses económicos y el lucro sobre la equidad y la seguridad de la ciudadanía. El manifiesto inglés denuncia, con la crudeza de quién ya ha sido testigo del abandono, que la IA no debe ser una herramienta para aumentar la desigualdad o perpetuar sesgos racistas. Los niños piden medidas contundentes: rastrear y depurar los datos de entrenamiento que refuerzan prejuicios, establecer normativas estrictas y garantizar que la tecnología se desarrolle con un compromiso ético que trascienda la mera retórica.

El clamor de la juventud se convierte, así, en una crítica directa a un sistema que ha olvidado que la educación es la piedra angular de cualquier democracia. Mientras en las aulas se debate el lugar de la tecnología sin una formación adecuada para discernir entre innovación y manipulación, los políticos siguen jugando con promesas vagas y discursos elaborados. La educación, además, debe ser el primer campo de batalla para empoderar a la ciudadanía y evitar que la IA se convierta en un arma que refuerce las brechas sociales.

Y qué decir de la salud y el medio ambiente. Los jóvenes no se limitan a imaginar tutores digitales o aplicaciones de emergencia; proponen un futuro en el que la tecnología trabaje de la mano con las políticas verdes, donde la IA sea alimentada por energías limpias y se utilice para monitorear el estado de nuestro planeta. En una época en la que el cambio climático avanza a pasos agigantados, la indiferencia política resulta no solo irresponsable, sino moralmente inaceptable.

La contundente demanda es clara: es hora de integrar a los ciudadanos del mañana en las decisiones de hoy. Los niños, con una sabiduría que desafía su corta edad, nos recuerdan que el futuro se escribe con acciones concretas y no con discursos vacíos. La responsabilidad recae en los líderes para transformar la innovación en un instrumento de justicia social, asegurando que la tecnología sirva a todos y no solo a unos pocos privilegiados.

En definitiva, el Manifiesto Infantil para el Futuro de la IA es un espejo que refleja las falencias de un sistema político que ha dejado de lado la voz de quienes más dependen de un futuro justo. La juventud exige, con fuerza y determinación, un replanteamiento urgente: construir un camino tecnológico que respete la dignidad humana y garantice que cada decisión tenga el bienestar de las futuras generaciones en el centro de su proyecto. El reto es mayúsculo y el tiempo, implacable. ¿Responderán los gobernantes a este llamado o seguirán postergando el inevitable cambio?

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