Migración y adicciones, maldición del progreso

La intimidación de Donald Trump con imponer aranceles a las importaciones obliga a los gobiernos a buscar términos de entendimiento con un país que recupera su condición de imperio, esto es, someter a los demás a partir de su hegemonía militar y económica. Tiene todo para hacerlo y prueba de eso fue la humillante derrota del presidente colombiano Gustavo Petro, un acontecimiento que a todos afecta y ratifica el oprobio de la imposición. La igualdad entre los estados es doctrina, de poco valor en la realidad y menos ante un gobierno resuelto a desentenderse de cualquier límite sea la ley, su propia Constitución o los acuerdos entre naciones.

México está en un serio problema porque es el país más dependiente de EU. No hay espacio para la confrontación, que entendió bien López Obrador y decidió llevar en los mejores términos posibles la relación con los presidentes Trump y Biden. En buena parte lo logró, aunque las concesiones no fueron menores e igualmente humillantes, como el despliegue de fuerzas armadas y de la guardia nacional para contener migrantes. Para efectos prácticos se hizo propia la idea de criminalizar al migrante, situación de tiempo atrás y de siempre negocio de funcionarios corruptos, ahora transformada en industria por el número de personas con estancia irregular en el país.

La gente abandona sus lugares de origen movidos por una realidad y una creencia. En lo primero están las condiciones que se viven; las dificultades por razones de pobreza y, en los últimos años, por la violencia obligan a muchas personas dejar sus hogares, decisión nada sencilla, trágica, traumática. La creencia es la idea de que en otro lugar se estará mejor y EU de siempre ha sido imán de quienes buscan mejorar sus condiciones de vida, México es opción de tránsito, aunque por las dificultades puede ser de residencia involuntaria. La creencia tiene sustento, fundamentalmente que otros que han logrado viajar e instalarse y no pocos con éxito, especialmente si se compara la pobreza acá y la abundancia allá. Las remesas son el mejor argumento de una migración exitosa, aunque la mudanza esté plena de riesgos e incertidumbre. El migrante prefiere lo azaroso de ir a EU a la ingrata certeza de quedarse.

Cierto es que la mejor manera de abatir la migración masiva es mejorando las condiciones de vida, que tienen qué ver con economía y seguridad. Las autoridades mexicanas se llenan la boca con esa tesis y de los programas sociales (Sembrando Vida), como si fueran eficaces y exitosos. Tirar dinero no ayuda, mitiga la situación en el mejor de los casos, pero integrar al desarrollo económico a los territorios de pobreza es una empresa de décadas y de resultados complejos, por lo que es difícil una solución inmediata; por lo pronto mucho puede hacer la educación y la salud, pero no son prioridad. Un cambio pudiera hacerse en materia de seguridad, pero por la debilidad institucional no hay buenos resultados.

Trump está empeñado en criminalizar al migrante; la deportación y el trato indigno a a ellos es un acto de grosero y permisivo racismo amparado en la ley que deja en estado de indefensión a los indocumentados. Aun así, va a ser difícil que las personas desistan de ir ilegalmente a EU, además se cierran todas las vías para regular y dar cauce a un problema incontenible que, además, aporta a la economía, cultura y riqueza del país vecino. México podrá disminuir, pero no frenar la migración ilegal.

Situación semejante ocurre con el comercio de drogas, difícil de controlar si no se ataca el punto de partida que es el consumo y su ilegalidad en todas sus etapas, incluso la que se presenta en EU. Ahora se sabe que no se requiere ser un sofisticado químico para producir fentanilo, una droga peligrosa y potente más fácil de producir, transportar y distribuir. Difícil combatir al narcotráfico a través de una visión punitiva; hacerlo un tema más de seguridad que de salud pública ha llevado a una situación desastrosa, particularmente para países como México, por la violencia de por medio y el efecto corruptor del negocio de las drogas, corruptor en el más amplio sentido de la expresión y que a todos alcanza la descomposición, no solo a las autoridades, también a las familias, negocios y vida social.

La debilidad de México en la relación con su vecino no impide que presente una visión más amplia sobre el problema de la migración y las adicciones. Hay escenarios para ello, aunque quizás no sea ahora el mejor momento.

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