Zedillo y el eco olvidado de su propio legado
No hay nada más irónico que escuchar al expresidente Ernesto Zedillo, quien en su momento fue el último bastión de un PRI que se desmoronaba, criticar con tanto ahínco a la administración de Claudia Sheinbaum y las reformas sobre la revocación de mandato. En una reciente aparición en el ITAM, Zedillo ha vuelto a la palestra pública, no con la nostalgia de un estadista retirado, sino con la crítica acerba de quien parece haber olvidado los pecados de su propio sexenio.
Zedillo ha pedido a Sheinbaum detener lo que él describe como la “destrucción de la democracia” y ha cuestionado la figura de la revocación de mandato, calificándola de “barbaridad” y una “píldora de cianuro” para nuestra Constitución. Sin embargo, es crucial recordar que durante su administración, México vivió una de las peores crisis económicas, conocida como el “error de diciembre”, que devastó la economía familiar y aumentó la desigualdad a niveles alarmantes. Bajo su mando, el Fobaproa convirtió deudas privadas en públicas, dejando una herencia de corrupción y endeudamiento que las generaciones siguientes aún pagan.
Es algo más que paradójico que Zedillo critique la democracia cuando su administración se caracterizó por decisiones que favorecieron a la élite económica y que dejaron al pueblo en una situación precaria. La privatización de los ferrocarriles, la reforma al sistema de pensiones que perjudicó a los trabajadores y la matanza de Acteal son solo algunas de las cicatrices que dejaron su marca en la historia de México.
La democracia, según Zedillo, se ve amenazada por las reformas actuales, pero ¿se puede hablar de democracia cuando se inició un sexenio con la promesa de continuar con políticas neoliberales que profundizaron la brecha social? La pregunta es retórica, pues la respuesta es evidente en los resultados de esos años: un país más desigual, con instituciones que perdieron credibilidad y una población que perdió la fe en su gobierno.
Sheinbaum, por su parte, ha respondido a estas críticas recordando el legado de Zedillo, no con rencor, sino con la claridad de quien entiende que la historia no se puede reescribir a conveniencia. La presidenta ha señalado que la democracia no se encuentra en vilo, sino que se ha fortalecido, permitiendo debates y la participación ciudadana que antes eran sofocados bajo la hegemonía de un partido único.
Es importante reflexionar sobre estas críticas desde una perspectiva histórica. Zedillo, que ahora habla de democracia y autocracia, fue parte de una maquinaria política que durante décadas mantuvo al PRI en el poder, no siempre con métodos democráticos. Su voz, aunque respetable por su experiencia, resuena con el eco de un pasado que muchos quisieran olvidar: un gobierno donde la corrupción y la desigualdad no solo se toleraban, sino que se alimentaban.
En este contexto, las críticas de Zedillo hacia Sheinbaum y la revocación de mandato deben ser vistas con un grano de sal. No porque no tengan fundamento, sino porque el espejo de la historia nos muestra que no siempre quien acusa es inocente. México necesita avanzar, y para ello, es crucial que las voces del pasado no enturbien el camino hacia una democracia más participativa y justa. Que el debate sea constructivo, que las críticas sean fundamentadas, pero que no se pierda de vista que el verdadero enemigo de la democracia ha sido, y seguirá siendo, la corrupción y la desigualdad, males que Zedillo no solo no erradicó, sino que en muchos sentidos, exacerbó.