Esa ofensiva burla llamada Emilia Pérez

Está por estrenarse una película terriblemente norteamericanizada sobre México, que utiliza el activismo de las madres buscadoras, de manera incomprendida, como un accesorio en el hilo de la historia de un sanguinario capo convertido en mujer trans.

ADVERTENCIA

Esta reseña contiene “spoilers”, o sea que si usted tiene expectativas de verla sin el prejuicio que mis letras pudieran causarle, puede ahorrarse la lectura.

Dicho lo anterior, comencemos.

Este mal logrado musical fue escrito y dirigido por el francés Jacques Audiard. Si fuese una comedia musical, no habría problema en el atropellado español de sus actrices y posiblemente, hasta podría omitirse la extrema ignorancia y profundo desconocimiento sobre los feminicidios, desapariciones forzadas y lógicas criminales que asaltan a México.

Pero no lo es. Jacques Audiard ha tomado de la prensa nacional e internacional aquello que roba las portadas y estremece, la resistencia trans, los indignantes feminicidios en México y seguramente ha visto que los grupos activistas de mujeres que buscan son reconocidas, entrevistadas y leídas. La indeseada fama que ellas han tenido parece haber sido suficiente para que este guionista tomara todas las polémicas de la época para conglomerarlas en una historia sin pies ni cabeza.

La película inicia con una acusación por feminicidio llevado por el despacho en que trabaja la abogada Rita, co-protagonizada por Zoe Saldaña, quien escribe los argumentos orales de su jefe y tiene éxito en una simulación de juicio que nada tiene que ver con el sistema judicial mexicano. El primer gran tropiezo inicia con la ignorancia y la banalidad del musical pop. Mientras que, para las mujeres mexicanas, la justicia es un auténtico drama con ritmos frenéticos en todo caso, de las tamboras que suenan durante las marchas feministas y cánticos que ahogan reclamos, Emilia Pérez retrata a una abogada que danza ritmos pegajosos, sacados de la película de Barbie, con la superficialidad propia del cine palomero gringo que no intenta invitar a la reflexión sino profundizar la inconciencia. Si es que al director le hubiese interesado saber por qué hay una crisis de feminicidios y desapariciones forzadas en México, habría investigado para enterarse de que nuestro falso sistema oral privilegia el ofrecimiento por escrito de gran parte de pruebas, sabría que nuestro sistema es tardadísimo, repleto de instancias que son caldo de cultivo para la corrupción y la impunidad, entonces no habría mostrado una escena digna de un jurado norteamericano que nada tiene que ver con nuestro contexto y que sí es un elemento imprescindible para entender la crisis de inseguridad e injusticia que atravesamos.

Supuestamente, por la brillante “defensa tras bambalinas” de esta abogada, un capo de drogas, sanguinario, criminal y aparentemente muy sudado, “El Manitas”, le llama, la cita y la contrata. Sin existir siquiera un nexo causal sobre cómo “El Manitas” se entera de la existencia de la abogada Rita, que parece ser realmente discreta en su trabajo, al día siguiente se encuentra volando en primera clase a Bangkok para coordinar cirugías de reasignación sexo-genérica.

Es decir, que de abogada pasó a ser asistente. El famoso capo de capos, encima de eso, tiene una personalidad violenta, imponente y autoritaria que se queda en el quirófano pues al salir del mismo, le han cambiado hasta el carácter que ahora es dulce y sensible.

Nadie advirtió en esta película que gran parte del ideario colectivo del mundo criminal se basa en la masculinidad violenta como vía para la imposición de poder. El dominio de los capos en nuestro país realmente se integra de hombres que siguen utilizando la palabra “puto” para referirse a sus oponentes o a los sicarios de los cárteles que no se atreven a sostener el mismo nivel de violencia que las cabecillas. Por supuesto que esta historia es completamente ficticia. No sólo no existió una Emilia Pérez, sino que realmente hay poquísimas posibilidades de que existiera. En el mundo criminal, las mujeres son objetos con los que se trafica para la explotación sexual y trabajo forzado. Son utilizadas para adornar fiestas con sus grandes caderas y pechos artificiales. Ninguno quisiera ser una de ellas pues el ideario criminal es profundamente misógino, intolerante, homofóbico y transfóbico.

Emilia Pérez de pronto se ha convertido en una madre que pide volver a ver a sus hijos, retirada de los negocios criminales, dado por muerto en su identidad masculina y radiante, lesbiana, empoderada y filantrópica en su identidad de mujer. Supuestamente, había mandado a su familia al extranjero y pide que los traigan a vivir con ella, ahora como tía.  Selena Gómez actúa como su antigua esposa y su actuación es deficiente. Ni habla bien el español, ni tiene sentido las palabras que canta. ¿Venerada? ¿Bienvenida? Una deficiente traducción confunde la trama con una presentación musical de Highschool.

Su principal acto es un reclamo musicalizado en el que supuestamente, enlista los sacrificios que ha hecho, “obedecer” a su muerto en Suiza, criar a sus hijos sola, llorar a “choros”, ocuparse de todos y ahora, decir basta. ¿Pero a quien le da la bienvenida? Pues resulta que “welcome” se traduce como “bienvenida” en español, mientras que “you’re welcome” es la respuesta que se da en inglés a un “gracias”, o sea, es como decir “de nada”. La perlocución buscada por el director y guionista era un reproche, un “de nada” tras todo lo que hizo. Pésimo.

Todo esto lo responde cuando ella anuncia su intención de casarse con su anterior pareja, que, según la trama, era mayor que ella y posiblemente la había explotado sexualmente cuando ella estaba entre los 14 y 15 años.

El paraíso se termina cuando Emilia Pérez comienza a decirle que no se llevaría a sus hijos, reclamándole “volver” con su padrote y dejando atrás a la activista de la farándula para reconvertirse en un violentador que amenaza con golpearla y quitarle a los niños. Vale la pena recalcar que el “activismo” de Emilia Pérez consiste en llamar a todos sus ex amigos capos para investigar en donde dejaron cuerpos y donde estaban las fosas clandestinas.

Es decir, que completamente ajeno a la realidad de las madres buscadoras que van peregrinando bajo el sol mientras excavan en distintos puntos, Emilia Pérez se convierte en una buscadora de élite que manda a su abogada a dar dinero a capos encarcelados para obtener información. Obviamente, la ignorancia sobre México hace que el director se imagine, en su mundo de caramelo, que los capos están presos y pueden recibir visitas, cuando en realidad, lo poco que llega a pisar la prisión son algunos sicarios que no acabaron muertos, pero tampoco hablan. El asunto es que “La lucecita” se funda como una asociación que ayuda a las familias a encontrar a sus desaparecidos, cadáveres y se hace de información entrevistando reos. Cuando secuestran a Emilia por el dinero que le ha quitado a Jessi del Monte, el santificado capo recibe toda la compasión.

La película es racista porque proyecta a un México de tierra en el que solo resuena esa melodía chilanga que reza: “Se compran colchones, refrigeradores, estufas, lavadoras…”, exotizante del sicariato convertido en mujer que ha perdido toda la maldad de sus delitos, cambiado la forma de hablar y convertido en una buscadora elegante. Es una película estigmatizante.

Los efectos narrativos de esta locura:

– El borrado de las madres buscadoras, reduciendo su causa a la fama de entrevistas y noticieros que de ninguna manera contiene la realidad de sus esfuerzos forenses. Prácticamente, esta causa es un accesorio de la bondad de Emilia Pérez.

– La empatía con un agresor criminal. La bondad y vulnerabilidad de Emilia Pérez parece borrar a un violentador, capo criminal que inclusive ya transitado a mujer, golpea y empuja a Selena Gómez, personificado por Karla Sofía Gascón. Un personaje diseñado para crear empatía con el argumento de que ha cambiado, es decir, que no habría que perseguir a Emilia porque ahora es madre amorosa y no parece el sicario y padre violento que en realidad era.

– La hipocresía de la industria cinematográfica norteamericana. Mientras que cualquier hispanohablante debe probar un alto nivel hablando inglés para que su trabajo sea mínimamente considerado, cualquiera puede actuar de mexicano hablando pésimo el español y encima, ganar premios por ello en la categoría de otro idioma.

Este filme se estrenará en México el 23 de enero, pero ya acumula varios premios Globo de Oro a la Mejor Película, que además de ser inmerecidos, ilustran el pobre nivel que valora la cinematografía comercial y explica muchas cosas, principalmente, la caricatura que representan los mexicanos en el ideario norteamericano. Una oda a Donald Trump, una ofensa a la memoria de los desaparecidos, a las víctimas de feminicidio, a las madres buscadoras y a la cultura de un país entero. Profundamente incomprendido y mucho menos analizado o mínimamente, conocido para el director francés de esta película.

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