El mito económico de los fascistas actuales y el uso del PIB como herramienta ideológica
“Los mercados pueden mantener su irracionalidad más tiempo del que tú puedes mantener tu solvencia.”
John Maynard Keynes
Pese a la incertidumbre que ha generado el vociferante Trump, existen elementos que permiten señalar que 2025 podría ser un buen año para la economía mexicana. Esto, siempre y cuando, continúe la estrategia actual que posibilita conjugar esfuerzos de todos los sectores productivos, ampliar las bases del consumo interno, cumplir con las metas fiscales y despresurizar el entorno recesivo que impone las altas tasas de interés.
Conviene antes de analizar las expectativas para 2025 tocar dos fenómenos que no dejan de llamar la atención: la incertidumbre que pretenden sembrar los medios y las redes sociales y la tendencia que se observa de utilizar al Producto Interno Bruto (PIB) como una herramienta ideológica.
Es lamentable observar lo que está pasando en las redes sociales: Trump señala quienes son sus enemigos e inmediatamente y en forma sincronizada hordas fascistas inundan estos espacios. Lo que dicen siempre es insultante y se pliega a la consigna de que todo modelo alternativo de desarrollo tiene un cariz comunista, como si lo único válido fuese que se goteé de arriba hacia abajo. Sólo por eso califican al gobierno de México y a su presidenta como “comunistas”, como si serlo – por sí mismo – fuera denigrante.
Resulta cuestionable señalar que un modelo sustentado en una mejor distribución del ingreso (de prosperidad compartida, como lo plantea Claudia Sheinbaum) sea calificado como contra natura al capitalismo. Gran parte de culpa la tienen los gobiernos que se conciben de izquierda por seguir estrategias distributivas. En realidad, desde Adam Smith (principios del siglo XIX) ha existido una constante preocupación por la erradicación de la pobreza como un elemento que posibilita la cohesión social. Más tarde David Ricardo planteó los mínimos de bienestar para dar solución a los conflictos distributivos y propiciar la continuidad productiva de la fuerza de trabajo. Contemporáneamente, los socialistas utópicos pensaron que los hombres podrían ser más productivos si se mejorasen sus condiciones de existencia.
Casi un siglo después –en la gran depresión de 1929– el capitalismo se salvó gracias a la revolución Keynesiana, que en forma congruente impulsó estrategias distributivas para ampliar la demanda efectiva y superar el cerco a la inversión que imponían las raquíticas expectativas individuales que ofrecía el mercado. Nadie podría calificar a Keynes como un socialista –al menos no en el sentido ortodoxo– creía, sí, en los ideales de libertad y progreso, pero no era un partidario entusiasta de la igualdad.
Después de 1929 lo que existió en el mundo fue una especie de consenso ético: la economía no puede desvincularse del bienestar de las mayorías. Más tarde, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, el enfoque y la conducción económica se alinearon a los derechos humanos y por ello, las políticas públicas se encaminaron a fortalecer los sistemas de protección social. Ello significó ampliar el gasto con fines sociales, así como la provisión de bienes y servicios públicos; además de cuidar los niveles de empleo con políticas anticíclicas.
Hablar del fin de la era keynesiana y del ascenso del neoliberalismo llevaría a una larga narrativa; lo que debe quedar claro es que las políticas distributivas dentro de una escala macroeconómica tuvieron su origen en Estados Unidos, durante la presidencia de Franklin Delano Roosevelt. A este salvamento del Estado no se le puede calificar de izquierda o comunista. ¿O sí? Existió, sin duda, una visión revolucionaria o progresista en términos económicos, pero ello no llevaba consigo una connotación política para ubicar al mundo o a los países más dentro del hemisferio izquierdo.
Aun cuando había signos de agotamiento del modelo neoliberal, ante la parálisis económica provocada por la crisis sanitaria del Covid-19, casi todos los Estados nacionales se echaron a los hombros a sus respectivos sistemas económicos para propiciar su subsistencia. Así, las medidas de rescate y asistencia social se multiplicaron, haciendo a un lado en la mayoría de los casos los conceptos básicos de equilibrio fiscal y de prudencia monetaria. El retorno vigoroso del Estado se dio sin importar la geometría política de los países, el propio Trump en los Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil utilizaron estrategias expansivas de gasto para evitar una implosión económica, que inevitablemente hubiera llevado a un colapso social.
Conste que no estoy diciendo que un gobierno progresista no deba tratar de impulsar políticas que mejoren la distribución del ingreso y las condiciones de vida de su pueblo. Por lo contrario, coincido en que lo éticamente correcto para cualquier gobierno siempre será reproducir un sistema virtuoso que amplíe continuamente los niveles de bienestar y de felicidad de la gente. Moralmente, lo más correcto es generar riqueza para distribuirla socialmente, además al expandirse el consumo, generalmente, a todos les termina yendo bien.
El otro elemento que llama la atención en las redes sociales es la de recurrir al comportamiento del PIB para determinar el éxito de una estrategia o un modelo de desarrollo económico. Naturalmente las naciones generan riqueza y tendencialmente año con año esta riqueza tendría que ser mayor. Sin embargo, se requiere de mesura y de no precipitarse para decir que las cosas van bien o ya están bien; menos cuando sólo existen pronósticos y no datos verificables.
Mario Di Costanzo, considerando las proyecciones de CEPAL y OCDE, publicó el siguiente texto: “Dirán misa pero en 2025, Argentina crecerá casi 4 veces más que México, Perú más del doble, EUA el doble y hasta Ecuador más que México”. No es que las comparaciones sean odiosas, sin embargo, es importante poner las cosas en su verdadero contexto. Lo primero que hay que aclarar es que las proyecciones iniciales generalmente no se cumplen y que en el transcurso de cada año fiscal instituciones como FMI, CEPAL y OCDE y otras nacionales, como Banco de México, van ajustando sus pronósticos. Es hasta septiembre u octubre de cada año cuando arrojan sus estimaciones definitivas y aun así existe cierto sesgo con respecto a los resultados finales.
Más superficial es incluir a Argentina en este ejercicio comparativo, cuando la misma CEPAL estima que en 2024 esta economía decrecerá en 3.2%. Estamos, entonces, ante un efecto “rebote”, mismo que se da cuando la base estadística del PIB es baja o muy baja; de modo que cualquier repunte arroja una alta tasa de crecimiento. Lo importante, en su caso, es que el PIB deje de caer. El siguiente objetivo tendría que ser recuperar el nivel del PIB previo a la caída, tal como la prensa “crítica” le recalcaba al expresidente López Obrador en el periodo post Covid.
De ningún modo se le está deseando mal al pueblo argentino, pero sus problemas son profundos y variados al tener mecanismos de corrección alejados a sus posibilidades internas, dado la grave crisis fiscal y financiera por la que atraviesa su Estado. Se vive en un shock y salir de él lleva tiempo, además de ser doloroso en términos de pobreza, contención salarial y desempleo.
Las políticas contractivas son útiles porque posibilitan sanear las finanzas públicas y corregir un conjunto de desequilibrios básicos que desembocan en fenómenos inflacionarios (o hiperinflacionarios) y en una pérdida –generalmente impactante– del poder adquisitivo de la moneda. Sin embargo, reitero, el costo social es inevitable y puede prolongarse por años e incluso por décadas, México ya experimentó esto en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado. La desgracia de un país no puede ocultarse con verborrea ideológica, aun cuando el concepto de economía libertaria parezca atrayente.
De guiarnos sólo por el crecimiento del PIB tendríamos que pensar en Venezuela como una economía envidiable, no sólo por su crecimiento de 6.2% en 2024, sino por la tasa proyectada de 3.1% para 2025. No es así, se trata de una economía aislada: el cerco económico ha originado una crisis humanitaria sin precedentes, que significó la expulsión de 7.7 millones de personas en los últimos tres años. Ahora el beligerante Trump ha amenazado con llevarla a la inanición, requerirá de seguir ampliando su mercado interno y de diversificar sus relaciones comerciales con otros países emergentes, como los del bloque del BRICS, para desplegar efectivamente su potencial productivo; así como de no recurrir a soluciones falsas, mediante esquemas inflacionarios, como lo suelen hacer los gobiernos populistas para impulsar su economía.
Sin importar el tamaño de la economía o del crecimiento económico hace más sentido lo que comentó el expresidente uruguayo José Mújica: “Uruguay tiene 8% de pobres y no tenemos petróleo, gas, ni tenemos la pampa que ustedes tienen. ¿Cómo vas a bancar que un país como Argentina tenga 50% de pobres. Eso es un pecado contra la naturaleza”. Lo expresado por Mújica también sería aplicable para casi todos los países de América Latina, sin excluir a Brasil y a México; aun cuando en nuestro país se ha emprendido una estrategia sin precedentes para abatir la pobreza.
Decía que 2025 podría ser un buen año para México, aun cuando se haga realidad la estrategia arancelaria y la expulsión masiva de nuestros migrantes en los Estados Unidos. Este no sólo es un deseo, sino que se tienen las bases para hacerlo; además no debe quitarse del radar que el modelo proexportador sólo ha llevado a una tasa de crecimiento promedio de 2% en las últimas décadas. Hay elementos claves que nos permitirían compensar con creces el impacto comercial y alcanzar la tasa de crecimiento proyectada por la SHCP entre 2 y 3%:
La consolidación de un mercado interno, sustentado en el incremento de la tasa y masa salariales y la disminución de la pobreza.La política cualitativa del gasto público, soportada más en la inversión que en el gasto corriente. Los megaproyectos urbanos e interurbanos y el ambicioso plan de viviendas serán importantes detonantes de la inversión y el empleo.El objetivo irremplazable de mantener el libre mercado, ampliando la infraestructura comercial y la conectividad a bajo costo y atrayendo las inversión externa hacia el país.Los proyectos de coinversión entre los sectores público, privado y social y la necesidad de aprovechar todo nuestro potencial científico y técnico para incentivar los procesos de transición energética y movilidad sustentable.El fortalecimiento de las estrategias de autosuficiencia energética y alimentaria.La firme decisión de mantener los equilibrios básicos en la economía para mantener en un plano descendente a la tasa de inflación. De hacerse efectiva la amenaza arancelaria, se debe tener especial cuidado con el equilibrio en la balanza de pagos; de modo, que los aranceles que imponga México deben servir para disminuir importaciones innecesarias y mantener un saldo sustentable en la cuenta corriente.Mantener el nivel hasta ahora existente en las reservas internacionales, vital para contar con un tipo de cambio controlable y para contener el impacto de las burbujas especulativas provenientes de otros mercados.Proseguir con el proceso de disminución de la tasas de interés, que permitirá no sólo incentivar el consumo y la inversión, sino despresurizar la carga financiera de las deudas pública y privada.
Hay algo que se me olvidó decir antes, la riqueza de las naciones es una potencia inmaterial, es decir, depende en sumo grado del esfuerzo colectivo y de la creatividad de la gente. No lo duden, México tiene un gran pueblo