México y el fentanilo: entre la negación y la responsabilidad
En las últimas semanas, el gobierno de México ha iniciado una confrontación verbal con The New York Times (NYT) a raíz de una investigación que vincula al país con la producción y tránsito de fentanilo, una droga sintética que ha exacerbado la crisis de opioides en Estados Unidos. Más allá de la retórica y los desmentidos oficiales, este episodio refleja una postura que debilita al gobierno mexicano frente a uno de los problemas más complejos de nuestra era.
Es innegable que México juega un papel crucial en el circuito global de las drogas. El país es tanto productor como ruta de tránsito para sustancias ilícitas que terminan en el mayor mercado consumidor del mundo: Estados Unidos. Sin embargo, la narrativa oficial parece más preocupada por proteger la imagen nacional que por abordar de frente la magnitud del desafío.
Por otro lado, no se puede ignorar el contexto en el que se da esta crisis. La epidemia de opioides que azota a Estados Unidos tiene raíces profundas en decisiones tomadas por su propio sistema regulatorio. Durante décadas, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) aprobó medicamentos opioides que, bajo la promesa de ser seguros, inundaron el mercado y crearon una población dependiente. Las farmacéuticas estadounidenses, protegidas por débiles regulaciones y motivadas por la ganancia, desempeñaron un papel central en este colapso de salud pública.
Dicho esto, la existencia de factores externos no exime a México de su responsabilidad. El fentanilo, una sustancia letal en microdosis, está siendo producido y traficado por cárteles que operan en territorio nacional con preocupante impunidad. Frente a ello, la reacción del gobierno de México, basada en descalificar el reportaje del NYT como una maniobra sin sustento, no sólo es ineficaz, sino también contraproducente.
The New York Times es uno de los periódicos más respetados y rigurosos del mundo. Sus investigaciones no son improvisadas ni carentes de pruebas; están cimentadas en años de experiencia y un compromiso con el periodismo de calidad. Descalificar este tipo de reportajes sin presentar evidencia contundente no hace más que proyectar una imagen de debilidad y vulnerabilidad.
En lugar de adoptar una postura defensiva, México debería asumir un enfoque proactivo. Reconocer el problema no equivale a rendirse, sino a demostrar voluntad de cambio. Aceptar que existen redes de producción y distribución de fentanilo en el país, y comprometerse a combatirlas con estrategias claras y resultados medibles, fortalecería la credibilidad del gobierno mexicano tanto a nivel nacional como internacional.
El verdadero liderazgo no consiste en negar los problemas, sino en enfrentarlos con determinación. Mientras México continúe optando por pantomimas y confrontaciones inútiles, seguirá perdiendo la oportunidad de tomar control de la narrativa y, más importante, de la situación. La crisis del fentanilo es un llamado urgente a la acción, no a la negación.