El socialismo de la 4T “destructor” de instituciones

Sorprende leer los términos en que ciertos discursos anti-4T insisten en el supuesto ataque y destrucción de este proyecto a instituciones que aquéllos califican de democráticas y republicanas

De entrada, en esos discursos no se hace referencia a un contexto previo, causas o responsables que motivaron en 2018 y 2024 la intensa y contundente reacción popular, la cual por fortuna ha sido electoral y no violenta, pero sí claramente a favor de otro proyecto de nación y adversa a la institucionalidad que aquéllos defienden con dogmática persistencia.

Según dichos textos, parecería que, de repente, el movimiento de la 4T apareció en el escenario político para sembrar la discordia, dividir, polarizar y destruir sin sentido alguno.

Es lamentable que esos discursos quejosos, propios de mentalidades rígidas, olviden y no reconozcan que las instituciones de la transición democrática fueron el fruto de pactos entre élites políticas y corporativas, que luego pasaron a convertirse en usufructo de carteles interpartidarios y empresariales formales e ilícitos.

Estos, en su operación real bajo circunstancias cambiantes, sobre todo a partir de las reformas de año 2014, terminaron dañando el tejido social de la nación y debilitando al máximo al Estado, al grado que la llamada división de poderes en los hechos se trocó en poderes de la división –lo que en su momento fue calificado como “feuderalismo”– para neutralizar la acción del gobierno presidencial, desde el gobierno de Zedillo al de Peña Nieto, y sacar ventaja de esa malhadada condición.

Empero, más allá de tales observaciones, deseo advertir que entre los graves vacíos de los textos de varios prominentes intelectuales anti-4T se infieren por omisión y contraste los signos positivos que este movimiento, proceso y proyecto popular ha propiciado, sin que tampoco esté exento de debilidades. El espacio aquí sólo alcanza para colocar algunos ejemplos.

La “destrucción de la 4T” ha propiciado condiciones favorables para muchos, no solo para las y los más pobres que han visto mejorar sus raquíticos salarios o prestaciones sociales convertidos en derechos constitucionales, pero algo es algo.

Los ha propiciado también para grandes empresarios y para los más ricos del país que lideran empresas –que son instituciones boyantes– en sectores clave como el financiero y bancario, de telecomunicaciones y servicios, en general.

El “socialismo destructor” de la 4T ha otorgado licencias a nuevos negocios en forma de bancos digitales que abren en México –lo digo en doble sentido– porque seguramente saben que los expropiarán en cualquier momento, o bien, porque no les dan certeza a los débiles mentales que invierten 40 mil millones de dólares anuales desde el extranjero.

La “destrucción” es notoria, seguramente, en los desproporcionados haberes de servidores públicos de alto nivel que tendrán que buscar otra forma de asegurar un cómodo presente y futuro, muy por encima de la absoluta mayoría de aquellos a quienes se supone que tenían que servir y que a cambio no recibían los resultados esperados de la función pública, sino que sobrevivían y perviven aún con las migajas que caen de la fábrica que los exprime de sol a sol.

La “destrucción” se advierte en la sacudida de cabeza que han experimentado los inconscientes que han visto cómo se lucha por reponer el sentido cívico y la conciencia social de las generaciones jóvenes a las que se les privó de la educación cívica e, increíblemente, no conocen la historia mínima de México, ya no digamos los procesos históricos, sino ni siquiera a sus principales héroes.

La “destrucción cuatroteina” ha reducido la democracia, dicen los críticos dogmáticos, pero no se refieren a la ampliación de los derechos políticos que se ha instaurado en el nivel constitucional mediante la revocación del mandato, o bien, la propuesta inédita aunque ciertamente riesgosa de la elección popular de la judicatura, que democratiza la llave de acceso y acercará el aparato de justicia al pueblo y su ciudadanía. Ojalá que este pueblo se apropie de esa llave y pueda acceder pronta y efectivamente a la casa de la justicia reinstitucionalizada.

Asimismo, se dice que la 4T ha “dinamitado” a las instituciones partidarias, del PRI, PAN y PRD, pero se olvida que más bien estas cartelizaron la política electoral y de gobierno durante decenios para aprovecharse de la neoliberalización de la economía que ellas mismas facilitaron.

Eso fue algo similar a lo que hicieron con la competencia electoral selectiva montada sobre sus acuerdos cupulares para distribuirse convenientemente el poder gubernamental y recursos de todo tipo, al mismo tiempo que bloquearon lo que llamaban la “reforma del estado”, lo que pluralizó la corrupción y agravó la inseguridad, crimen e impunidad en perjuicio de la vigencia real de los derechos humanos.

Aquí cabe la cuestión ¿qué habría pasado sin la apresurada construcción institucional del partido Morena que recogió y reunió los fragmentos de hueso, tejido o músculo rotos por aquél sistema institucional implosionado por sus propias crisis?

Tampoco se dice que el “socialismo amenazante” de la 4T ha desarrollado la democracia intercultural al transferir poder a las mujeres, jóvenes, adultos mayores, inmigrantes, discapacitados, personas y comunidades indígenas y afromexicanos o a quienes se juegan la vida vendiendo comida rápida en motocicleta sin protección social.

Ah, pero eso sí, se reitera que la “destrucción” sigue sin piedad demoliendo órganos autónomos, cuando bien se sabe que algunos de estos realmente se convirtieron en política o económicamente heterónomos, es decir, pasaron a manos de diversas élites y extraviaron sus fines mientras solían consumirse en reyertas internas por el control de recursos o de oportunidades.

Igualmente, se esconde que, así como dichos entes fueron creados bajo ciertos acuerdos políticos y circunstancias, y que convenientemente fueron diseñados sin conferirles poder sancionatorio eficaz, lo mismo pueden ser objeto de rediseño bajo nuevas circunstancias y en correspondencia con un claro mandato popular de austeridad gubernamental, prioridad a los pobres y sus derechos básicos, eficacia y resultados tangibles de gobierno y administración. Esperamos que así suceda.

En esos discursos, en fin, no se observa la cordura que se reclama sino un coloquio inútil dependiente de un modelo mental que ya no corresponde a la nueva realidad sociopolítica. Se trata de una forma de disonancia cognitiva.

Y es que es notorio que tales personas no reflejan un mínimo de sensibilidad con la otredad que caracteriza ahora a la mayoría de los habitantes del país. Muy lejos están de apreciar que la pretensión de someter a estas mayorías pobres a las leyes del mercado equivale a condenarlas a nuevas formas de explotación en las economías lícita, ilícita o informal y, peor aún, a degradar y poner en riesgo extremo al estado y la nación.

Resulta increíble que tales personajes pretendan seguir cobrando fama y alimentando sus egos al denostar incluso a la primera mujer presidenta de México, reconocida dentro y fuera de las fronteras, cuya inteligencia y voluntad para acceder a la máxima responsabilidad del Estado y cumplir con su mandato en el marco de lo posible es evidente.

La Dra. Claudia Sheinbaum podrá acertar o errar, desde luego, pero es irracional y grave descalificarla, en el trasfondo, por ser mujer o porque sea leal a sus convicciones, cuando se dice que se mantiene bajo el dominio absoluto del expresidente López Obrador o de una quinteta de hombres muy hombres que lo representan.

Cabe resaltar que quienes denuncian o se quejan de la discordia ocultando sus verdaderas causas son los primeros en alimentarla sin remedio.

Tendrían que meditar, como ya lo hacen por fortuna algunos intelectuales o académicos igualmente críticos, pero más conscientes, que el neoliberalismo y su versión mexicana de democracia liberal se quedaron muy cortos en múltiples aspectos: educación, civismo, pluralidad mediática, distribución de recursos, sobriedad, humildad, lealtad, honestidad, sensibilidad social.

En todo caso, deberían usar sus mentes brillantes para analizar y contribuir a la discusión sobre los términos en los que el “proceso destructor” se dirige a sellar las fuentes profundas de las diferencias sociales intensificadas que prohijaron o agravaron el complejísimo y problemático estado de cosas del presente mexicano.

Este realista y desgarrador presente que habremos de continuar encarando y remontando, incluido el cambiante y agresivo escenario de la relación bilateral con la mayor potencia del planeta, bajo cuyas luces y sombras coexistimos en forma codependiente y creemos haber aprendido a lidiar a lo largo de los dolorosos procesos de Independencia, Reforma y Revolución.

¡Buen fin de año 2024, y mejor 2025!

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