Cambio de año 2024-2025 y el tiempo

“Vuela el tiempo, pájaro mayor, dicen los poetas”, es una metáfora sobre el ritmo vital humano empleado por Eduardo Lizalde en “De senectute”, que quizá no le agradaría demasiado a Jorge Luis Borges, quien ha ironizado en general sobre poetas como Pablo Neruda y Gabriela Mistral, y en particular sobre las metáforas aviares usadas por otros dos poetas:

Baltasar Gracián: sobre “los astros lucientes” (estrellas): “gallinas de los campos celestiales” (verso en “Selvas del año”).

Alfonsina Storni: sobre los pájaros en los pinos: “Alados inquilinos tocan sus dulces flautas” (verso en “A un desconocido”, que Borges ha citado un poco alterado, el cual debe decir: “las dulces flautas suenan de alados inquilinos”).

Mientras que para Storni los pájaros pagan renta al árbol por vivir entre sus ramas y las gallinas de Gracián comen gusanos galácticos, las alas del pájaro de Lizalde encarnan el tiempo, son el tiempo, simbolizan el vértigo con que el tiempo se fuga y, con él, nosotros (tal como se ve en el resto del poema: “nosotros somos el tiempo”). Es decir, que la gracejada a que se prestan los versos de Storni y Gracián no es propia para Lizalde que recurre a una metáfora de la vida cotidiana: El tiempo vuela.

Borges, cuya obra no es sino tiempo, está impregnada de tiempo, y que ha establecido al tiempo como el problema esencial y único (se puede imaginar el universo sin espacio pero no sin tiempo, ha dicho) encontraría cuando menos JUSTO el verso de Lizalde.

“Si supiéramos qué es el tiempo sabríamos qué es el mundo y quiénes somos”, dijo Borges a Octavio Paz en un encuentro sobre poesía. “El tiempo ES el problema, es el enigma”, por lo cual resulta más interesante que cualquier posible respuesta. Lo que remite de inmediato a la paradoja en las confesiones de San Agustín y de la cual ya he hablado aquí: “¿Qué es entonces el tiempo…? Si nadie me plantea la cuestión, lo sé. Si quisiera explicarla a quien la plantea, no lo sé” (Libro XI, Cap. 17, de las Confesiones). Si no me preguntan lo sé, lo percibo, lo siento, lo vivo, se podría decir, y si me preguntan, no lo sé, lo ignoro, lo desconozco. En ese concepto de Agustín está la presencia de la idea de dios. En el mismo libro XI, capítulo 14, afirma: “El tiempo es parte de la creación, no anterior a ella”, lo cual representa sin duda una delimitación que amenaza la universalidad de la célebre frase agustiniana.

[Aquí, una lectura de “De senectute” (De la vejez) de Eduardo Lizalde|:

@hectroyhp

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La única manera de percibir el sentido y el paso del tiempo es a través de la afectación que sufre nuestra biología y nuestro ser de acuerdo a lo que se ha llamado el ciclo circadiano. Esto lo ha explicado muy bien Josep María Esquirol en El respirar de los días (2009), incluso de manera técnica. Considera que la experiencia del tiempo está intrínsecamente vinculada a la del movimiento y, muy en particular, al movimiento en el que hay algún tipo de repetición: día-noche, que es el ritmo circadiano; semana, mes, año, que viene desde la observación astrológica milenaria; aquellos movimientos que el ser llega a vivir y percibir de manera consciente en estrecha relación con lo que conocemos como “los astros del universo” y su accionar más o menos conocido. Así se perciben los ritmos del tiempo circadiano, es decir, alrededor del día (circa-diem), de una manera biológica en relación idealmente armónica con la oscuridad y la luz de las 24 horas cíclicas.

Hay una identificación entre tiempo y vida: vivir el presente, que es tiempo. Y resulta mejor no correr tras él, que huye, sino ver y vivir la oportunidad que se presenta a través del instante como momento o situación que requiere respuestas; la reflexión sobre la memoria como tiempo es otro asunto aunque relacionado, como puede ser visto por la duración de Bergson o la narratividad de Ricoeur, dos aproximaciones para la reconstrucción y el posicionamiento psíquico y espacial del ser. Por lo pronto, es en el instante cuando (más que donde) se construye la vida. Gastón Bachelard ha dicho que “el tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas (La intuición del instante; 1932).

Un verso de Nicolas Boileau marca la terrible fugacidad del tiempo:

Le moment où je parle est déjà loin de moi (“El momento en que hablo ya está lejos de mí”), citado por Borges en la conversación con Paz. El tiempo es instante y fugacidad pero también inmensidad inabarcable, acaso incomprensible: “Luna espejo del tiempo”, es otro verso de un poeta persa citado, otra vez, por Borges. Y es que Borges ha dedicado imaginación y meditación al instante y al tiempo en poesía, cuento y ensayo a tal grado que escapa a esta reflexión. Sólo bastan unos versos suyos al respecto por el momento. Aunque “Límites” fue durante mucho tiempo mi poema favorito sobre el tiempo, ahora puede que sea uno más simple, “Las cosas”, un posicionamiento sobre el apego al mundo material imposible de asir cuando llega el fin del tiempo personal.

[Lectura del soneto “Las cosas”, de Borges|:

Ahora quiero referir una investigación más técnica, propiamente científica, que la de Esquirol: Andanzas por los mundos circundantes de los animales y los hombres (1934), un reporte del biólogo y filósofo Jakob von Uexküll, donde antes que pájaros y gallinas se asiste de garrapatas para denunciar la presencia y el sentido del tiempo. Parte de una pregunta: ¿una garrapata es una maquina o un maquinista en relación al ambiente particular que le circunda en lo inmediato?, es decir, ¿es objeto o sujeto? Cuando nace, la garrapata se nutre de cualquier líquido animal, una vez que ha desarrollado todos su órganos, en particular los sexuales, las ocho patas y la fotosensibilidad de la piel (aunque es ciega, sorda y carece del sentido del gusto) distingue, no un líquido cualquiera o la sangre de la víctima sino su temperatura: la guía esa fotosensibilidad que percibe el aroma ácido butírico emanado por las glándulas cutáneas de los mamíferos que chupa, de su presa. Es decir, actúa de una manera proactiva, como un maquinista que manipula antes que como una máquina que es controlada: esta es la diferencia de percepción entre el fisiólogo y el biólogo respecto de la garrapata. El fisiólogo reporta cada ser vivo como objeto, investiga sus órganos y sus funciones; el biólogo da cuenta de un sujeto que vive su propio mundo (la garrapata proactiva) cuyo centro consiste en él mismo. Acierta el segundo, señala Von Uexküll.

Para abreviar, la conclusión de Jakob Von Uexküll de esa investigación reflexiva: El tiempo, que marca todo acontecer, es objetivamente estable frente a la colorida variación de su contenido (materialidad objetiva, digamos), pero el sujeto domina el tiempo de su mundo circundante (la garrapata y el cálculo de la temperatura de su víctima por medio de sus órganos sensibles). Si antes se decía que sin tiempo no puede haber un sujeto viviente, ahora se dice: sin un sujeto viviente no puede haber tiempo.

Esto es, señores y señoras: nos hermanamos con las garrapatas, los individuos actuamos proactivamente en un ambiente de cierto dominio personal (y/o social), esto da sentido al contorno, establece delimitaciones, necesidades, elecciones: Ritmo vital, pues: Tiempo de sobrevivencia con el que interactuamos en el espacio durante un lapso determinado. La garrapata cumple su ciclo al lanzarse un clavado a la piel que perfora para chupar el cálido líquido, preferentemente la sangre caliente. Obtiene así su última cena: come copiosamente, cae al suelo, pone huevos y muere.

Nuestra existencia animal, racional o no, prueba constantemente esa percepción del tiempo. De ahí el valor que se le ha atribuido en el lenguaje cotidiano (recordar a George Lakoff y Mark Johnson en Metáforas de la vida cotidiana; 1986): “El tiempo es oro”; “Juventud, divino tesoro”; “El tiempo es la cosa más preciosa/valiosa del mundo”; “El tiempo no vuelve, no lo desperdicies”; o el pragmático y desagradable y a final de cuentas inútil, Time is money. Ese valor que radica sí, en el instante, pero también en la memoria.  Por ello no sobra nunca repetir las enseñanzas de Séneca y Montaigne sobre la utilización, y el cómo, del tiempo, no esperar a que, como a Sócrates (en Fedón) nos llegue en sueños de último minuto la sugerencia/urgencia de cultivar el arte, es decir, el esparcimiento, el ocio proactivo, el bien-estar en la existencia y la coexistencia; ya no digamos el pensamiento crítico y reflexivo.

[Está muy bien el poema de Lizalde, el tigre poeta, me agrada, pero sobre la virtud de conocer y utilizar propiamente el tiempo tenemos en México una canción de Rubén Fuentes surgida a partir de un poema de Renato Leduc, “Tiempo”|:

Ya sabemos que hay interesados en apropiarse de los pensamientos de dos santos, Agustín y Benito. Ambos, pecadores antes de “renunciar” al pecado. Ya citamos arriba al primero. Ahora, para quien ante la conciencia de la condición finita y mortal quiera sentirse bien al pasar del año 2024 al 2025 (ya que hemos aceptado el régimen cronológico romano-judeo-cristiano), puede con cierto juicio atenerse a esa frase de Cervantes: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades” (La Gitanilla). O bien puede practicar a Benito (San): Hacer las paces antes de la puesta del sol; y el que no quiera, pos’ no.

[En alguna sesión con un profesor que es filósofo, analizábamos alguno de los libros sobre el tiempo, su fugacidad y la humana urgencia de tratar de retenerlo en cierta manera o aprovecharlo. De pronto comenté la canción “Abrázame muy fuerte”, de Juan Gabriel. Referirla no sólo provocó la sonrisa de los compañeros, también el asentimiento de que se trata de una canción filosófica en los términos del paso del tiempo|:

Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo

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