Amahl y los visitantes nocturnos: Ópera navideña hecha para la televisión

I. Los Reyes Magos vs Santa Claus

Gian Carlo Menotti (1911-2007) logró, en medio de una cultura que privilegia la figura y el simbolismo de Santa Claus, insertar con éxito la figura y el simbolismo de los tres reyes magos: Melchor, Gaspar y Baltazar. Como inmigrante italiano llegado en la adolescencia a Estados Unidos, Menotti olvidó por largo tiempo la costumbre o tradición católica en que había nacido y crecido. Pero un día, ante la presión por componer la ópera comisionada por una cadena de televisión estadounidense, esa vivencia infantil con los reyes magos, su canto inesperado, se le hizo presente de nuevo como adulto compositor al contemplar una imagen sobre “el nacimiento del niño dios”. Así, logró inspirarse para crear Amahl y los visitantes nocturnos, ópera estrenada en televisión (la primera jamás concebida de esta manera) el 24 de diciembre de 1951. Más que una epifanía joyceana, el momento se reveló, podría decirse, como un acto de la memoria involuntaria proustiana.

En el historial de la ópera existen, entre los siglos XVII y XXI, alrededor de 60 de ellas con el tema navideño o ambientadas parcialmente en él; como en el segundo acto de la La bohéme, de Puccini, o la escena final de Werther, de Massenet, por ejemplo. Tan pronto como en 1622, el creador de la primera ópera (Dafne; c. 1597) Jacopo Peri, estrenaba asimismo la primera ópera con ese tema: Il gran natale di Cristo salvator nostro; y compositores tan célebres como Chaikovski o Rimski-Kórsakov también han agregado a esa temática en el género operístico.

Naturalmente que Amahl no tiene los alcances ni la popularidad universal del ballet El Cascanueces, de Chaikovski –que se ofrece cada fin de año en los teatros del mundo lo mismo que en Estados Unidos y en particular en el Lincoln Center de Nueva York, donde normalmente se ejecuta la emotiva versión coreográfica de George Balanchine–, tampoco la permeabilidad que ha llegado a tener en USA, también por la televisión, El mago de Oz (1933; Victor Fleming, dir.), pero la breve ópera en un acto de Menotti, que dura apenas un promedio de 45 minutos, ha arraigado en la sociedad estadounidense; primero, por medio de la televisión y progresivamente en pequeñas salas, universidades, en los teatros operísticos. También se ha expandido internacionalmente y es una de las óperas más representadas del prolífico músico.

El compositor ítalo-americano logró algo difícil con un tema simple alimentado por la vivencia de infancia y la imagen de la pintura Adoración de los magos, de El Bosco: penetrar el rudo caparazón del protestantismo anglosajón, oponer a Santa Claus o Papá Noel la presencia de los reyes magos; no fue un logro pequeño, y con ello pudo colocar una obra musical dentro del repertorio de fin de año, cada año.

Por cierto, varios pintores se han interesado en recrear el “nacimiento del niño dios” en que se inspira El Bosco, cuya Adoración de los magos se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York; aun Leonardo Da Vinci tiene su versión. De El Bosco hay otra variante de esa representación en el Museo de Arte de Filadelfia; un tríptico posterior con motivo semejante está en el Museo del Prado en Madrid; en general, El Bosco tiene una serie sobre el protagonista del Nuevo Testamento judeocristiano.

II. El relato y los sueños

El libreto escrito por el propio compositor presenta la historia de Amahl, un niño con problemas de movilidad pues está paralizado de una de sus piernas y camina auxiliado por una muleta. Se trata de un huérfano que vive en un pueblo cercano a Belén (Palestina), fantasioso, imaginativo, un pastor que toca un lindo solo de oboe al principio de la obra, que vive en la pobreza con su madre viuda. Una noche, el pequeño ve una estrella (que no es otra sino la de Belén, según la narración Bíblica de Mateo) y se lo comunica a su madre quien no le cree y le reprende atribuyendo lo dicho a otro de los cuentos del hijo. Ya dormidos, suena la puerta. Son los mismísimos Melchor, Gaspar y Baltazar que en su camino desde oriente al encuentro con el recién nacido, y guiados por la estrella de Belén, se han detenido a descansar. La sorpresa es mayúscula. Sin importar la pobreza, se da pie a la hospitalidad, la alegría, los cantos y la danza hasta que, de vuelta al sueño, la madre intenta robar parte del oro de los reyes. Es sorprendida y al fin perdonada por los reyes quienes explican que el oro (junto al incienso y la mirra) es un regalo para el mesías que cambiará el mundo. Conmovido por lo sucedido, Amahl quiere ofrendar su único tesoro al nuevo rey: su muleta. En ese momento sucede el milagro: el niño atrofiado logra caminar normalmente con las dos piernas. ¡Qué felicidad! Amahl abandona a su madre y decide partir con los reyes para conocer y agradecer al recién nacido.

Esta leyenda recreada por Menotti como una verdad partiendo de sus recuerdos de infancia que capturaron el relato bíblico esparcido e impregnado en las sociedades de nuestro tiempo, bien pudo tratarse de un sueño: El sueño de millones de niños que nunca conocieron ni conocerán la llegada ni de Santa Claus ni de los reyes magos…

III. Lo que nos dice el compositor

Pero conozcamos lo que dice Gian Carlo Menotti sobre esta ópera. Palabras que vienen en el folleto de la grabación original pero que también las dice, aunque un tanto menos detalladas, como preámbulo a la transmisión televisiva del 24 de diciembre de 1951. He hecho la traducción y una combinación de ambas (las del folleto se reproducen en Wikipedia; las otras, en youtube). Habla Menotti:

Esta es una ópera para niños porque intenta recuperar mi propia infancia. Cuando era niño, vivía en Italia, y en Italia no tenemos Santa Claus. Imagino que Santa Claus estaba demasiado ocupado con los niños estadounidenses como para ocuparse también de los niños italianos. Nuestros regalos nos los traían los Reyes Magos.

En realidad, nunca conocí a los Tres Reyes Magos; por mucho que mi hermano pequeño y yo intentáramos mantenernos despiertos por la noche para vislumbrar a los tres visitantes reales, siempre nos quedábamos dormidos justo antes de que llegaran. Pero sí recuerdo haberlos escuchado. Recuerdo la extraña cadencia de su canción en la oscura distancia; recuerdo el sonido quebradizo de los cascos del camello aplastando la nieve helada; y recuerdo el misterioso tintineo de sus bridas de plata.

Y recuerdo que mi rey favorito era Melchor, porque era el mayor y tenía una linda larga barba blanca. El favorito de mi hermano era Gaspar, pues insistía en que este rey estaba un poco loco y bastante sordo. No sé por qué estaba tan seguro de que era sordo. Sospecho que fue porque el querido rey Gaspar nunca le trajo todos los regalos que pidió. También estaba bastante desconcertado por el hecho de que el rey Gaspar llevara la mirra, lo que le pareció un regalo bastante excéntrico, ya que nunca entendió del todo lo que significaba la palabra.

A estos Reyes Magos les debí principalmente las felices fiestas navideñas de mi infancia y debería haberles quedado muy agradecido. En cambio, vine a Estados Unidos y pronto olvidé todo acerca de ellos, porque aquí se ven muchísimos Santa Clauses por toda la ciudad. Luego están el gran árbol de navidad de la Plaza Rockefeller, los elaborados escaparates de juguete de la Quinta Avenida, el coro de cien voces de la estación Grand Central, los innumerables villancicos de la radio y la televisión… y todas esas cosas me hicieron olvidar a los tres queridos viejos reyes de mi infancia.

Pero en 1951 me encontré en serias dificultades. La Compañía Nacional de Radiodifusión me había encargado escribir una ópera para televisión, con la Navidad como fecha límite, y simplemente no tenía una idea en la cabeza. Una tarde de noviembre, mientras caminaba bastante lúgubre por las salas del Museo Metropolitano, me detuve por casualidad frente a la pintura Adoración de los Reyes de Hieronymus Bosch [El Bosco], y mientras la contemplaba, de pronto escuché de nuevo, procedente del lejanas colinas azules, el inesperado canto de los Reyes Magos. Entonces me di cuenta de que habían vuelto a mí y me habían traído un regalo. Y la ópera que escucharán esta noche es el regalo de estos tres reyes. Ahora se los entrego y espero les guste.

A menudo me preguntan cómo escribí una ópera para televisión y cuáles son los problemas específicos que tuve que afrontar al planificar una obra para ese medio. Debo confesar que al escribir Amahl y los visitantes nocturnos apenas pensé en la televisión. De hecho, todas mis óperas están concebidas originalmente para una escena ideal que no tiene equivalente en la realidad, y creo que ese es el caso de la mayoría de los autores dramáticos.

IV. Dos versiones de Amahl

Musicalmente, la obra está integrada por recitados, solos, conjuntos, coros y danzas antecedidos por un bello solo de oboe de carácter pastoral. La obra entra en el terreno neoclásico, posee vena melódica gracias al origen italiano del autor, no es difícil al oído, particularmente si se le sigue con la comprensión de las palabras, de la narración.

Finalmente, si los lectores idealmente lo desean, pueden ver a continuación la ópera completa, es corta. Existe la versión televisiva de 1951, que se creía perdida pero fue recuperada, mas he preferido compartir el filme de 1978 con un elenco encabezado por Teresa Stratas, el acompañamiento de la Phillarmonia London Orchestra dirigida por Jesús López Cobos y la dirección fílmica de Arvin Brown. Está cantada en el inglés original, más puede activarse el traductor desde el youtube. O bien puede hallarse una versión colombiana en español del taller de ópera de la Universidad del Norte. Por cierto, en México esta ópera se ha presentado sobre todo en escuelas y conservatorios. Recientemente, en el Teatro de las Artes del Cenart (2021) y en la Ópera de Guanajuato (2023).

El filme de 1978, con Teresa Stratas:

Y por si acaso, la versión colombiana en español; producida en taller pero bien hecha:

Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo

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