Paulette Jonguitud: “Quise compartir lo que es vivir en el asedio de tu propia mente”
Paulette Jonguitud (Ciudad de México, 1978) es una autora dedicada, metódica. Aunque los momentos no sean propicios, o parezcan pantanosos, no consigue impacientarse. No parece que así sea. Por el contrario, se muestra apasionada, sencilla, siempre dispuesta al diálogo. Entregada, por supuesto, al oficio de la escritura que la acompaña desde hace ya bastantes años.
Hace siete años que publicó Algunas margaritas y sus fantasmas (2017). Desde entonces estuvo dedicada a las letras, pero desde otros enfoques. Durante la pandemia, con los ratos que tenía disponibles para ello, entre el ambiente funesto que rodeaba a la tragedia y el cuidado de sus dos hijos pequeños, escribió El mundo desplazado (Penguin Random House, 2024).
A propósito de, platicó con este diario acerca de, entre otras cosas, cómo fue escribir esta novela, la construcción de los personajes (con ecos al gótico sureño), el miedo como motor, el trastorno de ansiedad.
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—Fue en 2017 que publicaste tu último libro, si no mal recuerdo. ¿Desde entonces estuviste escribiendo este libro, o, en qué momento dijiste: “Necesito escribir esta historia”?
—Pues… —recuerda con calma Jonguitud desde lo que parece ser su espacio de trabajo (o no), rodeado de libros—, yo creo que fue desde 2019, 2020. O sea, tomó poquito más de cuatro años desarrollar El mundo desplazado (por) completo porque… bueno, de entrada, se atravesó la pandemia y, a diferencia de muchas otras personas que escribieron mucho durante la pandemia, yo casi no escribí nada; a lo mejor porque tengo dos hijos chiquitos, entonces no hubo cómo. Y —complementa— parte de la estructura fragmentada mi novela tiene que ver con que trataba de escribir, escribía cuando podía, por momentos, por ratos. Me metía en una voz, me salía, regresaba; me metía en otra voz, me salía, regresaba. Entonces, en vez de pelearme con esta forma de trabajo espasmódica, dije: “la voy a utilizar como la estructura”.
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(Hay en El mundo desplazado una polifonía que, en cierta medida, va marcando la pauta. Todos esos personajes son mujeres que atraviesan, a su modo, las experiencias que implican ser, precisamente, mujeres. Por ello la diversidad de voces, de edades, de circunstancias. Una sola no hubiera sido útil. A propósito, la novelista comentó:
Disfruté más escribir el personaje de Inés (INZ), el personaje de la niña. Me quedaba más distante en edad, pero quería no tratarla con condescendencia, quería respetarla con la misma seriedad con la que trabajé a las mujeres adultas porque estoy convencida de que los niños tienen una lógica muy precisa y que es muy fácil identificar cuando un personaje niño está pensando como adulto, entonces quería que no hubiera esos huecos. De pronto me metía yo con mis 45 años en la mente de Inés, decía: “no, aquí estoy hablando yo, regrésate, asústate como niña, preocúpate como niña; ella me costó mucho trabajo, pero la disfruté mucho. Y la que yo creo que menos disfruté fue Agustina, que es de mi edad, quizá porque estoy muy cercana a ella, entonces no me significaba mucha exploración ni grandes retos en cuanto a pensamiento porque la puse muy cercana a mí.
EL MIEDO AL MIEDO
—Esto del miedo al miedo me parece fantástico —externa la autora sobre el cuestionamiento ante el significado o el devenir del miedo, de lo que implica sentirlo— porque es una de las formas en las que he encontrado definida la ansiedad. El trastorno de ansiedad, se puede decir que sí tienes miedos concretos, y un chingo de miedos imaginarios, ¡pero millones!…
Lo que más miedo te da es el ataque de pánico, el ataque del miedo. O sea, lo que más miedo te da es el miedo. Lo que más miedo te da es sentir miedo. Entonces, yo, de entrada, me parece uno de los trastornos de personalidad más solitarios; la ansiedad, porque no hay una señal hacia afuera de que lo estás transitando, profundiza la autora. Quería tratar de compartir lo que es vivir en el asedio de tu propia mente, y también tenía la intención de trabajar un personaje que fuera una mujer monstruo y, pensé: “si ese monstruo pudiera heredarle su monstruosidad a su hija y a su nieta, ¿cómo sería?”, entonces para mí, digamos, la cosa que más miedo me da es la ansiedad, pensé: “¿qué sería lo más terrible que pudieras heredarle a tus hijos?”.
El deseo consciente fue siempre entregar la experiencia del miedo. Transmitirlo, que además de las personajes, las y los lectores pudieran ser cobijados por ese terror, comprensible o inefable, se cual fuere el caso.
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Junto al miedo, el cuerpo. La forma en que las personas guardan una relación con lo corpóreo, cómo somos (o no) capaces de enredarnos en ese espiral sin forma en la lectura. También, el peso del cuerpo más allá de lo material, cuáles son las intenciones.
—De entrada pensaba en que solemos pensar o imaginar que los trastornos como este suceden en la mente y que por eso los llamamos trastornos mentales —explica—, pero también te ocurren en el cuerpo. Un ataque de ansiedad se siente en la panza, en el pecho, se siente en diferentes lugares del cuerpo, entonces no dejan de ser trastornos corporales, desde un punto de vista literario.
Ello, considera la autora, “se parece mucho a leer terror”. Porque cuando lo leemos lo sentimos en el cuerpo, es algo profundo, que quizá escapa explicaciones lógicas. En contraste, dentro de la novela, quiso contraponer el trabajo de algunas artistas que trabajan con cabello, con piel, con sangre menstrual, con todo lo que emite el cuerpo, y ponerlo de frente con las máquinas. “Una yuxtaposición de fuerzas en la intención de trabajar algo mecánico, que no tenga nada tuyo”, detalla.
Finalmente, en este recorrido circular, lleno de arte y artistas por doquier, Paulette Jonguitud confesó que la acompañaron las letras de Cristina Rivera Garza y El invencible verano de Liliana, Todas las esquizofrenias de Esmé Weijun Wang, Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson, Lincoln en el bardo de George Saunders y un libro que, recalcó, le da muchísimo miedo: Song for the Unraveling of the World de Brian Evenson.