El día que María perdió la voz: una ópera que invita a escuchar a niñas y niños

Casi toda una vida nos cuesta entender que saber escuchar es más importante que saber hablar, pero en esto último, invertimos los primeros 15 años de nuestras vidas. Escribir y hablar con propiedad, conocer el español, sus reglas, las cacofonías y las conjugaciones, los artículos y los latinismos. Escribir bien, hablar mejor. Pocas veces nos enseñan a escuchar.

En la antigua Grecia, la importancia de saber escuchar era un valor importante, especialmente en la enseñanza y la filosofía. Un ejemplo clásico es la relación filosófica entre Sócrates y su discípulo Platón. Sócrates lograba brindar maestría mediante el diálogo, su oratoria era impecable, su retórica aún más. Pero siempre insistía en que para llegar a la verdad no bastaba con hablar, sino que era imprescindible escuchar atentamente a los demás.

Una anécdota sobre la escucha en la filosofía socrática ocurrió en una de las famosas conversaciones que Sócrates mantuvo en la plaza pública de Atenas. Un joven arrogante, convencido de su propio conocimiento, se acercó a Sócrates para desafiarlo, sosteniendo que ya sabía todo lo necesario sobre la vida. Sócrates, en lugar de reaccionar, le preguntó: “Si ya lo sabes todo, entonces, ¿por qué has venido a hablar conmigo?”. El joven se quedó sin palabras. Sócrates continuó: “El primer paso hacia la sabiduría es reconocer lo que no sabemos, y eso solo se logra escuchando con humildad”.

Tan es así que, en la antigua Grecia, a los oradores que utilizaban discursos falaces o engañosos se les solía llamar sofistas. Aunque originalmente los sofistas eran maestros y filósofos que enseñaban el arte de la retórica y la argumentación, con el tiempo el término adquirió una connotación negativa.

Los sofistas eran criticados por filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes consideraban que muchos de ellos utilizaban el lenguaje de manera manipuladora, con el único fin de ganar debates o convencer al público, sin importar si lo que decían era verdadero o justo. En lugar de buscar la verdad, los sofistas eran vistos como aquellos que priorizaban la persuasión a través de técnicas retóricas, incluso si esto implicaba engañar o distorsionar la realidad.

Por eso hoy este espacio se dedica a la voz de las niñas y los niños, que en su infinita percepción y escucha, tienen el poder de revertir el exceso de habla para adquirir la virtud de la escucha.

El teatro tiene el poder de narrar historias que trascienden edades y generaciones, y en El día que María perdió la voz, una ópera para niñas y niños que regresa al Teatro El Galeón Abraham Oceransky, se explora una lección universal: el arte de escuchar.

Presentada por la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), esta producción de Ópera Portátil, con dramaturgia de Javier Peñalosa y música de Marcela Rodríguez, estará en cartelera del 19 al 27 de octubre bajo la dirección de Katia Castañeda. Los principales protagonistas son los menores del Coro de niñas y niños de los Talleres de Corina, donde una pequeña mariposa con nombre de la flor de Alhelí destaca con su gigante presencia.

El día que María perdió la voz es una ópera de cámara que logra conectar con el público infantil a través de una narrativa lúdica y accesible. Con una estética musical contemporánea, la obra, a través de sus elementos sencillos, casi como juguetes infantiles, aborda la importancia de escuchar a los demás. María, una niña a la que le encanta hablar sin parar, pronto enfrenta un suceso inesperado: pierde su voz. En su búsqueda por recuperarla, ella y su familia atraviesan una serie de aventuras que involucran a médicos, brujos y robots parlanchines.

El elenco, conformado por Catalina Pereda (María), Ricardo Estrada/Jesús Estrada, Raúl Román, Ulises de la Cruz, Alejandro Márquez y Ana María Benítez, junto con el Coro de niñas y niños de los Talleres de Corina, nos lleva de la mano en esta odisea cómica y entrañable. Cada personaje aporta su propio toque de humor y reflexión en una obra que, aunque dirigida a niñas, niños y adolescentes, tiene una profunda resonancia para cualquier espectador.

La dirección musical de Analí Sánchez Neri y la escénica de Alejandro Márquez logran una conjunción perfecta entre el entretenimiento y el aprendizaje. El diseño de iluminación de Braulio Amadís y el vestuario de Marcela Rodríguez complementan la propuesta visual, mientras que la producción de Ana María Benítez asegura una experiencia artística inmersiva, con las infancias al centro de la experiencia.

Esta obra no solo busca acercar a los más pequeños al teatro y la ópera, sino también desempolvar este género a menudo percibido como elitista, haciéndolo accesible y relevante para nuevas generaciones. La Opera no es únicamente para adultos con gustos finos, también es para las niñas y los niños. Como bien señala Catalina Pereda, quien interpreta a María: “Las niñas y los niños son un público generoso, sin prejuicios y sin nociones preconcebidas de lo que es la ópera”. Y en ese sentido, El día que María perdió la voz cumple su misión de devolver la ópera a su esencia popular y universal, mostrando que cualquier persona, sin importar su edad, puede disfrutar de este arte.

La ópera, con humor y una trama sencilla pero significativa, nos invita a reflexionar sobre la importancia de detenerse, escuchar y atender a los demás. En una sociedad cada vez más ruidosa y acelerada, en la que nadie tiene tiempo para escuchar y donde las voces de los más jóvenes a menudo se pierden entre las de los adultos, esta obra se convierte en un recordatorio valioso de que escuchar no es solo un acto pasivo, sino una herramienta de progreso.

La puesta en escena es una oportunidad perfecta para que niñas y niños se sumerjan en el arte, no solo como espectadores, sino también como protagonistas en una reflexión sobre sus propias voces y el espacio que ocupan en el mundo. Esta obra, más que un espectáculo, es una experiencia transformadora que abre el camino para que los más pequeños reconozcan el poder de la escucha, tanto en los demás como en sí mismos.

Con funciones los sábados y domingos a las 13:00 horas, El día que María perdió la voz promete ser una experiencia mágica que invitará a toda la familia a compartir un momento único de aprendizaje, música y diversión. En un mundo donde a menudo nos olvidamos de escuchar, esta ópera para niñas y niños nos enseña que, a veces, el silencio y la escucha son los caminos más poderosos para encontrar nuestra propia voz y también para tejer la paz.

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