Reforma al poder judicial: que la polarización ceda a la toga

Podemos contribuir a incrementar el caos o a disminuirlo. Es la decisión que deberá tomar cada persona con capacidad de expresarse en los medios de comunicación tradicionales o de internet. Más ruido contra México no va a beneficiar a México. Lo sensato sería esperar a que la reforma al poder judicial se implementara antes de lanzar acusaciones tremendistas: la república ha muerto; llegó la dictadura; nos van a correr del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá; llegará la peor crisis económica; el peso se devaluará brutalmente; no habrá inversiones; se acabó el Estado de derecho; nadie podrá ganar un amparo al gobierno, etcétera.

Es verdad, nada tuvo de positivo el espectáculo de ayer en el Senado. Pero gente de todos los partidos aportó su dosis de irresponsabilidad e indecencia.

La mala noticia, el griterío en la Cámara de Senadores y Senadoras. La buena, no se escuchó demasiado en los famosos mercados globales entretenidos con el buen debate de la demócrata Kamala Harris, quien derrotó al impresentable Donald Trump.

La peor noticia, que Morena consiguiese su mayoría constitucional gracias a la inmoralidad de uno de los más  deshonestos políticos políticos de la historia, Miguel Ángel Yunes. Otra peor noticia y sin duda mucho más peor, que la oposición panista hubiese regalado a ese siniestro personaje una curul de senador.

Mala noticia también que jóvenes aspirantes a juristas llevaran al terreno del vandalismo su inconformidad legítima y legal por la reforma judicial que no les gusta. ¿Así, con invasiones al recinto de la llamada cámara alta, es como les enseñan en las universidades a defender el imperio de la ley?

Una noticia pésima que puede inyectar optimismo a la derrotada oposición mexicana: alguien lanzó gasolina a los ojos de Luis Donaldo Colosio Riojas. No sufrió daños mayores y, por la agresión, Colosio destacó como el líder que los partidos opositores —lo poco que queda de ellos— necesitan para empezar a organizarse alrededor de una figurar verdaderamente relevante con el único fin de construir una opción competitiva para las siguiente elección presidencial, que llegará, claro que llegará.

Muy buena noticia igualmente la forma serena en que Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, condujo un debate triste que debe quedar en el olvido.

Noticia alegre en la nostalgia, la demostración todas estas semanas de que las togas que se van no merecen irse. No tengo buena opinión de la totalidad de quienes integran la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero lo decente es mencionarles sin excluir como un homenaje por haber resistido hasta el final. Aquí lo hago: Javier Laynez Potisek, Norma Lucía Piña Hernández, Ana Margarita Ríos Farjat, Loretta Ortiz Ahlf, Juan Luis González Alcántara Carrancá, Lenia Batres Guadarrama, Yasmín Esquivel Mossa, Jorge Mario Pardo Rebolledo, Alberto Pérez Dayán, Luis María Aguilar Morales y Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena.

Habría nuevas togas en la corte suprema. Las elegirá el pueblo, como ordena ya la Constitución. Ojalá quienes las vistan lo hagan al menos con la mitad de la dignidad de quienes pronto se marcharán.

No recordamos a los ministros y a la ministra de la SCJN que dejaron sus cargos debido a la reforma judicial de Ernesto Zedillo. Aquel PRI autoritario no les permitió ni siquiera expresar si estaban a favor o en contra: al último presidente del priismo omnipotente le dio flojera escuchar puntos de vista distintos al suyo y cambió la Constitución sin generar ruidos de ningún tipo. Habrá quienes digan que aquella fue una buena reforma, yo no lo sé. Lo que nadie podrá argumentar es que surgió después del estruendo, a veces muy molesto —como el de ayer en el Senado—, que caracteriza a la controversia democrática.

“Que las armas cedan a la toga”, dijo Cicerón, considerado el último defensor de la república en la antigua Roma. Tal expresión significa que el derecho debe tener prioridad sobre la guerra. Me dirán que no estamos en guerra en México, y no, no lo estamos. Pero los enfrentamientos de ayer en nuestro Senado tuvieron mucho de incivilizados.

Hubo de todo: acusaciones de traición, señalamientos de que se dobló la voluntad de algunos senadores con dinero o con amenazas de cárcel, Lilly Téllez lanzó 30 monedas al judas panista Miguel Ángel Yunes Linares, Morena aplastó a la oposición, manifestantes que irrumpieron en el recinto de la llamada cámara alta —reitero, lamentablemente quienes cayeron en los actos vandálicos eran en su mayoría jóvenes que protestaban en defensa del Estado de derecho—, el ataque con gasolina a Luis Donaldo Colosio Riojas, un senador retenido en Campeche.

Así se discutió en el Senado mexicano la reforma al poder judicial que tanto ha dividido a nuestra sociedad. Han sobrado descalificaciones en el debate. Lo hemos visto, se han insultado entre sí quienes promueven la reforma y quienes la rechazan.

Hay que parafrasear a Cicerón: “Que las ofensas cedan a la toga”. La toga la utilizan las más importantes personas juzgadoras, ministros y ministras de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Un brillante abogado, Javier Quijano Baz, en un discurso de diciembre de 2022 dijo que la toga confiere una dignidad casi eclesiástica a quienes la utilizan. ¿Tendrán tal dignidad quienes lleguen a la SCJN después de pasar por las urnas? Prefiero pensar que sí. Tengo la esperanza de que tampoco traicionen a las leyes jueces, juezas, magistrados y magistradas a quienes se elegirá mediante voto popular.

Considero que, ahora mismo, lo menos que podemos hacer por México es esperar la implementación de la reforma al poder judicial antes de cuestionarla. Porque criticarla tanto sin conocer sus verdaderos efectos solo generará incertidumbre, que como bien sabemos no beneficia a la economía nacional.

Es verdad, como lo demuestra el tracking diario ClaudiaMetrics, una mayoría aprueba tal reforma constitucional, pero también mucha gente la rechaza. El problema es que ha faltado diálogo y ha sobrado confrontación.

La reforma al poder judicial ya es un hecho. Lo que sigue es llevarla a la práctica, tarea compleja que corresponderá a la presidenta Claudia Sheinbaum y a su equipo, especialmente a su consejera jurídica, Ernestina Godoy, y a su secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez. Tres mujeres que deberán realizar no pocos ejercicios para llegar a un método aceptable de elección en las urnas de las personas juzgadoras, lo que no se ve sencillo.

El reto no es menor. Esperemos que la presidenta Sheinbaum, la consejera Godoy y la secretaria Rodríguez se asesoren de las y los juristas más brillantes y que más respeten a la toga, ese símbolo de amor al derecho que hoy más que nunca nos hace falta en México.

Y ojalá el resto de quienes opinamos seamos prudentes. El estrépito de ayer en el Senado y de hoy en los medios mexicanos afortunadamente no se oyó en el extranjero por el resultado del debate presidencial en Estados Unidos —también porque la persona más popular del mundo, Taylor Swift, dijo que su votó será por Kamala Harris—.

Pero no siempre habrá eventos de gran relevancia que tapen nuestra polarización. Ya asegurado su último triunfo antes del retiro, deseable será que el presidente Andrés Manuel López Obrador envíe mensajes de tranquilidad y se comprometa a apoyar, con su silencia, a la presidenta Claudia Sheinbaumqu en la tarea de construir conductos para llegar a la reconciliación con las minorías, que quizá electoralmente no tengan fuerza ahora, pero que si no sosiegan —y solo se aplacarán si Claudia le atiende— terminarán por convencer, lejos de México, a gente poderosa de que aquí existe lo que no veo ni tendría por qué aparecer y que no aparecerá si todos y todas colaboramos: una república fallida alejada del Estado de derecho.

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