¿Que la presidenta de México invite al Papa?

Como los chistes que comienzan por “estaba un americano, un mexicano y un chino” tal cual empezó esta controversial historia. Estaba yo en la mesa con un americano, una inglesa, 4 mexicanos y un sudamericano. Hice un comentario bastante plano a uno de los mexicanos, un académico; pero, de manera casi surreal, escaló “la charla” en la mesa a una discusión tal, que no dejaron al académico ni hablar. El tema era, yo pensé, muy aburrido: anuncié que escribiría un artículo para dar mi apoyo para que desde la Presidencia de México se invite al Papa a visitar México en el próximo sexenio, aunque la nueva presidenta electa no comparta mi fe.

Todo pronto se desenvolvió en un pleito muy lejos del tedio. Empezó por los extranjeros y un mexicano, que simplemente no podían entender por qué se requería del esfuerzo de un “texto de apoyo” para algo que consideraban tan absurdamente obvio. Traté de explicarles, y digo, traté, porque no tuve éxito. Dijeron: “El Papa ha ido a hablar hasta en las Naciones Unidas, y la presidencia de México, es un puesto público, que nada tiene que ver con la vida personal del mandatario en cuestión, o su fe”. Pero los mexicanos restantes estaban furiosos en verdad y tacharon a los demás de desinformados. Así que pasaron a recitar sus quejas para alecionarlos… para ese momento, la verdad es que estábamos (me incluyo) ávidos de escuchar a ver si podíamos entender el gatillo detrás de su enfado. Las quejas que se ladraron eran sobre la campaña política de Sheinbaum que este grupo de mexicanos desmerecían como populista y más aun, les irritaba el rol del catolicismo en la misma. Y remataron: “Ella no tiene derecho a incluir al catolicismo en sus estrategias de campaña porque no tiene nuestra fe y es además de descendencia judía…” y terminaron por decir: “solo nos está usando”.

Hace mucho tiempo que no escuchaba yo algo tan descabellado. Creo que estábamos todos atónitos y por eso, mudos. Al académico muy inteligente por fin lo dejaron hablar. Dijo entonces que él podía entender las dos posturas, pero antes de explicar, el otro mexicano interrumpió: “hay que ser prudentes con apoyar acciones en figuras públicas porque el riesgo es de apoyar no solo una iniciativa, sino a la persona en cuestión, lo que representa,  y sus propuestas en general; y en este caso en particular, no estoy de acuerdo con la postura política de la presidenta electa”. Su intervención me permitió finalmente expresar mi opinión. “Y oponerse a la invitación del Papa, qué beneficio tiene?” Yo como monja ermitaña católica, sintiéndome usada o no, experimento ante todo alivio de que la presidenta electa evidenció en su campaña que el Catolicismo es tema de interés popular ya que no lo excluyó de sus argumentos de mercadotecnia en su esfuerzo por recabar votos.

En realidad, probablemente por mi ignorancia en tema político, yo incluso cuestionaría la fina línea que diferencia (en su implementación, no en la teoría) una campaña masiva, como lo son (en el mejor de los casos) todas las campañas presidenciales, y el populismo. Podría parecer irónico que me cueste trabajo entender las estrategias de masas ya que pertenezco en forma muy activa a una de las organizaciones más masivas en el mundo: el cristianismo, que, con más de 2 billones de personas, asciende a la religión más grande del planeta.

Yo he visto en vivo y a color el proceso por el cual la gente decide adherirse al cristianismo, y lo que tiene de extraordinario carece de masivo. Es un proceso individual en el que Dios actúa y establece una relación personal con esa alma. Presenciarlo de cerca, para mí, es siempre una experiencia de espectador, en donde uno no influye en absoluto. No es de grupos, ni de manipulaciones, y aunque multitudinario, es muy personal. Por eso, me es imposible ver el mundo de otra forma que a través de esa perspectiva espiritual, en donde las relaciones individuales, empezando por mi relación con Dios, son las que articulan el sentir de un grupo, y no al revés.

Tal vez sea necesario subrayar que doy gracias a Dios que no tengo ninguna autoridad ni conocimiento en materia política, por lo que no podría yo ni avalar ni tampoco descalificar ninguna postura política. En el marco de las limitaciones en mi conocimiento, yo no voté por Claudia. Yo crecí en la guerra fría. En la época que fui empresaria (antes de consagrar mi vida a Dios) tuve empleados rusos (en mis oficinas de St Petersburgo y Moscú) muy traumados por la injusticia provocada por el abuso de poder; tengo muchos amigos venezolanos desesperanzados, y ahora vivo (desde hace 7 años) en Brandenburgo, en la Alemania ex comunista, en donde hay una pobreza tremenda, especialmente sicológica y espiritual. No es de sorprenderse que temo cualquier tipo o forma de las tendencias de izquierda. Pero me dan miedo no solo por las prácticas autoritarias y las consecuencias en la economía que, a pesar de mi ignorancia en el tema, logro distinguir en mi experiencia de vida, sino porque ví también que con frecuencia, las políticas de izquierda trabajan en erradicar, o atacan, a la fe, que es lo que más me importa. He vivido en carne propia, y palpado más de lo que yo hubiera deseado, las consecuencias devastadoras de esto en una sociedad. Y es por eso que el tema espiritual es el que quisiera yo abordar aquí.

Es objetivo (y no mi opinión) decir que será responsabilidad del próximo presidente de México representar al pueblo que gobernará, que es indudablemente en su mayoría católico. Yo pienso que los católicos deberíamos no solo permitir, sino que exigir que desde la presidencia se apoye al catolicismo, y por supuesto por consecuencia, que se considere invitar al Papa, obviamente, por lo que simboliza (muy al margen de las polémicas recientes alrededor de los costos que implica). Los católicos no deberíamos, creo yo, cuestionar si la presidenta electa tiene derecho o no a hacerlo, mucho menos descartarla por un asunto personal, así sea su fe; definitivamente es de mi interés que el Papa sea bienvenido en México, no por ser un mandatario de Estado, sino por ser la cabeza de nuestra iglesia.

Después de mucho pelear, el americano en la mesa comentó que el tema le sigue pareciendo : “bewildering” (desconcertante): “Aun si decidimos juzgarla por ser  de descendencia judía y limitar sus derechos por ello, no podemos perder de vista que Jesús era judío, y el judaísmo es el origen de toda la tradición católica”. Yo creo que el gringo tiene razón. Tal vez si fuera descendiente de otra religión, como una politeísta, por ejemplo, se podría articular un frágil argumento hacia la incomprensión o incompatibilidad con nuestra fe y sociedad… pero siendo de descendencia judía, oponerse es, además de desatinado (como ya habíamos establecido), completamente absurdo. Y el americano continuó: “¿Le reprocharíamos a Jesús que invite al Papa por ser judío? ¿Le reprocharíamos a un mandatario del bloque comunista que lo haga por sus posturas políticas?” Y por último dijo: “¿Quién más, además de la presidencia, podría invitar al Papa a una visita oficial a México?”

En el tema espiritual, que es el que me compete, considero que fomentar la fe católica en el país es algo que nos debería interesar a todos, incluyendo darle la bienvenida en nuestro país a la cabeza de la Iglesia Católica. Si la presidenta electa de México, o cualquier otra figura de poder en otra rama (como podría ser también un científico influyente, por ejemplo), se interesara más por la teología católica, yo estaría encantada de acercarles a un mejor entendimiento de nuestra fe, de hacerles una buena bibliografía y de recomendarles teólogos famosos y a su nivel con quien podrían disfrutar mucho pelotear dudas y conceptos de manera que puedan integrar esos conocimientos a sus vidas, sus trabajos o en sus puestos de poder.

Ante la polémica si hay que oponerse, o no, a que se invite desde la presidencia en el próximo sexenio al Papa, no puedo dejar de pensar en cómo discernimos asuntos de importancia en el mundo Católico. Cualquier director espiritual recomendaría analizar, al evaluar nuestras intenciones: “¿a quién hace feliz? (no solo en la tierra sino en el plano del alma). ¿Se alegrarán en el cielo por esta iniciativa? ¿O es en el infierno donde la festejan? ¿A quién quiero dar gusto? ¿A quién obedezco, y por qué, o para qué fin?” Uno de los votos (promesas a seguir de por vida) de una persona consagrada católica, como yo, es la obediencia. Pero si el superior da una orden que el súbdito considera que esa acción entristecería al cielo, no está obligado a obedecer, porque al final, la obediencia que prometimos los consagrados, es a Dios, y nada, ni nadie, está por encima de Él. Eso evita, o al menos atenúa, que las figuras de poder (en los monasterios, por ejemplo) sean autoritarias o injustas, y para los súbditos, previene que actuemos en manada, con maldad y sin propósito, como solemos hacer con frecuencia los humanos, tan explícitamente evidenciado, por ejemplo, en la obra maestra de Stanley Kubrick, la película La Naranja Mecánica.

Volviendo a nuestro tema principal, si alguien cree que la presidenta electa Sheinbaum no debería tener en su gobierno derecho a invitar al Papa porque considera que ha utilizado el catolicismo como estrategia de mercadotecnia, yo creo que esa persona podría profundizar más en lo que quisiera conseguir con su postura antagónica, el objetivo y alcances de la misma, y analizar de verdad las metas de sus intenciones (más allá de tener clara la causa por la que se siente ofendido). Si alguien tiene pensado atacarla por invitar al Papa por ser de descendencia judía, esa persona tal vez debería leer la biblia católica oficial para ver que en más del 60% del libro se narra como nuestra historia espiritual cristiana, la del pueblo judío (en el Antiguo Testamento), para después pasar a las enseñanzas de Jesús quien nos invita, además, a evangelizar y ser apostólicos. Si la falta de apoyo a la iniciativa de invitar al Papa es por no estar de acuerdo con las posturas políticas de la presidenta electa, pues me gustaría cuestionar si en esta oposición, la meta al final del camino beneficia, o no, a los católicos y la fe en México, más allá de la política del país.

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