El PRI que todos mataron

Resulta por lo menos curioso cómo es que el tan criticado PRI, dado por muerto por lo menos desde el 2018, suscita una disputa presuntamente interna por un liderazgo que muchos quieren no para transformarlo, sino para utilizarlo como mecanismo de negociación con el poder.

 

Quienes hoy critican la reforma estatutaria, nunca comprendieron que los tiempos políticos habían cambiado.

 

¿Dónde estuvieron todos estos años de crisis los González Parás, los González Curi, y otros exgobernadores que, salvo muy honrosas excepciones, nunca dejaron de participar en las actividades partidistas?

 

¿Vio usted, en la pasada campaña, a un exgobernador priista, el que sea, sumarse abiertamente a los trabajos proselitistas en favor de Xóchitl Gálvez?

 

Bueno, ¿en favor de algún candidato a gobernador de la alianza opositora?

 

¿Ha escuchado usted a alguno de los críticos feroces de Alejandro Moreno criticar al gobierno lopezobradorista o a Morena? ¿No? ¿Seguro que ha visto o escuchado a ninguno?

 

Los críticos de Moreno aseguran que “llevará al PRI a la extinción’’, sin comprender que el PRI del cual fueron ampliamente beneficiados, comenzó su agonía en el año 2000 y murió en el 2018.

 

El PRI se construyó hace más de cien años para responder a las necesidades de un México posrevolucionario; se creó para agrupar a todos los políticos regionales de entonces como una forma de permitirles acceder al poder a través precisamente de un partido político y no por conducto de las armas.

 

Ese México cambió totalmente, sin que el tricolor cambiara; quienes sucesivamente, desde 1997, cuando perdieron la capital del país, dirigieron al partido (otra vez, con notables excepciones), no entendieron lo que la gente reclamaba.

 

Por eso el PRI perdió en el año 2000 la presidencia; 12 años después la recuperó, pero no porque hubiera cambiado desde adentro, sino porque encontró a un candidato carismático y a una oposición dividida y confundida.

 

La derrota del 2018 debió haber sido el timbre que marcara una reforma interna de gran calado, pero no se hizo.

 

La atención de la modificación estatutaria del tricolor se ha centrado exclusivamente en el tema de la reelección del presidente y la secretaria general, pero eso no deja de ser una visión cortoplacista y evidentemente interesada.

 

Sin una reforma real, profunda, que sacuda los cimientos del otrora partidazo, lo mismo pueden poner a Juan Diego de presidente y volverán a perder hasta que el PRI se convierta en anécdota.

 

Primero, lo primero.

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Y mientras los viejos cuadros del priismo apelan a su historia, en Morena no dejan de celebrar el pleito interno del cual, evidentemente, resultan los más favorecidos.

 

No solo por el debilitamiento de la credibilidad tricolor ante la opinión pública (que ya estaba por los suelos), sino porque por ahí habrá dos o tres priistas que tendrán como pretexto “la cerrazón’’ de la dirigencia nacional para sumarse a las filas de Morena.

 

Ya se sabe que el cambio a la camiseta guinda, redime de todos los pecados y peculados.

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Un día después del paso de Beryl por Quintana Roo, las actividades turísticas en los 12 destinos vacacionales del estado comenzaron sus operaciones normales.

 

La gobernadora Mara Lezama informó que el sábado 317 mil 198 turistas disfrutaron de las playas llenas y se registró una ocupación del 63 por ciento.

 

Nada mal, nada mal.

 

      @adriantrejo

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