Alegoría de la palma y la higuera

Acá en la selva no deja de despertar el astro padre asomándose detrás del cerro detonando el diario bregar de las criaturas que pululan entre las ramas y las sombras de la hermana higuera que brota como por arte de magia desde el alto penacho de la palma de coquillo de aceite al posarse algún ave que desde allá arriba la fecunda y serpenteando baja desde su tope deslizándose por su tronco hasta enraizarse. Se le considera la plaga certera, porque pareciera que la hermosa higuera estrangula a la palma, pero no, es ella, la espigada palmera, quien humilde se entrega sin resistencia por el bien común de la selva. Así de misteriosos los procesos de nuestra madre natura.

Crece entonces la especie predominante que con su fronda inmensa convoca a la contención de la humedad, a la proliferación de los ancestros helechos, de los prehistóricos chonchos, y claro está, al descanso de nuestra asoleada mirada. Comprender y conocer el profundo cariño que ha profesado Andrés Manuel a nuestros bosques y selvas, a nuestra tierra buena, a sus mujeres y hombres sencillos que la trabajan ante el inminente arribo de la temporada de aguas regando lo recién sembrado, fue sin duda lo primero que admiró el pueblo fiel en él, rescatando del olvido histórico el humanismo mexicano e instituyéndolo hoy como modo de existencia en la vida pública.

Pero continúan resistiéndose los ofuscados por la soberbia y la avaricia a romper el capelo en el que basan su visión egoísta para nuestra gran nación, sin aceptar la obvia realidad: si la transformación iniciada en 2018 siguió siendo elegida por la mayoría de los mexicanos en 2024, se debe a la satisfacción general que nos invade a razón de las constantes acciones humanitarias hoy constatadas, a los cientos de proyectos socioeconómicos concretados por este gobierno, centrados en la amplia visión de desarrollo contenida en el principio hoy inalienable de que ahora somos una república amorosa.

Les aseguro, señoras y señores frustrados, que será inútil que insistan a la flamante presidenta electa que se aleje del actual presidente, que no mencione ya la admiración que le tiene por la titánica labor que significó el nutrir desde su juventud la raíz del cambio como igual lo hizo ella, porque no cesará su sucesora de reafirmarle admiración cuando se le pregunte, por más que se emperren para que ella lo denigre, para que de él se deslinde, para que cambie de rumbo hacia lo que prevalecía en el pasado, para que se exprese en su contra, para que no dé seguimiento a lo comenzado o trazado por él. Eso, jamás sucederá.

Cuando se lee tanto texto infectado de tal penosa frustración irracional, plagados de incongruencias, no puede uno dejar de preguntarse por acá en lo despoblado del territorio nuestro: ¿lograrán reaccionar por su bien como la palma que cede, y entregarse con esa misma docilidad que se entrega ésta a su ineludible destino para que desde su seno se ignite la vitalidad necesaria que dará la frescura de la inmensa higuera convertida en gran sombrilla atrayendo cada año la lluvia que alimentará el subsuelo despejando luego orgullosa la bóveda celeste su miríada de estrellas en la gran noche de la largamente esperada y merecida nueva luna mexicana?

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