Republicanismo (I)

Hace algunos años, el Instituto Cervantes realizó un concurso en el que convocaba a elegir la palabra más bella del idioma español. Siempre tuve en la mente una sola, de timbrada resonancia: República. En mis recuerdos escolares, la palabra evoca las ceremonias cívicas en un patio terregoso, allá en mi natal Badiraguato, y las gestas de nuestros héroes narradas en los libros de texto. Desde entonces, la palabra viene a mi presencia asociada al nombre de Benito Juárez, el más preclaro de todos los próceres, y a la generación de la Reforma, esos hombres que, en palabras de Antonio Caso, parecían gigantes. Fue aquella la generación más brillante y ejemplar: Ramírez, Prieto, Ocampo, Zarco, Payno, Altamirano… No ha cosechado el país desde entonces tal abundancia de patriotas y magistrados de las dos Repúblicas: la de las leyes y la de las letras. No han vuelto a brillar como entonces, con tanta derechura y cabalidad, las virtudes cívicas y la cultura en los hombres públicos.

La tradición republicana, como casi todas las ideas políticas, hinca sus raíces en la antigüedad clásica. Los hombres de la Reforma bebieron de esa fuente inagotable e hicieron de sus postulados, preceptos. Con ecos de Cicerón, lo mismo que de los pensadores de la Ilustración, el republicanismo llegó a nuestro suelo y encontró en aquella época el terreno más fértil y las mentes más despiertas.

Nuestro Ignacio Manuel Altamirano, de origen indígena y humildísimo, aprendió el castellano entrando casi en la adolescencia y llegó a escribir, según Gutiérrez Nájera, “casi todas las obras buenas de nuestras dos últimas generaciones literarias”. Lector insaciable, mientras ejercía de bibliotecario en el Instituto Literario de Toluca, conversaba con Heródoto, Horacio, Livio y Plutarco, Voltaire, Diderot y Montesquieu. Aquel rapazuelo una vez adulto llegó a poseer una de las plumas más destacadas y fecundas, y cruzó muchas veces el campo de las ideas al de las acciones, pues ejerció los cargos de Procurador General de la República, fiscal y magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Para los republicanos las leyes son el medio para preservar la libertad, no artificios ni artículos de intercambio. En palabras de Cicerón: “Son el vínculo de esta dignidad que gozamos en la República, el fundamento de la libertad, la fuente de la justicia; el alma, el espíritu, la sabiduría y el pensamiento de la ciudad radican en las leyes. Lo mismo que nuestros cuerpos sin la inteligencia, así la ciudad sin la ley no puede servirse de sus elementos, que son como sus nervios, su sangre y sus miembros […]; todos, en fin, somos siervos de las leyes para poder ser libres”. Y remata en otro lugar el gran filósofo de Arpino: “La libertad no consiste en tener un amo justo, sino en no tener amo”.

En los dos indígenas de la Reforma, en Juárez y en Altamirano, podemos ver cristalizada una de las promesas más valiosas del republicanismo: que desde la condición más humilde es posible alzarse sobre los arrogantes y los poderosos,  y hacer valer la única nobleza que la República consiente: la de las virtudes. Tengan salud.

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