AMLO hace brutal confesión… Y se quiere hablar de un chicle
Como he señalado en otro momento, el presidente AMLO se supera a sí mismo. Cuando uno ha creído que el ingenio y barbaridades del jefe del Estado han tocado fondo, tiene una capacidad inusitada de sorprender. En su voluntad de nutrir su ego exacerbado, y seguro de ser el mesías tropical, ha ido más allá de lo absolutamente impermisible.
Ayer, en una revelación sin precedente en la historia reciente de México, reconoció haber intervenido en las decisiones de la Suprema Corte, y en particular, en la persona de Arturo Zaldívar, a la sazón, presidente del máximo tribunal del país.
“Todavía cuando Arturo Zaldívar era presidente de la Corte, había más recato. Todavía, cuando había un asunto así de ese tipo de este tipo nosotros respetuosamente interveníamos”
Andrés Manuel López Obrador
Y sí, así lo dijo el jefe del Estado mexicano. En otras palabras, reconoció cínicamente que ha violado la Constitución (tanto en la letra como en espíritu) ha traicionado a los valores liberales, ha roto una norma fundamental de la convivencia democrática, y en suma, ha buscado abiertamente abusar de los poderes conferidos en aras del empoderamiento ilegal de las funciones de la presidencia de la república.
Huelga destacar que en país genuinamente democrático donde funcionan correctamente las instituciones, el presidente sería llevado a juicio político por alta traición.
Estas escandalosas confesiones superaron ampliamente a aquellas relacionadas con la ayuda a los pobres a cambio de su apoyo incondicional. Es decir, el populista confeso ha cedido su sitio al traidor confeso. ¿Y qué decir del hoy impresentable Zaldívar? Al final, se confirmaron las sospechas. Desde su prestigioso asiento en la Suprema Corte, contribuyó a apoyar los proyectos de la 4T, en un prístino caso de contravención de la Constitución.
Y sí, estas inaceptables declaraciones tuvieron lugar un día después del bochornoso suceso que protagonizó Xóchitl Gálvez cuando, en medio del evento conocido, aparentemente dejó su goma de mascar en una silla del recinto. Sí, de vergüenza ajena. Sin embargo, anecdótico, y difícilmente estará relacionado con un suceso de gigantesco trascendencia como la relación del presidente con el poder judicial.
Resulta absurdo, y si se quiere, irrisorio, lanzar la siguiente pregunta: ¿el vergonzoso suceso del chicle merece hoy ocupar los titulares y la atención de los comentaristas cuando el presidente de México ha reconocido públicamente haber intervenido maliciosamente en las decisiones de la Suprema Corte? El lector tendrá su propia respuesta.