El ocaso del Sol Azteca
Esta etapa es, quizá, una de las peores crisis que vive el PRD. De hecho, tiene prácticamente desmantelada su estructura; no tiene trabajo de base ni mucho menos presencia si nos referimos a liderazgos a lo largo y ancho del país. Con esa premisa, está al filo de su final y en un momento coyuntural crítico. Su intención del voto —a nivel nacional— ronda entre el 2 %. Eso significa que, si hoy fueran las elecciones, estarían técnicamente perdiendo el registro como partido político. Eso, a propósito, es el escenario más visible para ellos, pues las encuestas de opinión, para el caso, muestran una tendencia clara a la baja.
Están pagando los platos rotos por aquella afrenta que sufrió su militancia cuando Jesús Zambrano, uno de los culpables de esta debacle, firmó el Pacto por México. Desde ahí arreció el despreció y, por ende, el éxodo de militantes al seno morenista. La salida de López Obrador significó el golpe más contundente. De hecho, fue la congruencia y la declaración de principios la que motivó a muchos dejar las filas del Sol Azteca. Poco tenían que hacer en un partido que giró a la derecha. En eso coincidimos todos los que, en alguna ocasión, creímos en las siglas de un partido político que nació de la lucha democrática del país.
Es lamentable y muy triste cómo se diluye uno de los partidos políticos que, en su momento, estuvo a punto de ganar la presidencia. De hecho, técnicamente la ganó con López Obrador. El punto es que, en aquel instante, el fraude electoral sucumbió a esa posibilidad. Pero más allá de eso, el PRD, sin temor a equivocarme, vivirá su último periodo electoral. Es cuestión de tiempo para poder atestiguar este hecho. Inclusive, las pugnas internas son la prueba más contundente del paroxismo que se vive, pues el proceso interno o la lucha encarnizada por las posiciones ha puesto los ánimos en otro tono. Mientras la disputa está abierta, el Sol Azteca sigue cayendo en detrimento.
Los dirigentes, si tienen amor a la camiseta, tendrán que reconocer el error grandísimo de haber pactado con la derecha. Por eso el éxodo de militantes a otra trinchera fue inevitable. Además de ello, el costo político terminó por cobrar factura en muchos puntos del país. El PRD, por ejemplo, ha perdido el registro local en más de la mitad de entidades del territorio nacional. De hecho, otra de las agravantes, sin duda, ha sido la traición de quienes han estado a cargo de las estructuras y que, para desgracia del partido, son quienes toman las decisiones y determinan el rumbo.
Jesús Zambrano, de hecho, no ha tenido ni la capacidad —por lo que significó el PRD en su momento— de sacar adelante y reconstruir las bases del partido. El Sol Azteca lucha por la supervivencia política y, de paso, es menospreciado por las fuerzas que integran el Frente Amplio por México. No es un secreto a voces que, para la elección que vivimos, el reparto de posiciones quedó en mayor proporción para Marko Cortés y Alejandro Moreno, presidente nacional del PRI. Y cómo no, si las estructuras del perredismo no tienen mucho que ofrecer. Su adhesión a la derecha, en retrospectiva, fue una maniobra desesperada por la vulnerabilidad que se vive.
Para darnos una mayor idea de ello, hay una lucha intensa por las posiciones locales. En Michoacán, por ejemplo, el perredismo está profundamente dividido entre la dirigencia local y el grupo político que encabeza Silvano Aureoles. Y no solamente en esta entidad, sino en los puntos donde aún conserva el registro. Será que, ante el final inminente del Sol Azteca, buscan reacomodos o posiciones, pues las cuotas de poder, en efecto, desnudan los desencuentros y las pugnas internas por las candidaturas. De hecho, hay pleitos abiertos y reparto de culpas.
No cabe duda de que, ante el final inminente del Sol Azteca, la decisión que tomó Jesús Zambrano de firmar el Pacto por México terminó por sepultar al PRD. El costo político, de igual forma, fue muy alto y tendrán que tragar sapos y reconocer el fracaso de construir alianzas con el PRIAN, eso sí, con una muy limitada abanderada como Xóchitl Gálvez.