Jorge ‘Mágico’ González, el fraile evangelizador del fútbol

Jorge ‘El Mágico’ González, con 65 años y contemporáneo al mejor futbolista de todos los tiempos del área de la CONCACAF (al día de hoy), el mexicano Hugo Sánchez y también del indiscutible e insustituible D10s de este deporte, ayer, hoy y siempre, Diego Armando Maradona, siendo el único al que llegó a considerar pública y abiertamente, no solo a su nivel sino incluso por encima suyo, fue visto la semana pasada en El Salvador, en el mítico estadio Cuscatlán de la capital, San Salvador, inmueble (por cierto) hermano gemelo de los estadios de Tampico y León, en México, ya que fue construido por el mismo arquitecto con sendos planos.

Muchos niños, sobre todo, alrededor del mundo, se quedarían seguro estupefactos y confundidos al ver una escena surrealista: el mejor jugador del mundo en la actualidad, el argentino Lionel Messi y otros gigantes aún en activo, como el uruguayo Luis Suarez y los españoles Jordi Alba y Sergi Busquets, tres de ellos campeones del mundo, haciendo presente cualquier cantidad de glorias a manera de blasones en la cancha, pero con el publico rindiéndose ante el maestro e ídolo, ante el ícono, que para la gran mayoría seria, hasta ese momento, un perfecto extraño.

Paradójicamente, Jorge González se dio a conocer al mundo durante la peor goleada registrada en copas del mundo, en un 10 a 1 en contra en un partido con Hungría, mundial en el que fue visto por gente del Cádiz, y así emigró al viejo continente luego de la cita mundialista, cayéndole la ciudad gaditana como anillo al dedo., pelo largo, desgarbado y despreocupado. Esa personalidad traía consigo, no solo la magia pura, sino fiesta por dentro junto con cierta animadversión a la férrea disciplina profesional, tan es así, que en 1984 el Barcelona (dónde jugaba todavía Maradona) estuvo dispuesto a ficharlo, llegando a jugar con la playera blaugrana en una gira de partidos amistosos por California, pero ‘no hubo química’ entre el equipo y sus parrandas y gusto por festejar a la vida misma, cuestión a la que obedeció que, por mutuo acuerdo, no se plasmaran las firmas en un contrato, regresando al Cádiz de sus amores, dónde aún cuándo descendió a la segunda división siguió jugando ahí, en el estadio llamado por entonces “Ramón de Carranza”, hoy ‘Nuevo Mirandilla”, mismo que aún hoy es su catedral y el, una suerte de santo patrono de la ciudad sureña en España (algo así cómo lo es Maradona a Nápoles); en un momento dado fue cedido a préstamo al Valladolid, a instancias de algún DT de esos de mente cuadrada, que no entienden que a esos garbanzos de a libra, jugadores distintos por su deslumbrante brillo, hay que dejarlos ser, así se tengan consideraciones especiales hacia ellos y una disciplina más relajada incluida.

Por supuesto que su paso por el cuadro vallisoletano fue fugaz, regresando de nueva cuenta a su Cádiz, donde jugó, en los hechos, por una década, de 1982 hasta 1991, año en que volvió a El Salvador, jugando profesionalmente hasta el año 2000, en que colgó los botines a sus 41 años cumplidos; hoy, si viaja uno a El Salvador, no hay expendio de souvenirs, artesanías y/ó ropa qué no venda el jersey de “La Selecta” (ya sea en blanco o en azul), del seleccionado de su país con su nombre estampado en los dorsales y su mítico número diez, atados de forma indisoluble, cómo suele suceder con los craks del deporte más popular del planeta.

Estoy cierto que los niños que vieron el partido ente el Inter de Miami y la Selección de El Salvador, haya sido por televisión o por los cientos de miles de ‘clips’ que aparecen en redes sociales, y particularmente el momento en que los tótems actuales del fútbol aún en activo, se rinden ante una figura de González vestido de manera austera, con el mismo pelo largo y sin peinar, pero hoy ya blanco por la nieve de los años, fueron una calca a la tremenda impresión que se llevaron los naturales de lo que hoy es México, cuando en 1524 vieron llegar a los primeros frailes misioneros de la orden franciscana, y a los vistos cómo todopoderosos e incluso por algunos “teules” (Dioses), hincarse con todo y sus espadas y armaduras de acero ante esos hombres vestidos con sandalias y prácticamente en hábitos que asemejaban harapos, pero que eran una suerte de representación del mismísimo Dios en la tierra, y que al estilo del ‘Mágico’, desdeñaban las riquezas terrenales (González llegó a jugar en el Cádiz por $700 dólares americanos por partido), y que venían en sentido contrario al del futbolista centroamericano, que lo que hizo fue ir a evangelizar el fútbol, tan despojado hoy en día de su esencia más pura, de sus valores más nobles y más aún, de su tan necesario y diría yo, incluso, hasta indispensable, romanticismo.

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