Fallece el escritor José Agustín a los 79 años

Apenas unos días después de su extremaunción, llevada a cabo por un amigo suyo, un sacerdote zapatista, el escritor José Agustín ha fallecido a los 79 años de edad. Junto al sacramento, aprovechó para decir adiós a sus lectores: «Mi trabajo aquí se está terminando». Para muchos, una despedida anticipada; para otros, la muestra clara de que el autor de De perfil pocas veces estuvo equivocado. 

Hacía ya varias semanas que su estado de salud se encontraba en un estado delicado. Fue por ello que el último viernes del 2023, su hijo menor, José Agustín Ramírez Bermúdez, comentó a través de su muro personal de Facebook que el escritor estaba bastante delicado, “debido a problemas de salud que hace años lo arrancaron del mundo literario”. 

Pese a las oraciones y buenas vibras que seguramente sus amigos, familiares y lectores levantaron en su honor, su pronóstico, que su familia comunicó como reservado, terminó siendo desfavorable. Aunque se desconocía la enfermedad que le tenía postrado en cama, se dio a conocer que su estado de salud se había deteriorado severamente. Se considera que sea consecuencia de la caída que sufrió en 2009 en el Teatro de la Ciudad de Puebla, cuando resbaló por una parte del escenario y sufrió fracturas en el cráneo y costillas que le mantuvieron en terapia intensiva por más de veinte días.

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La literatura de la onda y su impacto en las letras

Nacido en Acapulco, Guerrero el 19 de agosto de 1944, José Agustín Ramírez Gómez, comenzó a publicar bajo el nombre de José Agustín, primero en diarios y revistas cuando adolescente y, debido al talento precoz, apenas poco tiempo después, a sus 19 años, empezó a firmar, también prescindiendo de sus apellidos, en los libros que más tarde le harían uno de los autores más influyentes de la literatura mexicana.

Fue La tumba, su ópera prima, la que inauguraría lo que Margo Glantz denominara, atinada aunque despectivamente, como Literatura de la onda, movimiento literario transgresor que se revelaba ante el oficialismo a través de una escritura que bebía del rock and roll, que hablaba de drogas, sexo y cuantos más temas tabú pudieran ocurrise. Más tarde sería Carlos Monsiváis el que dijera que esta herencia, con sus respectivas proporciones guardadas, venía directamente del movimiento beatnik, aquel encabezado por nombres como William S. Burroughs, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, entre otros. 

Más tarde, en 1966, publicaría lo que muchos (incluido un servidor), consideran una de sus obras máximas: De perfil, un libro parecido a un oráculo, como una puerta al nuevo descubrimiento que ha desvelado realidades cercanas a jóvenes y adultos desde la segunda mitad de los años sesenta. No se equivocaba Ramón Xirau al decir que este libro “es y será un documento del tiempo que vivimos”, y qué importa que lo haya dicho en 1967 si esto no deja de ser verdad.

A partir de esas dos incursiones en la novela, sólo hubo más adeptos de su obra con sus publicaciones siguientes, entre las que encontramos: Inventando que sueño (1968), Se está haciendo tarde (final en laguna) (1973), La mirada en el centro (1977), Ciudades desiertas (1982), libro que más tarde se adaptaría al cine bajo el nombre Me estás matando Susana, La panza del Tepozteco (1992) y la trilogía que le hiciera encontrar algunos otros lectores que antes huían a su lenguaje transparente y cercano, repleto de vida y furia: Los tres volúmenes de Tragicomedia mexicana: La vida en México, que comprenden el periodo de 1940 a 1994, y que se publicaron en 1990, 1992 y 1998, respectivamente. 

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De su biblioteca personal: los imperdibles 

La tumba (Grijalbo) no sólo inauguró la literatura de la Onda, sino que significó la invención de una nueva mirada, ubicada en una sensibilidad propia de las pulsiones de la época, arrojada a la modernidad, sin censura, es decir, un contraste furioso ante lo que abundaba en esa generación. Aunado a esa revelación rebelde, este libro es una (falsa) autobiografía, que permite observar la vida desenfrenada de José Agustín, que no sólo evidencia sus inquietudes e intereses, sino que permite observar las fracturas en los círculos literarios, los deseos más profundos de los adolescentes que se encuentran descubriendo el deseo más sórdido y las drogas más psicotrópicas posibles, todo aderezado con un soundtrack curado a la perfección, que ya delataba la melomanía del autor de La miel derramada

Siguiendo por la línea de la rebeldía, hallamos De perfil, una novela que congrega en sus más de 300 páginas un grito de esperanza, que apuesta por una agresiva libertad que, aunque irónica y brusca, no deja de lado la esperanza, la posibilidad de asirse a un cambio que revolucione, de una vez por todas, la existencia, sea ya para decir cambiarlo todo o adherirse con ganas a lo que queda. Aquellos adolescentes que viven en el anonimato y pasan su vida refugiados en los placeres mundanos, encontrarán en esta novela un faro en la oscuridad predominante.

Acaso para completar la triada perfecta, curiosamente dividido en tres volúmenes, está la Tragicomedia mexicana: La vida en México, un documento que registra un periodo de más de medio siglo en el México del siglo XX, que tiene como eje, en sus tres tomos, la política mexicana, alejada de un tratamiento formal, aunque no por ello mentiroso. Con esa característica forma de contar hasta lo más funesto, José Agustín recorre en estos volúmenes los caminos que ayudan a comprender los colapsos, lo que significa vivir bajo la sombra de un país como el nuestro. Qué más decir: se trata de la trágica, pero cómica historia de este México en que nos tocó vivir.

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Su incursión en el cine y las otras bellas artes

Dada su formación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en letras clásicas, en dirección cinematográfica en el CUEC y en composición dramática en el INBA y en la ANDA, nunca se abocó a la literatura como su disciplina única. A la vez que publicaba y agotaba tirajes en la Serie del Volador de Joaquín Mortiz, escribió y co-escribió los guiones de, entre otras cintas: 5 de chocolate y 1 de fresa y Alguien nos quiere matar junto a Carlos Velo, El apando junto a José Revueltas para la adaptación al cine de la novela homónima de este último en dirección de Felipe Cazals y Ciudad de ciegos junto a Alberto Cortés, Bellinghaussen, Fuentes-Berain, Alicia Garciadiego y Tomasa Rivera.

En teatro, publicó, en 1969, Abolición de la propiedad, así como también Los atardeceres privilegiados de la Prepa 6 y Círculo vicioso, obras estrenadas en 1970 y 1974, respectivamente. Esta última le hizo obtener el Premio Nacional de Literatura Juan Ruíz de Alarcón.

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Su vida cerca del fuego

También hubo vida más allá de las letras. Como pocas veces sucede, en el caso de José Agustín su vida personal se vio opacada por todo lo que hizo fuera, fuera como novelista, dramaturgo, traductor, fundador  colaborador de un diario de circulación nacional, docente de alguna universidad en el extranjero o, incluso, como preso de El Palacio Negro de Lecumberri

Sobre este último suceso, el cual narró con lujo de detalle en El rock de la cárcel (1984), se sabe que compartió piso en la penitenciaría con aquellos otros insurgentes y rebeldes que no hacían juego a las fechorías del oficialismo del partido tricolor que llevaba años en el poder. Ahí, además, escribió Se está haciendo tarde, esa novela que, en palabras de Lara Zavala, es su obra más representativa de su madurez, así como también la más arriesgada, innovadora y experimental.

Años antes, previo incluso a cualquier publicación que le comenzara a hacer un nombre dentro de la literatura mexicana, viajó a Cuba junto a Margarita Dalton –quien fuera su esposa por apenas un mes–, a ese territorio en el que acababa de triunfar la revolución castrista. Allí, fue parte de una campaña de alfabetización. 

Más tarde, antes de que naciera Agustín Ramírez Bermúdez, su hijo más joven, quien tiene como padrino a Gabriel García Márquez, pasó casi un lustro en Estados Unidos, entre 1977 y 1981, donde se desempeñó como docente y tuvo también la dicha de conocer a otros escritores latinoamericanos.

Ni tarde ni cerca del final, pero siempre llega el último respiro. A José Agustín, por fortuna, le llegó recostado en su cama en la casa que habita desde hace años en Cuautla, Morelos en compañía de su familia. No le faltaba la muerte para poder llamarle maestro, pero qué se le va a hacer. Descanse en paz.

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