Gabriela Mistral a 67 años de su muerte
Recordada por ser la primera mujer de Iberoamérica en ganar el Premio Nobel de Literatura en 1945, la poeta Gabriela Mistral nació en Vicuña, una ciudad y comuna situada en la provincia de Elqui, Coquimbo, en Chile, el 7 de abril de 1889 bajo el nombre de Lucila de María Godoy Alcayaga. Falleció, a los 67 años, como, entre otros padecimientos, a causa de un cáncer de páncreas en Hempstead, Nueva York, el 10 de enero de 1957, apenas unos días después de haber recibido la extremaunción y de haber entrado en coma.
Una cuenta de X que lleva un registro minucioso del trabajo de la poeta chilena, recuerda hoy día en que se conmemora su fallecimiento que Gabriela Mistral murió en la madrugada, exactamente a las 5:18 de un día como hoy de hace 67 años, abrazada al crucifijo que heredó de su madre. Añaden, además, que la última palabra que pronunció fue “triunfo”.
Posterior a su muerte y los homenajes y rituales eclesiásticos realizados en Nueva York, sus restos fueron trasladados a su país natal el 18 de enero de 1957, con ayuda de un avión de la Fuerza Aérea chilena. Luego de velar sus restos en la Casa Central de la Universidad de Chile, el 21 de enero sepultaron su cuerpo en el Cementerio General de Santiago.
Pese a haber permanecido en este último camposanto a lo largo de tres años, en marzo de 1960 fueron desplazados sus restos a Montegrande, lugar donde deseaba descansar una vez hubiera acaecido. Desde entonces, sus restos reposan en su tumba, misma que fue declarada un Monumento Nacional en 1961.
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Un breve recorrido por su vida
Dada su convicción por la enseñanza, quizá heredada por el oficio de sus personas cercanas, empezó a dar clases como ayudante de profesora en una escuela de La Serena, en 1904. Cuatro años más tarde, pasa de ayudante a maestra, aunque ya no en la Escuela de Compañía Baja, sino en La Cantera y luego en Los Cerillos. Hasta entonces, no había podido estudiar para maestra porque no tenía los recursos económicos para hacerlo.
Sin embargo, pese a la falta de oportunidades, en 1910 logró obtener un título como profesora en la Escuela Normal No. 1 de Santiago. Ese mismo año arribó a Traiguén para convertirse en profesora en el Liceo de Niñas de la región. Quizá relegada por los conflictos que le generaba a sus colegas el haberse “licenciado” sin haber pasado por la escuela como dicta el sistema fue que inició ese recorrido de más de una década ( de 1910 a 1921) por distintas latitudes de Chile para dedicarse a enseñar.
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Para 1922, llegaría a México a petición de José Vasconcelos para auxiliar a la creación y confirmación de un nuevo sistema educativo y más tarde para la creación de un libro que sirviera como punto de partida para la lectura en la mujeres, así como también de punta de lanza en la enseñanza de lo que se hacía en el ámbito rural, indígena y comunitario.
Debido a su activismo social y sus intereses, que marcaron gran parte de su vida e ideas, tuvo oportunidad de ser secretaria de una sección de la Sociedad de las Naciones en Europa; fue nombrada, en Nicaragua, como Benemérita del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional por decreto de Augusto Sandino; viajó, vivió e impartió toda clase de lecturas y cátedras en Puerto Rico, República Dominicana, Cuba y gran parte de los territorios que conforman Centroamérica.
Fue su llegada a Nueva York en 1953 lo que consiguió ponerle una breve pausa a su ajetreo profesional. Ahí, la nombraron cónsul, y también conoció a su inseparable Doris Dana, quien la acompañó infatigable sus últimos años de vida y en su muerte, pues se convirtió en beneficiaria universal de las posesiones de Gabriela Mistral.
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Su otro amor, la literatura
Referente de la literatura mundial del siglo XX, por la obtención del Premio Nobel en 1945, pero también por la sensibilidad y profundidad de su poesía, la autora de Tala (1983) comenzó a escribir, como era de esperarse, por ese germen de lucha social que no le abandonó nunca. Para 1910, ya estaba escribiendo los Sonetos de la muerte, que se publicaron, finalmente, en 1915 por Primerose.
Para 1922, se publicaba, en Nueva York, Desolación, una de sus obras máximas, que recoge poemas que la docente había escrito en Coquimbito años atrás. Un par de años más tarde, se publicó en Madrid Ternura, un libro de poesía infantil que sirvió de punto de inflexión para este género.
De su vasta y distinguida obra, destacan, entre otros: Tala (1938), Los sonetos de la muerte y otros poemas elegíacos (1952), Lagar (1954), Elogio de las cosas de la tierra (1979), Antología mayor, 4 tomos (1992), Poesías completas (2001).
Por su obra, finalmente, le fueron otorgadas, además del Premio Nobel de Literatura, distinciones como el Chevalier de la Legión de Honor, en Francia, en 1946; la Medalla Enrique José Varona, en Cuba, en 1946; el Premio Serra de las Américas, en 1950; así como también algunos Doctor Honoris Causa, entre los que destacan los otorgados en California, Nueva York y Guatemala.