Economía sana en democracia sólida

Mucho se habla sobre el éxito que ha tenido la economía de mercado en generar crecimiento económico y prosperidad. El porcentaje de personas viviendo en pobreza extrema en el mundo pasó de 80% en 1820 a 9% en 2018. La esperanza de vida en 1800 era de apenas 29 años, hoy supera los 70 años; sin embargo, algunas veces se nos olvida mencionar los cimientos fundamentales de este sistema: las instituciones democráticas. Los países más ricos de hoy en día son también los más democráticos.

Democracia y desarrollo

Evidentemente hay países que destacan como Estados Unidos y Reino Unido que fueron pioneros de la revolución industrial, pero también otros como Polonia y la República Checa de la extinta Unión Soviética, cuyo crecimiento estalló luego de la caída del Muro de Berlín al adoptar la democracia y la economía de mercado. Por otro lado, está el contraste es casi cómico entre las dos Coreas: La del sur evolucionó paulatinamente de la dictadura a la democracia que vino acompañada de crecimiento económico sostenido y un mejor nivel de vida; mientras que la del Norte, evolucionó de una dictadura similar a un Estado totalitario, casi teocrático en torno a un líder, y hoy los contrastes en nivel de vida, ingreso, salud y bienestar son brutales.

América Latina nos ha dado muchos tristes ejemplos de países que a punto de despegar, se estrellaron en la pista por la dificultad de crear instituciones democráticas sólidas. El libro “Una Historia Monetaria y Fiscal de América Latina, 1960–2016″, editado por Timothy J. Kehoe y Juan Pablo Nicolini, estudia el desempeño económico de los 10 países más grandes de Sudamérica y México. En las conclusiones, los autores encuentran que el común denominador en las crisis latinoamericanas ha sido la incapacidad de imponer disciplina fiscal. Esta incapacidad se manifiesta en enormes déficits fiscales, rescates a sistemas bancarios fallidos y transferencias arbitrarias al sector privado que, de no frenarse, deriva en inflación incontrolable. Venezuela es la tragedia más reciente, seguida por Argentina que hace unos días eligió a un candidato presidencial que abandera la drástica propuesta de desaparecer el Banco Central y dolarizar la economía.

Democracia y economía

La hiperinflación es un gran ejemplo de cómo no puede haber economía sana sin democracia sólida. Es muy sencillo: políticos que ven al gobierno como un botín, transfieren recursos públicos a sus amigos y a sus clientelas políticas para mantenerse en el poder. A falta de contrapesos (transparencia, prensa libre, partidos de oposición sólidos, congreso dividido, poder judicial independiente), estas transferencias crecerán inevitablemente hasta llegar a ser incosteables solo con impuestos. Es aquí donde los gobiernos recurren a emitir deuda y, cuando se acaban los prestamistas, a imprimir dinero. Esa es la historia de la inflación del Peronismo en Argentina, pero también de las hiperinflaciones en Venezuela y Zimbawe con sus dictadores Maduro y Mugabe, respectivamente.

La disciplina fiscal requiere de compromiso. Una forma extrema de atarse las manos es, como propone Milei, dolarizar la economía. Ni su gobierno ni el que le siga tendría la capacidad de imprimir dólares para financiar un déficit fiscal. Sin embargo, existen formas menos drásticas de lograrlo, como construir instituciones con pesos y contrapesos que garanticen la independencia del banco central. México y Chile son casos de notable éxito en este rubro, así como economías avanzadas como las de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea.

Además de la disciplina fiscal, muchas otras funciones del Estado requieren de compromiso como la correcta regulación de monopolios, la seguridad social y la inversión pública de largo plazo. Algunos dirán que basta con elegir a un líder político con moral intachable y sin otra motivación que amor a la patria. Si pudiéramos encontrar líderes así no tendríamos más que economías prósperas gobernadas por dictadores benevolentes.

La realidad es que los humanos no funcionamos así. Los países gobernados por “dictadores benevolentes” son pobres y los países gobernados por políticos de moral cuestionable son ricos. La democracia de pesos y contrapesos está diseñada para que la economía funcione a pesar de las limitaciones de sus gobernantes, no gracias a sus virtudes.

Democracia y desigualdad

La economía de mercado empodera a personas y negocios para desarrollarse y acumular riqueza. La democracia le pone las riendas a esa maquinaria y evita que degenere en la concentración de poder político y económico que, a la larga, le pondría freno de mano al desarrollo.

Los países más democráticos son también menos desiguales. Cierto, comparando países ricos como Estados Unidos y Dinamarca, pero también países de ingreso medio como Rusia y México. Cuando la democracia falla, la concentración de poder se acelera, manifestándose en el contubernio entre el Estado y los grandes monopolios económicos que frenan la economía para mantenerse en el poder.

Aparecen el proteccionismo, subsidios para oligarcas económicos, ataques a la separación de poderes, militarización, subordinación del banco central al poder ejecutivo, elecciones amañadas, ataques a la prensa, opacidad; todos síntomas de la misma enfermedad: mercado sin democracia o, como pasa en México, un “capitalismo de cuates”.

Con las elecciones en 2024 en puerta, vale la pena voltear al sur. Lo que pasa en Venezuela y Argentina son tragedias autoinfligidas. Tenemos la responsabilidad de votar por quien nos garantice más democracia, y menos concentración de poder, más contrapesos y más transparencia.

Ojo con quien nos pide darle todo el poder “solo por esta ocasión” para, con la aplanadora en marcha, rehacer todas nuestras instituciones sin ningún obstáculo o cuestionamiento.

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