Le magistrade Ociel Baena y la pedagogía del terror
No hay palabras para describir el miedo que hoy implica pertenecer a la comunidad diversa y vivir en Aguascalientes. Si de por sí, ser distinta o distinto, o distinte para los puritanos del lenguaje, es un riesgo vital, hoy sabemos que algo tan básico como existir es riesgo de generar las incomodidades suficientes para dejar de vivir.
Peor que la incomodidad de existir desde la diversidad es saber que ni siquiera será la fiscalía estatal la que se ocupe de esclarecer un crimen, por el contrario. Que como la de Aguascalientes, criminalizar, estigmatizar, construir dudas y alimentar prejuicios será la opción para evitar responder lo que sí importa: el momento, el móvil, autor o autores.
La pedagogía del terror se manifiesta en el miedo impuesto a aquellos que temen asumir su identidad no binaria, su preferencia gay o diversa, llegando incluso al extremo de arrebatarles la vida. Pareciera un mandato que hoy se escribe con sangre en el que, entre líneas, se alcanza a leer que existe todo un entramado tramposo que se encargará de enseñarnos que no es cierto que podamos ser quienes queramos ser, mucho menos ejerciendo algún tipo de poder. La lección de silencio y obediencia no solo la dirigen a la comunidad LGBTTTIQ a través de le magistrade, se impone contra todas aquellas personas que no encajen en la convención social: mujeres que han desafiado las convenciones sociales, las que terminaron un matrimonio, las que se fueron de casa, las que no se quedaron calladas, los que amaron fuera del closet, quienes se travistieron o transexualizaron, quienes amaron diferente.
Esa pedagogía siniestra se teje en el tejido social, donde la violencia y la discriminación se convierten en instrumentos para forzar el conformismo, la ocultación y la negación de la diversidad sexual. Como en el caso de le magistrade, la amenaza de la violencia por expresar la propia identidad se materializa en una sociedad que no solo tolera sino que, de alguna manera, fomenta la brutalidad hacia aquellos que desafían las normas preestablecidas.
La brutalidad del asesinato no solo reside en el acto en sí, sino en la construcción de un entorno donde el miedo a la expresión auténtica de la identidad lleva a una realidad donde la violencia parece inevitable. También es un vehículo de refuerzo ideológico encaminado hacia estigmatizar y abonar a la idea de que Dorian o le misme Ociel Baena eran “drogadictos, desequilibrados, violentos entre ellos” abonando a una manera sutil de la narrativa que dice que se lo buscaron. La misma fiscalía que ha sido omisa en la investigación del crimen de odio contra Ulises Nava, hoy filtra imágenes profundamente explícitas, dando parte a medios para construir versiones que ninguna familia ni grupo de activistas está dispuesto a creer.
Ulises Nava fue asesinado después de participar en un evento vinculado al Primer Congreso Nacional de Litigio Estratégico para la Defensa de la Cuota Arcoiris en México, Nava salía del Museo Descubre, ubicado en el sur de la ciudad. En horas de la tarde, al menos dos individuos arribaron al museo y abrieron fuego contra Nava, ocasionándole la muerte. Le magistrade Ociel Baena sentía miedo, sabía que podría ser el siguiente y que ninguna cuenta de TikTok es chaleco anti odio, menos anti balas.
Cada omisión es una pedagogía que instruye a través del terror, donde la vida de individuos diversos se vuelve una moneda de cambio, y la impunidad prevalece como la norma.
En este contexto, la expresión “no nos van a callar” adquiere un significado más profundo. No solo es un llamado a la justicia para Ociel Baena y su pareja, Dorian, sino un desafío a esa pedagogía del terror, una declaración audaz de resistencia contra un sistema que intenta silenciar la diversidad bajo la amenaza de la violencia.
En el año 2022, se documentaron 87 casos de homicidios basados en la orientación sexual o identidad de género en México. Las estadísticas revelan que más del 50% de estos lamentables sucesos afectaron a mujeres trans. En segundo lugar, se encuentran los homicidios de hombres homosexuales, constituyendo más del 25% del total.
Si es que existe el concepto de crimen de odio, nos urge reconocer que también existe la omisión de odio. Esa que emana de las instituciones para no abundar, para anticiparse imprudente e ilegalmente a conclusiones que ningún peritaje ha podido ofrecer en las primeras horas. La que no respeta pronombres ni historias, la que no tiene análisis de contexto y que no alcanza a reconocer que entre Dorian y Ociel existía un profundo amor. Que terror existir en un México así. Qué terror.