Las sirenas anti-bombas del Estado de Israel

“No hay nada más grandioso en este mundo que ver a los hermanos sentados juntos en la mesa.”

Salmo 133 del Rey David, y parte del discurso “Yo tengo un sueño”, de Martin Luther King.

Independientemente del razonamiento que exige el análisis del porqué Israel dejó crecer tanto al monstruo de Hamás, para después tener que aniquilarlo como lo hacen ahora, aunque al parecer haya sido por toda la defensa que tenían contra él, incluyendo al domo de hierro y a la intercepción de misiles, resulta también muy interesante razonar sobre lo que ocurre dentro del territorio israelí cuando suenan las sirenas contra dichos misiles, y los ciudadanos de ese gran país tienen que refugiarse en refugios anti-bombas.

Estos refugios anti-bombas que han fabricado en Israel son cuartos protegidos con paredes y techos de concreto y otros materiales muy resistentes, tipo búnkeres.

Lo más interesante, desde un punto de vista humanista, es que cuando suenan las sirenas anti-bombas en un país tan cosmopolita como Israel, se tiene que ir a refugiar en los búnkeres todos sus ciudadanos, independientemente de su religión, y se vuelve una apología a la libertad, a la verdad, y a la justicia, ver en un mismo búnker israelí a judíos, árabes, católicos, islamistas, árabes-católicos, armenios, ateos, cristianos, y hasta budistas, todos juntos, en ese profético búnker, salvando sus vidas.

Me recordó una anécdota que contaba mi gran amigo: Max Daniel, que en paz descanse, judío originario de Hungría y sobreviviente del genocidio nazi y de la Segunda Guerra Mundial, y que radicaba en México, donde tuvimos una amistad y una hermandad entrañables; como él era muy fuerte en su juventud, los nazis lo utilizaban para trabajos forzados, y cuando iban viajando en trenes por la Alemania nazi junto con esos soldados alemanes nazis y otros prisioneros, y veían aviones bombarderos aliados sobre-volándolos, tenían que frenar los trenes y salir de ellos a cubrirse de la bombas que podrían lanzarles en los terrenos y bosques aledaños, cuenta Max que era sorprendente ver a los alemanes junto a los judíos y a los demás prisioneros salir corriendo de los trenes juntos para refugiarse y salvar sus vidas, igual que lo hacen los israelíes de cualquier religión cuando suenan las fatídicas sirenas anti-bombas que tanto pánico local y universal causan.

Finalizaba Max su anécdota contando que cuando se iban los aviones aliados a bombardear otras áreas urbanas de la Alemania nazi, todos los que escaparon de los vagones de los trenes regresaban a ellos para volver a ser soldados y prisioneros, dejando atrás la hermandad con la que escaparon corriendo juntos para salvar sus vidas.

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