Lo que Morena no aprendió del PRI
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha tenido a lo largo de su historia ciertas “reglas no escritas” o prácticas políticas tradicionales que han influido en su funcionamiento interno y en su relación con el gobierno y la sociedad. Ante los ojos más críticos, se ha señalado que el desaforado triunfo de Morena iba llevando al priista que todos traen dentro hacia el pilotaje del país, acusando los más atrevidos que la 4T es una evolución de poder del PRI.
Históricamente, el PRI ha sido conocido por su sistema de “dedazo,” que implicaba que el presidente en funciones elegía al candidato presidencial del partido sin una competencia interna abierta. Esta práctica se mantuvo durante décadas, aunque en tiempos recientes ha habido mayor apertura en la selección de candidatos. Este primer cambio de gobierno ha implicado para López Obrador el reto auto impuesto de la democracia (al menos a través de método) y aunque en el fondo, ya había una ruta que podía anticiparse en el proyecto, la realidad es que Claudia Sheinbaum como Coordinadora de los Comités Nacionales está en un proceso de construcción. Va tejiendo alianzas, como es natural en las mujeres.
Las alianzas no necesariamente son dedazos pero si recuerda que algo funcionaba del PRI y funcionaba como pegamento: la famosa operación cicatriz.
El PRI mantuvo un control prolongado del poder en México a través de prácticas como la manipulación electoral, el clientelismo político y el control de las instituciones estatales. Estas prácticas contribuyeron a la estabilidad política, pero también a la falta de competencia real en la política mexicana. Aquella “operación”, más que premio de consolación anticipada, se trataba de un fino arte de elevada política en que los operadores del líder ofrecían alternativas de carrera políticas dignas que pudieran permitir aceptar designaciones directas de otros en espacios a los que, naturalmente, aspiraban. Entonces los dedazos, aunque desfavorables para algunos que aspiraban a un mismo cargo, podía convertirse en una oportunidad de continuidad. Ahí nació la famosa práctica de apostarle más enfocando la mira a lo menos: un político podía buscar una candidatura a gobernador aceptando o queriendo lograr la de senador.
El PRI ha sido conocido por su capacidad para forjar acuerdos y pactos con otros partidos y actores políticos, lo que ha contribuido a la estabilidad política y la gobernabilidad en México. Aunque los “pactos” por México y ahora el Frente Amplio lo han desdibujado en su natural izquierda nación alista y partido centro-gobierno, en algún momento su forma de hacer política quedó marcada en generaciones completas que aún desde la antipatía, algo tenían de estas ideas.
Pedro Kumamoto en una entrevista con Julio Astillero, que además de ser un gran periodista es valiente y crítico, recibió una pregunta analítica que para Kumamoto, tal vez, iba envenenada: “¿A ti te ofrecieron la designación directa de la candidatura a Zapopan?”, preguntó el Astillero que como dijera Silvio Rodríguez, siempre tiene la palabra precisa.
Respondió el joven líder de Futuro que sí. Que ese era el acuerdo con Sheinbaum y así él seguiría militando en su partido, aspirando por la mega alianza con Morena. La pregunta fue reiterada y entonces, pareció entender que no hay compatibilidad entre participar en un proceso democrático de plantillas, como planteaba, al tiempo de ser designado directo. Sin encuesta. La situación fue evidenciada por su homólogo, el también regidor de Zapopan, Alejandro Puerto. Joven que ha trabajado desde la fundación de Morena, que a su dicho, ha expuesto inclusive su vida haciendo política de oposición en un lugar donde el miedo se reparte antes de dormir.
Antes de que el PRI hubiera caído en la administración de la corrupción y el clientelismo, la simple operación cicatriz anticipaba tres cosas: que los aspirantes tuvieran continuidad de carrera con alternativas dignas para sus trayectorias; que los acuerdos o alianzas tuvieran apoyo mayoritario por el ejercicio de la palabra y aceptación; que pudieran sentirse observados y reconocidos aún los que no resultaban favorecidos por decisiones en donde tendrían que sacrificarse por un bien mayor.
Es importante tener en cuenta que estas “reglas no escritas” han ido evolucionando con el tiempo, y la política mexicana ha experimentado cambios significativos en las últimas décadas, las del PRI, decadencias. Ahora que lo escribo, caigo en la cuenta de que también ahí nace la idea de la “disciplina “, ese hábito a ciegas en el que por años, quienes militaban estaban dispuestos a aceptar lo que viniera, sin rupturas. Ya sabemos como terminó aquello.
Aunque dicen que “todos llevamos un priista dentro”, es cierto que en gran medida, la estabilidad de un partido o disciplina sobre el encargo por encima del cargo, característicos o asociados con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) o con la política tradicional mexicana tenía como práctica respetuosa la de ofrecer alternativas para los no elegidos. La exigencia no tendría necesariamente que contraponerse: en el caso de Jalisco, exigen encuesta y que Kumamoto compita democráticamente, sin designaciones directas, por la candidatura frente a quienes ya se formaban en Morena. Pero el ejercicio se está viviendo en todo el país.
Andrés Manuel López Obrador practicó estas operaciones de manera magistral con sus principales aliados, como Marcelo Ebrard. Lo hizo parte de un equipo e integró a sus cuadros en la lógica de ceder para avanzar, ahí nacieron los famosos acuerdos que también, sabemos cómo terminaron.
En general, Morena se enfrenta a la tentación de utilizar prácticas políticas como la búsqueda de consensos, la negociación, el pragmatismo político, o incluso el clientelismo, que a menudo se pueden encontrar en la sociedad en su conjunto, no solo en los miembros o simpatizantes del PRI, como un camino para la expansión. Esto mientras las bases y los que más tiempo tienen en el movimiento, los idealistas, los puritanos, los críticos, piden congruencia y construcción sólo con quienes abiertamente han apoyado a esa izquierda. Aunque invocar “al priista que llevan dentro” es una sátira e irónica crítica para señalar que algunas conductas políticas o sociales pueden ser comunes o compartidas por personas de diferentes orientaciones políticas, independientemente de su afiliación partidista, la realidad es que en varios estados, Morena se debate entre abrir moderadamente las puertas o abrirlas incomodando a los de casa.
De aquella “cicatriz” depende bastante: desde que las disputas no alcancen a romper la cohesión de las bases del movimiento, como en la Ciudad de México hasta que las alianzas permitan ganar sin desconocer a los que han trabajado desde el inicio por un proyecto, como en Chiapas. Aunque el dedazo se acabó por decreto presidencial, aún en el género de las candidaturas se puede influir sobre la decisión que no siempre puede ser democrática puesto que la encuesta no siempre coloca a mujeres cerca de cumplir la regla de paridad.
¿El reto? Dialogar las alianzas, construir su aceptación, hacer del movimiento un pegamento y de la política una carrera en la que a los aspirantes sacrificados por una alianza se les pueda ofrecer una opción de continuidad o de plano, la oportunidad de medirse. Un arte que se teje fino.