Sin especulaciones, a Luis Donaldo Colosio le sentó bien la muerte

Naturalmente, la muerte nunca se desea para nadie; mucho menos la violenta, el asesinato. Sea el hijo de Moreira o el de Sicilia. Ni para Colosio, Ruiz Massieu, o los tantos luchadores sociales de la izquierda sacrificados. Tampoco para Obregón, Serrano, Villa, Carranza, Zapata, Ángeles, González, Pino Suárez, Madero o Flores Magón. Un hombre famoso o los decenas de miles de anónimos, debiera dar igual, tal como ha ocurrido en el violento país llamado México. ¿Quién querría una muerte para el otro, para los otros?

Ese no-deseo de muerte es independiente de la trayectoria y el currículo de los muertos. Entonces, ¿en qué tipo de pensamiento se fragua el homicidio, los crímenes? ¿Por qué la fosa común y el cementerio mexicano están saturados de muertes violentas?

Hasta el día de su asesinato, Luis Donaldo Colosio careció de méritos más allá del orden formal, profesional y aun emocional, reconocidos por su jefe y amigos. Nunca fue un líder o luchador social, alguien cercano a la sociedad. Sus amigos y algunos esperanzados han querido ver en el discurso del Monumento a la Revolución del 6 de marzo de 1994 el estigma que sellaría su muerte (tardío, nada revolucionario ni convincente, por cierto, considerando sobre todo el pasado del sistema, el partido y el presidente que lo postulaban como candidato), pues han creído o querido escuchar un giro radical frente a la retórica oficial a cargo del cuestionado, de principio a fin, Salinas de Gortari. Pero esa especulación que toma como base un simple y único discurso (se sabe la suerte de los discursos en México) siempre permanecería como tal, pues no habría ocasión de corroborarla en la realidad.

Muy difícil que se hubiera propiciado en realidad semejante cambio. ¿Revertiría Colosio las políticas económicas y los procesos privatizadores impulsados a través del TLC por su jefe Salinas como parte de un plan global, esas que tanto daño han hecho a México y que hoy se profundizan con la privatización de los recursos estratégicos? Impensable.

El testimonio de un amigo cercano, político esencialmente funcional, conservador del sistema, rancio priista, con fama de “duro”, Manlio Fabio Beltrones, lo confirma: “Es que él era nuestra esperanza de que a México le continuara yendo bien”. ¿Tan bien como con Salinas?, es la pregunta esencial. Y sí, Colosio como especulación era, sigue y continuará siendo la esperanza que el PRI ofrece a la sociedad; esperanza que jamás se cumple, que se utiliza.

¿Cuál era el mayor mérito de Colosio aparte del “don de gentes”, la sinceridad, la honestidad y el profesionalismo que le atribuyen sus amigos y los que se dicen sus amigos? Ser uno de los más cercanos colaboradores y el elegido de uno de los personajes más cuestionados y detestados por los mexicanos: Carlos Salinas de Gortari, el “todopoderoso”.

El PRI y Salinas impulsaron su ruta política y aun su muerte (en el sentido de la posición que se le otorgó al designarlo como sucesor presidencial):

-Afiliación al PRI a los 18 años en 1968.

-Diputado Federal por Sonora; 1985-1988.

-Senador de la República; 1 de septiembre de 1988 a 2 de diciembre de 1988 (3 meses).

-Presidente nacional del PRI; 3 de diciembre de 1988 a abril de 1992.

-Secretario de Sedesol; abril de 1992 a noviembre de 1993.

-Elegido candidato por Salinas y el PRI; diciembre de 1993.

-Asesinado; marzo de 1994.

Luego de terminar sus estudios y ejercer por breve tiempo la docencia, el PRI y Salinas le propiciaron (porque así trabaja el mecanismo del sistema cuando quiere a alguien funcional) una increíble y vertiginosa carrera burocrática-política de 1985 a marzo 23 de 1994. En poco menos de nueve años se convirtió, independientemente de su capacidad, por el dedo, en virtual presidente del país; lo que a los demás hasta entonces les había tomado mucho más tiempo y trabajo (de allí la inconformidad de Camacho Solís, quien creyó merecer el “dedazo” para él).

La muerte temprana y las especulaciones hicieron de Colosio un héroe. Primero, para el PRI. Después para el sistema formal de gobierno y las instituciones. Por último, para todo político que aspire a la presidencia y que lo reconozca ya sea con honestidad o utilitariamente (aun para alguien como López Obrador, quien en campaña fue a visitar su tumba en Sonora).

Y después del primer beneficio de ser héroe, sigue la fama:

-Calles y avenidas con su nombre.

-Escuelas con su nombre.

-Mercados con su nombre.

-Colonias con su nombre.

-Auditorios con su nombre.

-Parques con su nombre.

-Fundaciones con su nombre.

-Discursos en su nombre.

-Bustos.

-Estatuas.

-Homenajes.

-Etc.

Colosio ha sido institucionalizado por el PRI y por el sistema vigente. Ha sido institucionalizada, utilizada y difundida también la especulación: “hubiera sido un buen presidente”.

¿Qué más pedir para quien muere relativamente joven y sin haber siquiera alcanzado la posibilidad de estar ante la oportunidad de hacer realidad lo que sobre él, poco realistamente, se continúa especulando? Morir en la cumbre del éxito y en la promesa de un mejor futuro.

¿Quién lo mató? ¿Hubiera sido buen presidente? ¿Hubiera cambiado al país? ¿Hubiera hecho algo por los pobres? Especulaciones. La realidad del “hubiera”.

Y considerando los testimonios, sin duda fue un buen amigo, un buen esposo, un buen padre, un buen hijo, un buen profesionista, un buen burócrata, un buen aliado político (todavía es capital para muchos después de muerto); mas nunca se podrá decir con verdad que de ganar y gobernar hubiera sido un buen presidente (lo que ello signifique). Ésta es la mayor especulación dentro de un sistema en el cual no se ha permitido el cambio.

Excepto porque fue asesinado, le sucedió una muerte en la variante del ídolo-estrella del cine que muere joven y la celebridad y la “inmortalidad” le acogen; a la Pedro Infante o James Dean. O incluyendo asesinato, a la John Lennon.

Aunque tal vez sin el mérito ya probado de estos famosos, Colosio se convirtió en héroe, estatua, emblema de utilidad política y celebridad. Con la carga de la tragedia y en términos absolutos, tal vez haya sido mejor para él morir joven y convertirse en símbolo. Lo demás es, nuevamente, especulación.

Como se han ofrecido vastos testimonios sobre Colosio, agregaré uno más. Cierta noche, pocos meses antes de ser ungido candidato, lo vi al término de una ópera levantarse de las butacas y caminar entre los pasillos del teatro de Bellas Artes (el gusto por el arte y la cultura no es frecuente entre políticos y parece que en él era real), con saco y sin corbata, cabello alborotado y una mínima sonrisa en los ojos; lucía relajado.

P.d. Interpretaciones del orden sicológico que además recurren como signo fatal a los prodigios, augurios y presagios, conocidos como auspicios (como lo describe Suetonio en su clásico relato sobre asesinato de Julio César durante los idus de marzo en Roma), son de la peor especulación y colindan con la superstición. Así lo hace Enrique Krauze en su texto “Los idus de marzo”, sobre la muerte de Colosio. Esto no es novedad, en los escritos de Krauze sobresale el gusto por la sicología y en este texto, aparentemente, también por la superchería, como esa de concebir y sugerir el asesinato como posible producto de una suerte de tentación de Colosio a/por la muerte, a una “fractura” psíquica del carácter (emocionalidad, vacilación, debilidad), a un querer precipitarse al destino trágico como una descarga de culpa (una suerte de freudismo desprestigiado y barato) y a atmósferas sombrías acompañadas de un arpa celestial: “Tal vez su falta de precaución entrañase una secreta convocación del peligro, un oscuro deseo de apurar al destino y resolver la tensión”. Si no fuera porque Krauze hace también un guiño hacia el desacreditado hermano del protector de la víctima, en su versión, Colosio casi se habría suicidado.

Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo

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