Enrique Krauze Kleinbort, el mesías de sí mismo, y la ruptura de la “familia cultural” mexicana

I. Nada sería más extraordinario que presenciar al fin el fraternal abrazo de las letras mexicanas. Aunque no crea yo en una familia cultural o en la amistad incondicional entre literatos. Me parece absurdo buscar lazos de camaradería entre gente que usualmente se da de puñaladas y susurra a espaldas de quien acaba de dar la vuelta y que de frente se le ha saludado con una falsa sonrisa y un sudado o acicalado apretón de manos. Es lo que creo yo. Pero no Enrique Krauze Kleinbort, quien hoy desea y procura, con fervor casi religioso, como si se tratase ya, como si dijéramos, de su apostolado, la reconciliación de lo que él llama “familia cultural” mexicana. Se le escucha tan convincente que, ciertamente, conmueve su cuasi romántico propósito. Y nada deleitaría ver más, pues, que ese abrazo de oso tronador de costillas, ese sincero apretón de manos de la literatura mexicana actual, el estrujón, finalmente, entre Charles Fuentes y Kike Krauze Kleinbort. Admitiendo que este, en sus escritos, ha hecho más literatura –buena o mala, el tiempo lo dirá– que historia, su profesión oficial, alcanzando con ello el ideal que Carlos Fuentes, pese a todo, no ha logrado más que acariciar con la pluma: El ideal de que la novela latinoamericana construye la verdadera historia de sus respectivos países, no la historia oficial ni sus historiadores. Vaya contradicción. Fuentes siempre ha deseado edificar la historia (y también la Historia) a través de sus novelas; y ha defendido constante y férreamente, en cuanta conferencia y simposio se presenta, dicha tesis (léase Geografía de la novela si se quiere). Krauze ha adornado la pluma con artilugios contiguos al barroco, ha hecho uso profuso del adjetivo, ha igualmente en cada frase aspirado al aforismo con el fin de crear no sólo historia objetiva, su trabajo, también buena prosa; con tal ambición, ha dado ya al público sendas novelas con la engañosa carátula de libros de historia o ensayo histórico.

Si la contradicción los desune y los une. Si sus anhelos discordantes convergen en un redondo trabajo de equipo. Si juntas sus obras nos proporcionan el conocimiento y el placer de la literatura y la historia mexicana a un tiempo, con el goce asombroso, además, de no saber, cuando leemos sus textos, si de historia o novela se trata. ¡Ante qué soberbia combinación y condición de estética felicidad estamos! ¿Cuántos países pueden vanagloriarse de ello, de tener a la vez a un novelista historiador y a un historiador novelista? ¿Y se dice que no hay patriarcas de la literatura en México? Aquí estamos ante dos en uno, o el uno que se vuelve dos: El insondable suspiro del filósofo: Volver al Uno original. Las humanidades mexicanas, en circunstancias de cristalina geográfica libertad, lo han concebido: el patriarca, el numen, el tótem, el tipo, el paradigma: el Novelista-Historiador, el Historiador-Novelista que ha creado y desarrollado a la perfección un nuevo género literario: La Novehistoria o la Historianove o la historia de novela, que es lo mismo; la mejor ficción posible. Y para mayor disfrute por los todos tiempos, no sabemos, de esa imbricación, quién es quién –¿quién el historiador, quién el novelista?, se preguntan los extraños–, aunque lo sospechemos. Esta peculiaridad hace sin duda que la imaginación vuele y nuestras letras gocen de la dichosa cabal salud de que siempre hablan los literatos y literatas y literas.

Es por ello que la vanguardia hoy yace en ese deseo contenido y que ahora mismo ahoga un grito de religioso y místico fervor: Abrácense hermanados Fuentes y Krauze, hermanos Krauze y Fuentes, abrácense (que no haya celos por el orden). Y todos aplaudimos entusiasmados por la posibilidad de ver semejante espectáculo digno de una portentosa escena euripidea y acaso mejor de una hilarante acción aristofánica; quizá una versión innovadora de Las ranas. Mas para llegar a tan dichoso clímax, asoman hoy amenazadores y anti climáticos obstáculos que salvar.

II. En junio de 1988, K.K.K. publicó en la revista Vuelta de Octavio Paz un furibundo, iracundo, rabioso, frenético, fiero ataque contra Ch. F.: “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”. No vamos a extendernos aquí sobre un asunto conocido por todos. El texto puede ser encontrado por el interesado en los archivos de Vuelta, en línea o en cualquier hemeroteca estimable. Sólo diremos que lo más suave que en aquella ocasión escribió Krauze fue que Fuentes era “un gringo niño de origen mexicano”. Lo acusa de desarraigo, de falta de identidad, de exiliado, cuando en México, de los Estados Unidos, y cuando allá, de México. Su vacío de historia personal e identidad lo compensa con la avidez por la literatura y el cine. Etcétera. De allí que su obra esté construida, bordada, sobre una imagen, sobre una elucubración mental, no una experiencia de vida, no una identidad. Una máscara, pues. Esta característica se hace evidente ya desde temprano en La región más transparente. Acusa Fuentes de lo que le sobra a Krauze: Sentido de pertenencia. Cuando salió el golpe sin aviso, Fuentes quedó paralizado por un tiempo, breve. No esperaba la traición, que la revista de su amigo de muchos años publicara con la autorización del mismo Paz el artero embate. Dijo, preciando la amistad, que en alguna ocasión y en calidad de editor tuvo él en sus manos un escrito en contra de Paz y había decidido no darlo a conocer, lo censuró. Paz, como siempre, sonrió e invocó la libertad bajo palabra. Amigos y adversarios de Fuentes no lo podían creer. Lenguas viperinas, incluyendo la de algunos amigos, dijeron que ese texto había sido ordenado, dictado, alimentado en los detalles, sobre todo los íntimos, por el propio Octavio, quien lentamente habría madurado con los años el ataque a su adulador y sonriente amigo, un tanto celoso, pero sobre todo, fatigado ya de la desmesurada ambición de Fuentes. Y utilizó para ello a uno de sus asistentes. A un ingeniero en labores de crítico literario.

Krauze dice que su desencuentro con el novelista le vino en 1971. Para entonces Fuentes y Paz eran aún amigos. ¿Tuvo Krauze que esperar 17 largos años para satisfacer su deseo crítico que quizá no habría cristalizado sin la “autorización” de Paz como director de la revista? Como quiera que sea, el daño estaba hecho. Y hasta ahora no se ha sabido de algún encuentro amigable entre las entidades en cuestión. Aunque hubiese sido ordenado, el escrito de Krauze dividió, significó la ruptura, el fin de una época: los encuentros entre el novelista y el poeta y ensayista, los máximos exponentes de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Ya desde entonces quedó fragmentada la intelligentsia mexicana en dos grupos principales: Los que apoyaron a uno o a otro. Y así se vivió en 1990, cuando por un lado, cobijado por Televisa, Paz, sin Fuentes y con Vuelta por delante, llevó a cabo el Encuentro Vuelta: El siglo XX: La experiencia de la libertad. Y Fuentes en 1992, sin Paz y arropado por la UNAM y la revista Nexos, celebró El Coloquio de Invierno. Ambos, por supuesto, abrigados por el sensible gobierno de Carlos Salinas de Gortari, quien, siempre atento a la cultura, lejos estaba de ambicionar una ruptura de semejante naturaleza.

III. Así las cosas, no deja de llamar la atención el nuevo acto de cinismo de Krauze al haber señalado que existe una ruptura presente entre la intelectualidad y la “familia cultural” mexicana originada a raíz del proceso electoral de 2006 y sus resultados, para él legítimos, para millones de mexicanos fraudulentos (si tan sólo se hubiesen contado todos los votos y registrado todas las irregularidades, no estaríamos hablando hoy del asunto, ni nosotros ni Fidel Castro, ni muchos otros por todas partes), ruptura de la cual acusa directamente a Andrés Manuel López Obrador. Al citado cinismo, añadamos uno anterior, otro artero ataque de Krauze (no sabemos ordenado por quien en este caso, aunque lo sospechemos). El de 2006 en contra del candidato presidencial que no era de su preferencia. Un candidato al cual vio, al mejor estilo estalinista o macartista, y al igual que el Consejo Coordinador Empresarial, como amenaza, como un peligro para México. ¿Cómo es posible que alguien, si se precia de demócrata, de historiador objetivo, descalifique a una persona únicamente por la sospecha, por la mera subjetiva interpretación de los signos de que podría tratarse de un tirano? ¿Debe entonces la postura de Krauze ser interpretada no como la de un intelectual, la de un historiador, sino como la de un político? Siendo así, su Partido ha resultado claro.

En diciembre de 2005 asistí con boleto pagado a una conferencia de Krauze para un auditorio de gente adinerada. Ya desde entonces advertía a sus oyentes contra su obsesión personal en que al parecer se había convertido AMLO (con anterioridad y durante una reunión entre ambos, ya que el político lo había procurado, al historiador le había incomodado, incluso molestado, que aquel se mostrara interesado en la historia y que tuviera su propia interpretación de la misma, distinta a la suya, claro). La única pregunta del público que no respondió en aquella ocasión fue la mía: ¿De acuerdo a lo expuesto por usted y de acuerdo a las necesidades urgentes de México, quién es su candidato entonces?: “Me reservo esa respuesta”, dijo. Podemos sospechar que ya preparaba su texto, “El mesías tropical”, publicado en junio de 2006. En perfecta coordinación con la campaña del “Peligro para México” de sus amigos, aliados y patrocinadores (ya por entonces publiqué en diversos blogs una réplica a Krauze). De esa ofensiva se derivaron varias más por distintos colaboradores de Letras Libres. Trabajaron en equipo, en acción concertada: Roger Bartra, Guillermo Sheridan, Luis González de Alba, entre otros. ¿Y nos viene Krauze con el cuento de la objetividad y la democracia? ¿Se siente engañabobos? Sólo así puede concebirse su afirmación en el sentido de considerar al hecho de que en 2006 gran parte de la intelectualidad y la “familia cultural” mexicana apoyara y se “enamorara” de AMLO y él, un “liberal”, por el contrario, fuera acusado de traidor por su desenamoramiento y critica al candidato, como el momento propiciatorio de la ruptura en cuestión. ¿No es demasiado aventurado atribuirlo al poder de una sola persona? ¿No se trató acaso del encuentro de varios elementos a la vez? ¿No se trata acaso del hombre y su circunstancia? ¿Y por qué no se ha preguntado Krauze en sesudo ensayo porqué los aludidos se enamoraron de AMLO, o si acaso fue del proyecto?

En 2010, la campaña de descalificación de Krauze contra López Obrador ha tomado nuevo impulso –coincidiendo con la reciente convocatoria a Zócalo lleno–, mas poco ha podido hacer porque el personaje continúa moviéndose a pesar de todo, porque el proyecto del personaje encaja con la circunstancia del país. Recién fue publicada una entrevista donde los periodistas de Milenio, y fue allí cuando arrojó que López Obrador es el responsable de la mencionada ruptura de la familia cultural mexicana. Que no se “hubiera tomado el trabajo de escribir ese texto (“El mesías tropical”), de no pensar que López Obrador iba a dañar el país como en efecto lo dañó”. ¡Asumiera o no el poder, sólo por la sospecha, López Obrador debía ser agredido porque de todas maneras iba a dividir a la “familia cultural” mexicana y al país! ¿Está Krauze en sus cabales al hacer semejante afirmación? Tal vez sea la cabalidad de su condición de clase, no de intelectual. Dice que actúa como escritor liberal, pero se comporta más bien como rancio empresario ultraconservador al que aparentemente le asustan las posibilidades, no espera a las pruebas ni las evidencias. Embiste la posibilidad, arremete contra el futuro con o sin razón, sólo por el anunciamiento que le da su instinto, su corazonada, su condición e identidad de clase pudiente mexicana (acusó a Fuentes de no tener identidad, misma que a él le sobra, sobre todo identidad de clase).

IV. En la misma entrevista comete otros desbarres: 1) Divide en tres a la familia cultural mexicana: los endogámicos, los dogmáticos y los liberales. Los primeros son los académicos a quienes acusa de estar encerrados en su fortaleza, como ostras. Quizá no le ha ido bien a Krauze en su confrontación con ellos. Recuerdo un encuentro en la UNAM sobre el liberalismo mexicano. Krauze, acostumbrado a la televisión, a la imagen, a las frases bien construidas pero frecuentemente huecas, no pudo contravenir las evidencias que le presentaron los endogámicos. Calló diciendo, “no tengo esos datos a la mano, no he profundizado en ello y no puedo dar una opinión”. Verídico. Los dogmáticos son los de izquierda o supuesta izquierda. Los que según él descalifican y son intolerantes. En un escape, acusa al internet de “cloaca”, porque allí se exhibe con crudeza de lenguaje la realidad del país que él quiere cubrir con sedas. El tercer grupo lo representa él mismo, solito, y sus seguidores. Se unge como una entidad objetiva que observa a la distancia y que, por supuesto, califica. ¿No es este acaso también un dogma? ¿El de la parcialidad, la arrogancia, la fatuidad, el tomar partido por la sospecha, por los intereses personales en vez de los del país queriendo hacer creer que los suyos son los de la nación? ¿No es acaso Krauze un primer dogmático, el dogmático de su propia causa, no acaso el mesías de sí mismo en quien ha puesto demasiada credibilidad? ¿Cómo interpretar que acuse a la mayoría de los intelectuales y artistas de equivocarse al apoyar a López Obrador, que los insulte y los descalifique, que él solo, Krauze, es propietario de la razón? 2) Señala que el petróleo y la soberanía son mitos. Este punto está más que debatido y por mucho que aspire Krauze, no podrá convencer a un país como México que prescinda de ambos “mitos”. 3) Dice que la celebración del bicentenario ha sido deslucida y superficial. Que se ha desaprovechado una gran oportunidad de revisión y reflexión. Radicalmente de acuerdo en ello. 4) Afirma que el PAN nunca ha entendido la cultura. ¡Por fin! ¿Entonces, porqué se queja de lo deslucido y lo superficial del bicentenario en manos del PAN? ¿Por qué si la mayor parte de esa familia rota no estaba con dicho partido, sino con el proyecto que ha dado muestras de un mayor interés por la historia y la herencia cultural del país, él sí lo estuvo? ¿Admite que se equivocó, ha sido errático Enrique o en realidad le importa muy poco la cultura mexicana a la cual antepone sus intereses personales y sólo critica ahora por mera demagogia? ¿Estamos acaso ante un ingenuo?

V. ¿Quién ha divido entonces a la familia cultural mexicana, si es que hay tal: Enrique Krauze Kleinbort o Andrés Manuel López Obrador?

A. En 1988, Enrique Krauze Kleinbort materializó el artero ataque contra Carlos Fuentes dividiendo irremediablemente con ello y desde entonces a la intelectualidad mexicana entre los seguidores del novelista y los de Paz.

B. En 2006, Enrique Krauze Kleinbort dirigió y difundió el artero ataque contra López Obrador aliándose de facto a los impulsores de la guerra del lodo y el estiércol, la guerra sucia: el Partido Acción Nacional, Vicente Fox, FHC, Antonio Solá y el Consejo Coordinador Empresarial.

C. En 2006 y a través de un personero –González de Alba– dirigió otro ataque artero que pretendía ridiculizar a la “familia cultural” mexicana. La ofendió e insultó su inteligencia al acusarla de haberse “enamorado” de AMLO, no de su proyecto.

Con la acción B se convirtió en corresponsable de la guerra sucia –y quizá en delincuente electoral–, contribuyó a la consumación del fraude y a la división del país que hoy se hace pedazos y muere asesinado en las manos del PAN y de un gobierno sin legitimidad.

Con las acciones A y C, al insultarla, Krauze dividió definitivamente a la “familia cultural” mexicana, misma a la que ahora solicita estrechar sus manos.

¿Quién a la sazón ha contribuido a la división del país sino Krauze? ¿Quién ha hecho lo mejor de sí para alcanzar al fin la disgregación de la intelligentsia y la cultura en México sino Krauze? Abonando a su favor, hay que reconocer un antecedente de abrazo simbólico, a la distancia, entre Fuentes y Krauze al legitimar ambos, aun con el elogio, la asunción del poder de FHC. Convergieron en no darle importancia a las minucias de los votos y las tantas irregularidades en 2006 y contribuir con ello a la ilegitimidad, a la ruina del país con sus 40 mil muertos en la conflagración civil que ya se libra, a sus millones de desempleados e inmigrantes en peligro, a los frívolos festejos de nuestra historia y cultura.

Krauze propone tender la mano, dialogar, polemizar con respeto –que él mismo no ha observado–. De acuerdo. Ya que tanto cree en esa familia desunida y deshecha y es su deseo verla en armonía, ¿por qué no da un primer paso y organiza, más allá de sus colaboradores cercanos, una serie de debates, de diálogos, entre él y esa “familia cultural” mexicana que ahora extraña? Aquí algunos posibles participantes: Lorenzo Meyer, Paco Ignacio Taibo II, Enrique González Pedrero, Pablo González Casanova, Octavio Rodríguez Araujo, Alfredo Jalife-Rahme, John Saxe-Fernández, Fernando del Paso, Sergio Pitol, Arnaldo Córdova…

Y ya en la cumbre, como clímax de dichos debates, ahora sí, su honesto anhelo: el abrazo y cálido estrujón con Carlos Fuentes.

P.d. Si en algo ha contribuido López Obrador y su Proyecto Alternativo de Nación, y en ello le va gran mérito, es justamente a desperezar a un amplio sector del país del letargo previo, a una revisión, a una revaloración de las riquezas materiales y culturales de la nación, todo lo contrario a lo que han hecho el PAN y el PRI durante los últimos decenios de indolencia y corrupción, y muy lejano del estigma amenazador con que Krauze le quiere incriminar.

Ciudad de México, 30-08-2010

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